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La época de Baldomero Espartero: La vuelta de los borbones

Continuando con los vídeos de la magnífica serie documental Memoria de España de RTVE, os dejo el de la vuelta de los borbones. Ya con Espartero apartado del poder y después de ver como tuvo que exiliarse Isabel II, y después de los intentos de nombrar a un nuevo rey, proponiendo Prim al propio Espartero, y con el intento fallido de Amadeo de Saboya y con las repúblicas en la puerta de España, se produce la vuelta de los borbones. La propia Isabel II escribió a Espartero solicitando su intercesión para que su hijo Alfonso XII regresase al trono (podéis ver la carta en mi libro sobre Baldomero).

Por cierto que una de las primeras visitas que hizo Alfonso XII retornado al trono de vuelta de batallar en la tercera guerra carlista fue a Baldomero Espartero. Y curiosamente Baldomero impuso la Gran Cruz de San Fernando en la pechera del rey Alfonso.

Aquí os dejo el capítulo:

La caída de la Regencia de Baldomero Espartero

Os dejo este video sobre la sublevación de Barcelona y de la caída de su Regencia.

En buena parte de lo que dice estoy de acuerdo y en buena parte no, pero me parece resumen interesante.

La Regencia de Espartero nació muerta al negarse a repartir políticamente cargos, lo que incluía a su propio partido progresista. Además su carácter militar autoritario, que le llevaba a la consideración de que «si hay que hacer algo se hace» y su odio a las componendas políticas le llevo a conseguir a que todo el arco político se pusiera en contra. Si a esto le sumamos el odio que la iglesia tuvo a Espartero por su política, ya que Espartero estimó que el poder que tenía la iglesia debía quedarse dentro del ámbito religioso, dejando el poder de la ciudadanía en la representación política lo que le llevó a limitar el poder de la misma, suprimir el tribunal de Rota, vender los bienes que amasaba el clero secular, y promulgar leyes limitando el poder que tenía.

Además en Cataluña hubo el levantamiento contra el gobierno, por motivos económicos propios en aquella parte de España donde ese estaba desarrollando la industria textil, contra el tratado con Inglaterra de libre comercio lo que permitía la importación. Mientras Espartero pretendía que «vestir» a los españoles, los empresarios catalanes pretendían blindar el monopolio, siendo esto lo que realmente estaba en juego. Espartero sacó la vena de General y acudió s sofocar la revuelta a las armas. Un error que sumado a la conspiración que le rodeaba dio la puntilla a su regencia.

Si a esto le sumamos que María Cristina, después de haberle dejado a sus hijas, abandonándolas y huyendo fuera de España, se dedicó a mover los hilos para derrocar a Espartero, montando un gobierno provisional en la sombra. María Cristina fue a Roma donde tanteó si apoyaría un alzamiento carlista contra Espartero a la vez que compraba un título italiano para su marido Muñoz. Después fue a Francia donde puso el centro político de conspiraciones e intrigas para derrocar a Espartero, reuniéndose con Narváez, O’Donnell y Martínez de la Rosa.

La popularidad de Espartero había caído y todos los partidos, incluyendo el suyo, se pusieron en su contra. Baldomero se reunió con Narváez para pactar su salida hacia el exilio, pacto que tampoco se cumplió ya que Concha se encargó de perseguirlo por España disparando al carruaje que llevó a Espartero, pensando que estaba dentro. Narváez además extendió una orden secreta por la que se debía pasar a Espartero por las armas si volvía a España sin mediar más tiempo que el necesario para su reconocimiento.

Sobre la mayoría de edad de Isabel II y los gobiernos que se nombraron, solo me cabe decir que hubo varios gobiernos en un año, concretamente tres. A los progresistas les cegó el poder, la ambición y la tontería, ya que se dejaron nombrar por Narváez, quien controlaba las cortes. Narváez había planificado perfectamente dejar en ridículo al partido progresista mostrando  a sus gobiernos ineficaces ante el pueblo español. Cosa que se produjo por los gobiernos progresistas presididos por Salustiano Olózaga, González Bravo y Joaquín María López, que fueron cayendo hasta llegar al gobierno moderado buscado por Narváez.

