Sexo, mentiras y lenguaje políticamente correcto

igualdad“Por hipocresía llaman al negro moreno; trato a la usura; a la putería casa; al barbero sastre de barbas y al mozo de mulas gentilhombre del camino” (D. Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas).

 

Es más que evidente el machismo implícito en los plurales en masculino del español (y quien diga lo contrario miente), que han condenado a la mujer a una invisibilidad que no es trivial. Como dice Adrienne Rich “cuando alguien que tiene la autoridad de un profesor, pongamos por caso, describe el mundo y tú no estás en él, hay un momento de desequilibrio psíquico, como si te mirases en un espejo y no vieses nada”.

El eufemismo es, según el Diccionario de la Real Academia, una “manifestación suave o decorosa cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”; y, otros diccionarios consultados, una “palabra o frase con que se suaviza una idea o concepto”. Llama la atención la idea de “suave”, de “suavizar”; y el hecho de que se oponga a, por un lado, lo duro o “malsonante”, pero también, por otro, a la expresión “recta y franca”. Sin embargo, siempre queda claro que lo que se suaviza es la “idea o concepto”… no la realidad.

No todo lo que se considera eufemismo tiene el mismo valor. Por ejemplo, remplazar “ciego” por “no vidente” es una estupidez lisa y llana o, para decirlo más suavemente, algo inútil, ya que las dos expresiones son equivalentes; en cambio, remplazar “inválido” por “discapacitado” tiene la innegable ventaja de una mayor precisión y, por qué no, justicia intrínseca ya que expresa la realidad de una capacidad distinta. Si eso es lo que se busca, bienvenido sea.

En mi humilde opinión de hombre, seguramente mal criado en el machismo, no cabe hablar de lenguaje sexista o no sexista, y me explico por qué el sexismo a quien afecta es a las personas. Es ahí donde lo encontramos, por desgracia. Por tanto una palabra o un uso gramatical o semántico no podrá ser sexista, sino que lo que será en todo caso sexista será su utilización por parte de personas con mentalidad machista. Además, el idioma recoge palabras racistas y de todos los -ismos imaginables, porque es su función, y no cabe expulsar palabras del diccionario porque no nos gustan lo que expresan: es algo de locos y creo que nos haría un flaco favor. Matando al mensajero no se consigue nada, y el lenguaje es el mensajero de los pensamientos y la cultura de una sociedad es la que tiene que cambiar la forma de razonar.

Es inapropiado juzgar a otra persona por el color de su piel. Entonces, en los Estados Unidos, se fue pasando de la palabra ‘negro’ a ‘afroamericano’. Parece lógico que en lugar de referirnos a la persona por su color lo hacemos por su origen. Pero hete aquí que ocurren dos cosas: primero, seguimos discriminándola, sólo hemos cambiado el motivo y segundo cambiamos el lenguaje pero no el trasfondo racista. Lo correcto sería, simplemente, llamarla ‘americano’ a secas.

El libro “El coño de Don Camilo” se refiere al gusto de Cela, de D. Camilo José, por llamar a las cosas por su nombre. Aquí recordamos algo que poca gente conoce, y es que fue el escritor quien consiguió que la palabra “coño” se incluyera en el Diccionario de la Real Academia Española. “La palabra coño la llevé yo –dijo él de Iria Flavia-, con la autoridad de Quevedo. La Academia siempre ha sido mucho más abierta de lo que la gente cree. Pero bueno, en todo caso, hay autoridades que no se pueden rebatir, tú verás, dime quién rebate a Quevedo y su ‘coño’…”

La anécdota por “excelencia” es la que hace referencia al paso del escritor por el Senado, cuando fue nombrado senador por designación Real, en 1977. En uno de esos momentos, el presidente del Senado en aquella época, Antonio Fontán, se dirigió al escritor a quien había sorprendido “echando una cabezadita”. “El señor Cela está dormido”, dijo, y Cela respondió: “No, señor Presidente, no estaba dormido sino durmiendo”.

“¿Acaso no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo?” le dijo el presidente, y Cela respondió: “No, señor Presidente, como tampoco lo es estar jodido que jodiendo”, respondió.

Pero ¿quién hace que cambie la cultura de una sociedad? El lenguaje sensible, que es como se conoce a todas estas adaptaciones con el objetivo de incorporar una visión de enfoque de derechos humanos en nuestra comunicación, es una medida de discriminación positiva en pro de la igualdad (personas con capacidades diferentes, persona de países del sur, etc.). Y efectivamente, debería ir acompañada de otras medidas que aportasen propuestas de reducción de las desigualdades. Tal vez, de lo que se trata es de asumir el principio de corresponsabilidad en relación a la igualdad y el respeto por la diferencia, es decir, cada persona, cada agente social, cada entidad, administración, etc. debería asumir la responsabilidad que a este respecto tiene.

El lenguaje políticamente correcto como hemos visto no basta. Además deben utilizarse las palabras correctamente, y si no pregúntense si les da lo mismo “estar jodidos o estar jodiendo”. El otro día me llegó un correo electrónico, que ahora reproduciré en parte, y que puede servir para poner de manifiesto que no hay que inventar la rueda, y “muchos nuevos palabros que ahora se crean” no son necesarios para que un mensaje o texto sea políticamente correcto; y además a veces el uso inadecuado hace que el significado sea distinto, cuando no convierte un discurso en algo ilegible y que consigue, por el uso de la o/a permanente, que se pierda el mensaje.