Una parte de la historia que hay que conocer. Donde los políticos se dedicaron a politiquear en lugar a hacer que España fuera día a día más próspera. Y a pesar de todo ello España evoluciono. Claro que todo esto que ahora digo seguro que les suena también en nuestros días.

La época de Baldomero Espartero: Vivan las Caenas

Continuando con la época de Espartero os dejo el video de RTVE de Memoria de España titulado «Vivan Las Caenas». El pueblo enardecido clamaba por la vuelta del rey Fernando VII desde el destierro en Bayona. El que luego sería odiado y denominado «felón», en aquel momento hizo su entrada en Madrid con la población enardecida, quienes desengancharon los caballos del carruaje en el que venía el rey y, cual burros o mulas, empujaron el carruaje en la entrada triunfal en la capital.

 

 

La Regencia de Baldomero Espartero

LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)

La constitución del Ministerio-Regencia bajo la dirección de Espartero el 16-10-1840, significó un cambio de rumbo en la situación por la que atravesaba España. Una vez que quedó abolida la fatídica ley de ayuntamientos; la fama y el apoyo popular del nuevo mandatario contribuyeron al inmediato repliegue del proceso revolucionario y a que la situación política del país comenzara a discurrir por los cauces de la normalidad; a pesar de las exigencias de sectores radicales del progresismo, pronto desautorizados por Espartero, que pretendían cambios y reformas políticas al margen del texto constitucional.

En la cúspide de su gloria el primer problema político, al que tuvo que hacer frente el jefe del gabinete, fue poner en vigor una nueva regencia de acuerdo con lo que establecía la propia Constitución de 1837 (según la cual, en sus artículos 57 y 60, la regencia podía ser desempeñada por 1,3 ó 5 personas según decisión parlamentaria, a quién también correspondía su decisión), circunstancia que marcó el inicio de una lenta pero progresiva erosión política cuyo final fue su caída del poder. Como buen militar y en consonancia con unas lógicas apetencias de prestigio y poder pretendía ser elevado al cargo de Regente único en contra de una importante facción de su partido, que se inclinaba por la regencia de tres. La votación conjunta del Congreso (con mayoría progresista) y Senado (con mayoría moderada) el 20-5-1841 se decidió por la regencia unitaria y por la persona de Espartero (179 votos), gracias a la decisión de los moderados de apoyar su candidatura en detrimento de la de Agustín Argüelles (103 votos). La decisión de los senadores moderados estaba perfectamente orientada al despresdtigio del general, cuyo orgullo e incapacidad política conocían y esperaban su rápido deterioro político si gobernaba en solitario en lugar de asociado a otras personalidades del progresismo con mayor capacidad y pericia en la cosa política.

Los problemas de la Regencia de Espartero: A pesar de la fama y predicamento popular del nuevo Regente, pocos gobernantes han sufrido un proceso de desprestigio político tan rápido y radical como el que vivió este en sus poco más de dos años de mandato (el pueblo español que había proclamado a Espartero como su ídolo, pasó en poco tiempo “de la ideolatría al entusiasmo, del entusiasmo a la adhesión, de la adhesión al respeto, del respeto a la indiferencia, de la indiferencia al odio, y del odio a lanzarlo a tierras extrañas donde pudiera entregarse al olvido de sus funestos errores o al melancólico recuerdo de sus glorias pasadas”),

La designación de regente había fracturado el partido progresista en dos facciones (unitarios y trinitarios); unas diferencias que se fueron ahondando a medida que el Regente en simpleza militar (creía que la labor y las funciones de un jefe de estado no excluían su capacidad de mando y decisión), comenzó a implicarse en la constitución de ministerios sin tener en cuenta los deseos y opiniones de los principales dirigentes del partido y a nombrar para los principales puestos de la milicia a militares pertenecientes a su cículo de allegados (los “Ayacuchos”) saltándose escalafones y méritos militares; lo que levantó el consiguiente malestar entre muchos generales que pronto pasaron a la oposición y, en su mayoría, a integrarse en una organización secreta antiesparterista (“la Orden Militar Española”) dirigida por el “gran espadón” de los moderados: Ramón Mª Narváez y financiada por María Cristina desde el exilio parisino. Un acontecimiento relacionado con la actuación de elementos del ejército vino a provocar un estado de opinión generalizado contra Espartero. En octubre de 1841, fracasó un intento de golpe castrense contra el Regente en el que estaba implicados generales del prestigio O´Donell, Concha, Montes de Oca y Diego de León; la aventura terminó con la condena y ajusticiamiento de este último el 15-10-1841, a pesar de las unánimes voces que se levantaron en todo el país para que Espartero amnistiara al afamado héroe de Belascoaín, sin duda uno de los generales del ejército español más queridos y admirados por el pueblo (viva Isabel II gritaba mientras moría).

Así pues la actividad de la oposición no tardó en encontrar terreno abonado, ensanchándose paulatinamente sus bases a medida que transcurría el periodo y como consecuencia de los continuos desaciertos de la política gubernamental. Las ya de por sí tensas relaciones entre la Santa Sede el régimen liberal español desde que en 1835 abandonara España el Nuncio de su Santidad, alcanzaron su punto álgido con la política anticlerical del gobierno y, en concreto, el relanzamiento y ampliación del proceso desamortizador (se aceleran las medidas progresistas y así se completa la desamortización con la expropiación y venta de los inmuebles que la Iglesia tenía en la ciudades), la renovada obligación de juramento constitucional al clero y el proyecto de Ley de Jurisdicción eclesiástica del 13-12-81; lo que provocó una serie de episodios que llevaron a la práctica ruptura de las relaciones entre Madrid y Roma (una denuncia papal por el estado de cosas por el que estaba atravesando la Iglesia en España, fue considerada por el ministro de justicia como una “declaración de guerra contra la seguridad pública y la Constitución” procediendo de inmediato a la supresión de la Congregación para la Propagación de la Fe; lo que dio pie para que el Papa respondiera con una encíclica condenatoria 22-2-1842), y al creciente malestar entre los católicos españoles.

El progresivo debilitamiento del apoyo social a Espartero sufrió un brusco acelerón como consecuencia de la política económica desplegada por sus gabinetes. En este sentido hay que situar el origen del conflicto en la relativa liberalización de las importaciones de productos manufacturados que recogía la polémica ley de Aranceles de 1841, normativa que venía a sustituir la de 1825 y claramente contraria a los intereses de la burguesía industrial catalana que veía en la relativa liberización de los textiles británicos, la ruina de la industria nacional al abrirse el mercado español a tales productos.

El malestar de los catalanes se extendió por todo el país para adquirir perfiles de agitación social cuando se corrió la noticia de que el Regente iba a sancionar un tratado comercial con Inglaterra en el que, entre otras cuestiones, se contemplaba la cesión de algunos enclaves territoriales en la Guinea española. (algunos islotes deshabitados para establecer carbonerías).

En los últimos meses de 1842, la ciudad de Barcelona, cuya actividad económica se vio paralizada como consecuencia de la crisis general que entonces afectaba a toda Europa, fue escenario de un movimiento subversivo contra el gobierno del Estado a cuya política arancelaria se achacaban todos los males por los que atravesaba Barcelona.

La contundente respuesta de Espartero no se hizo esperar; el 3 de diciembre de 1842 él mismo personalmente dirigió la represión del alzamiento sometiendo a la ciudad a un bombardeo sistemático desde Monjuic (400 edificios destruidos o incendiados), y una vez controlada la situación, impuso una contribución especial a los barceloneses. La implacable actitud del Duque de la Victoria, dispuesto a sentar el principio de autoridad en buena lógica castrense a cualquier precio, arruinó su prestigio político al perder desde ese momento el apoyo incondicional que le había dispensado la influyente burguesía industrial catalana, cuyos elementos mas significativos pasaron a engrosar el partido Moderado.