El mensaje electrónico que antes citaba decía algo así:

«En español existen los participios activos como derivados de los tiempos verbales.

El participio activo del verbo:

atacar, es atacante;

el de salir, es saliente;

el de cantar, es cantante;

el de existir, existente.

¿Cuál es el participio activo del verbo ser?

El participio activo del verbo ser, es “el ente”. ¿Qué es el ente?

Quiere decir que tiene entidad.

Por ese motivo, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega al final “-nte”. Y el participio no tiene sexo, y su género dependerá del uso.

Por lo tanto, a la persona que preside se le dice presidente, no presidenta, independientemente del sexo que esa persona tenga, siendo por ejemplo Dª. Ana Patricia Bótin (la –género-) presidente de Banesto. Se dice capilla ardiente, no ardienta; se dice estudiante, no estudianta; se dice paciente, no pacienta; se dice dirigente y no dirigenta.

Y es que la terminación –e no tiene género. El género está en el artículo que la precede, y es el uso machista el que nos lleva a pensar que presidente es un “presidento” (el presidente) y no somos capaces de pensar en la gerente, la dirigente…

El que mandó esto frustró a un grupo de hombres que se había juntado en defensa del género (lo siento).

Ya habían firmado:

el dentisto,

el poeto,

el sindicalisto,

el pediatro

el pianisto,

el turisto,

el taxisto,

el artisto,

el periodisto,

el violinisto,

el telefonisto,

el gasisto,

el trompestisto,

el techisto,

el maquinisto,

el electricisto,

el oculisto,

el policío del esquino

Nota final:

Uno que no se sí podemos aceptarlo –actualmente que nadie personalice en el poder ejecutivo-, es en vez de decir:

“esa persona es UN CARGO PUBLICO”,

-puede decirse:

“esa persona es UNA CARGA PUBLICA”…

Ahora eso sí asumiendo que el significado puede ser sustancialmente distinto.»

Dicho esto hay que matizar el correo electrónico porque no es completamente cierto que el participio activo del verbo ser sea ente, aunque si que veremos que tiene un cierto origen fundado. El diccionario de la Real Academia de la Lengua establece que ente es «Lo que es, existe o puede existir», aunque si bien es otra la acepción que estamos buscando como es la terminación en -ente: «Forma adjetivos deverbales, llamados tradicionalmente participios activos. Toma la forma -ante cuando el verbo base es de la primera conjugación, -ente o -iente, si es de la segunda o tercera. Significa ‘que ejecuta la acción expresada por la base’. Agobiante, veraneante, absorbente, dirigente, dependiente, crujiente. Muchos de estos adjetivos suelen sustantivarse, y algunos se han lexicalizado como sustantivos y han generado, a veces, una forma femenina en -nta». Es decir que sí que es cierto que la terminación -nte expresa la capacidad que significan que ejecuta la acción expresada por la base.

Hay que considerar que quizás por aquello de «si no es por hermoso que sea por pesado» a fuerza de repetir y oír se tiende a hacer la conclusión de que todos los sustantivos y adjetivos que terminan en «o» y en «e» son masculinos, mientras que los que terminan en «a» son femeninos. Nada más alejado de la realidad ya que un trompetista afortunadamente no será «un trompetisto» por mucho que queramos expresar sexo distinto, ni una persona será «un persono» por aquello de diferenciar femenino y masculino.

El trasfondo, sin embargo, no es tan halagüeño. Las solas palabras, por correctas que parezcan, no tienen la magia de convertir los objetivos y medidas en viables o inviables, posibles o imposibles. ¿Cambiamos el lenguaje para cambiar la realidad o para evitar cambiar la realidad? Porque, mientras los españoles se preocupan de no decir “moros” sino “magrebíes”, se cuidan mucho de la “invasión de magrebíes” hambrientos que quieren cruzar el Mediterráneo; y ocasionalmente los internan en campos de concentración ad hoc, perdón, en “centros para extranjeros”. Y quizás eviten decir “gitanos”, pero se cuiden mucho al enviar a sus hijos a una escuela “intercultural”.

Esto se da en numerosos ámbitos, que nos llevaría mucho más espacio desarrollar. Baste recordar la cuestión del lenguaje sexista. Mucho se ha afirmado acerca de que el castellano es un lenguaje sexista, pero con esto no siempre se dice la misma cosa. Es cierto que es molesto que, si hay treinta mujeres y un varón, se diga “nosotros”. Pero esto es una cuestión de género (no de sexo) no marcado, es decir que se da por supuesto y funciona como neutro y también es una cuestión de actitud del hablante ya que pudo utilizar nosotras. Y no digo que las convenciones sean inocentes, lo que digo es que una actitud discriminatoria inherente a un idioma es algo más bien difícil de probar. Es cierto que los hispanohablantes tendemos a ser machistas, pero ¿los ingleses no?, quizás no lo sea el cambio del apellido de la casada por el de su marido. Volvemos a lo anterior: lo sexista está en la actitud del hablante, un lenguaje igualitario ayuda, y mucho, pero si la actitud no se cambia desde el origen la evolución será lenta y ajada y como dice aquel refrán puede suceder aquello de “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

La persona escritora de esta obra

Juan Jesús Donoso Azañón

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