Disueltas las Cortes en enero de 1843 y celebradas elecciones; la inestabilidad política que vivía España lejos de desaparecer fue creciendo ante la cada vez mayor incapacidad de Espartero para formar gobiernos estables por el rechazo de los dirigentes progresistas a brindarle su apoyo parlamentario (fracaso del ministro Rodil, dimisión de José María López y oposición frontal al gabinete Gómez Becerra). El enfrentamiento entre el poder ejecutivo y el congreso de los diputados hizo que progresistas y moderados cerraran filas contra el Regente, después del famoso “Dios salve al país, Dios salve a la Reina” con que concluyó un demoledor discurso el 20 de mayo de 1843. La inmediata clausura y disolución de las Cortes por parte del gobierno fue la señal para que se generalizara un movimiento revolucionario en las principales capitales del reino, en el que moderados y progresistas hacían causa común en el objetivo prioritario de expulsar al Regente del poder. El enfrentamiento entre fuerzas militares al mando del general Narváez y un ejército comandado por el general esparterista Seoane en Torrejón de Ardoz el 21-7-1843 decidió la suerte del alzamiento y el obligado exilio a Inglaterra del Duque de la Victoria.

Paisaje con figura: El General Espartero

Paisaje con Figura. Un programa impresionante sobre la vida de personajes españoles importantes. Antonio Gala nos cuenta la vida de D. Joaquín Baldomero Fernández Espartero y Álvarez de toro, ese granatuleño que sin ser político hizo política toda su vida, y recibió puñaladas de partidos contrarios y de sus propios compañeros. Ahora bien jamás pudieron quitarle el reconocimiento del pueblo agradecido siempre con él.

¿Espartero I?

El hijo de un carretero de Granátula, declinó ceñirse la corona real de España. Os dejo el artículo:

La Estafa de los Vencedores

Siempre he considerado que la libertad de expresarse, sin faltar a los demás, es uno de los verdaderos principios que rigen la democracia y nuestra Constitución. En esta ocasión os dejo un artículo que me enviaron desde Bilbao, donde se expresan los sentimientos contrariados por el alcance que tuvieron los Fueros que fueron pactados en el Convenio de Vergara. Siempre es importante conocer todos los puntos de vista.

 

Como es bien sabido, la garantía de mantener los regímenes especiales fue el señuelo decisivo que se utilizó para poner fin a las guerras carlistas en los territorios del Norte donde tan vivo estaba el sentimiento autonómico. Lo cual demuestra, una vez más, que los fueros constituyeron un motor de primera importancia para arrastrar a los voluntarios en favor de la causa representada por don Carlos.

En la primera guerra, las intrigas, que desembocaron en el Convenio de Vergara, fueron dirigidas fundamentalmente a persuadir a los combatientes de que sus respectivos fueros serían respetados si deponían cuanto antes las armas, mientras que los pondrían en peligro si, por el contrario, prolongaban la lucha. La maniobra iba dirigida de manera especial al elemento popular carlista. Al militar de graduación, se la aseguró que grados, condecoraciones y honores le serían respetados, y parece que eso les bastó para allanarse. A nosotros ahora sólo nos interesan las promesas forales hechas al pueblo, y cómo fueron cumplidas por los vencedores. Esto es lo que vamos a estudiar a continuación, tanto en lo que atañe a ña contienda primera como a la del 72-76, porque las dos tuvieron desenlaces paralelos y consecuencias idénticas.

“PAZ Y FUEROS”

Parece ser que las maniobras para lograr el desfonde del campo carlista se iniciaron, en la primera guerra, en el año 1.835, concretamente el 18 de febrero, cuando se presento en Madrid el escribano José Antonio Muñagorri (liberal y centralista antepasado de la familia Caro Baroja) con la propuesta de iniciar una contraofensiva foral, que habría de partir de los propios vascos, y que tendría como objetivo primordial crear un estado de desconfianza entre los combatientes en cuanto a los objetivos por los que luchaban. El proyecto no se materializó, sin embargo, hasta 1.838, cuando se alzó con unos 300 hombres al grito de “PAZ Y FUEROS”. Alzamiento que, como era de esperar no tuvo éxito alguno, pero que sembró una cierta inquietud entre los voluntarios vascos, cansados de la ya excesivamente larga guerra. Sin ninguna duda, el famoso liberal-fuerismo de los Baroja está originado en un intento de justificación vasquista de un antepasado liberal-burgues-mercantilista.

Otro de los personajes más efectivos apareció en escena el mismo año. El más interesante de todos ellos sería el madrileño, de padres guipuzcoanos, Eugenio Aviraneta Ibargoyen. Avinareta fue el más inteligente de cuantos intrigantes existieron en todo el siglo XIX. A él se debe fundamentalmente que el proyecto de conseguir la paz a todo trance tuviese éxito entre los combatientes carlistas. El mismo narra, en una Memoria dirigida al Gobierno español (Madrid, 1.844, 2ª edición), el desarrollo de las actividades encaminadas a conseguir la descomposición en el ejército de don Carlos. So habilidad llegó al extremo de utilizar al mismo Maroto, enfrentándolo con el rey; otras, haciéndole aparecer como su más leal general, y como traidores a los que realmente eran carlistas. Pero dejemos estas intrigas de gabinete y salas de banderas, y veamos cómo preparó al pueblo para sus manejos.

Los vascos que apoyaban a don Carlos, aunque cansados de tanta guerra, no mostraban recelo hacia sus mandos ni inquietud alguna respecto al futuro que aguardaba a su país bajo el régimen carlista. Había, pues, que despertar el sentimiento racial vasco, exacerbando su innato foralismo, para que se produjese un inmediato enfrentamiento con los restantes voluntarios de otros territorios, es decir, con los combatientes conocidos por el genérico de “castellanos”. Para lo cual empieza Aviraneta por culpar con machacona insistencia a los “castellanos” carlistas de todas las calamidades de la guerra y del incierto futuro de los vascos en un panfleto redactado por él a tal fin, bajo el título de Carta que escribe un labrador vascongado a un hojalatero, al que pertenecen estos párrafos:

“En tiempo del rey Fernando VII vivíamos los vascongados en halagüeña paz, éramos felices y nuestra prosperidad se aumentaba de día en día bajo la observancia de nuestras antiguas leyes o fueros que heredamos de nuestros mayores. Todo el mundo podía reconocerlo. Apenas el rey cerró los ojos vinieron inmediatamente unos cuantos castellanos holgazanes (Verástegui y Alzaa parece que eran castellanos así como los miembros de las Juntas Generales de Bizkaia, Araba y Gipuzkoa) a engañar a los honrados y nobles vascongados, sublevándolos contra su hija querida de aquél, bajo el pretexto de defender la religión y los fueros, cuando nadie pensaba en atacarlos en lo más mínimo (véase el Discurso preliminar de las Cortes de Cádiz así como el real decreto de 30 de noviembre de 1.833) (…). Al principio de la guerra, vascongados era el famoso Zumalacarregui, (¿) que esos haraganes e incapaces castellanos hicieron matar; vascongados fueron también otros muchos compañeros de aquel varón ilustre que han muerto en las batallas. Después vino una cáfila de flojos castellanos, que necesitan macho o burro para trasladarse de un punto a otro. Ellos trajeron un hombre, que llaman rey, hermano de Fernando y tío de la reina de Castilla, con ánimo de quitar, a costa de nuestra sangre, la corona a su sobrina, no de conservar nuestros fueros (…). Sois una pesada carga y en Castilla mismo os tienen bastante odio o el mayor aborrecimiento. Esto es cierto y vemos, sin embargo, que los castellanos, llenos de rencor con la ira de tigre, son los dueños de nuestra juventud, de nuestros pueblos y de nuestras haciendas, dominando a todos los vascongados. Tengamos paz, y si esas gentes son tan valientes y fuertes, que se vayan a los anchos campos de Castilla.”

El panfleto, traducido y repartido profusamente también en vasco, produjo un efecto inmediato. Una corta Memoria de los comisionados de la línea de Hernani, que Aviraneta incluye en su obra para dar más carácter de autenticidad a la relación de sus intrigas, los firmantes del documento dicen, refiriéndose a la citada “carta” y a sus consecuencias: “Arreglado a sus órdenes (a las de Aviraneta) se introdujo en el campo enemigo, esparramando los papeles en los pueblos y batallones, que los leyeron con avidez, como cosa no vista hasta entonces en el suelo vascongado. -Desde aquella época data el principio de la creación del gran deseo de la paz en todas las clases de país dominado por el enemigo. Allí empezó esa especie de contagio moral, que por días e instantes fue fermentando y se hizo una necesidad”. De esta “PAZ”, falsamente creada, todo el Estado y toda la nación vascongada seguimos padeciendo sus consecuencias.

Efectivamente, la siembra dio pronto sus frutos: la descomposición se extendió por todo el campo carlista. Los militares, asimismo bien trabajados, sólo aspiraban a mantener sus grados mediante un acuerdo que se los garantizase; Para ello apoyaron en buen número, consciente o inconscientemente, la maniobra, mientras el pueblo ya sólo deseaba la paz con la inexcusable condición de conservar sus libertades forales. La urgencia de consolidar lo que el arduo trabajo de los conspiradores había conseguido inspiró al general Maroto -ya simple instrumento de la maniobra- la publicación, el 25 de agosto de 1.839, de una proclama, en la que fingía la visita de unos emisarios del campo enemigo con varias proposiciones para deponer las armas, entre ellas: “Reconocimiento de los fueros provinciales en toda su extensión” y “reconocimiento de todos los empleos y condecoraciones en el ejercito, dejando al arbitrio el ascenso o premio de alguno que se considerase acreedor a ello”. El documento fue dirigido a todos los militares, a las Diputaciones y, posteriormente, hecho público. La maniobra era perfecta, porque en la proclama se preguntaba a los destinatarios qué postura había de adoptarse ante tan óptimas proposiciones, y el pueblo, deseoso de terminar la guerra, podría exigir después responsabilidades a sus organismos autónomos caso de que estos las rechazasen.

Dos divisiones, la de Guipúzcoa y la de Vizcaya, cayeron en la trampa, y en sus contestaciones dieron libertad a Maroto para concretar el convenio, puntualizando, para más seguridad, la de Vizcaya que en las posibles negociaciones se tuviese como “base principal la conservación de los fueros. Poco después se dio a conocer el proyecto de convenio.

Pero debido a que la cuestión foral no quedaba suficientemente garantizada. Algunos cuerpos de ejercito comprometidos rehusaron adherirse. En la obra Vindicación del general Maroto (Madrid 1.846) se dice concretamente que los batallones guipuzcoanos que cubrían la línea de Andoaín rechazaron el convenio, fundados “en que se faltaba a lo principal que los había estimulado antes a intentar separarse de ella  (de la causa de don Carlos), y era la conservación de los fueros”.

No sólo fueron los guipuzcoanos los que resistieron al pacto en un principio. Otras fuerzas siguieron su ejemplo y por las mismas causas. Ello desesperó al general Espartero quien el día 1 de septiembre de 1.839, al siguiente de firmarse el Convenio de Vergara, lanzo una proclama especialmente dirigida a alaveses y navarros, más remisos que los demás a aceptar el acuerdo -Navarra jamás se adheriría-, en la que amenazaba a estos pueblos con represalias si no deponían inmediatamente las armas: ”Que no me vea en el duro y sensible caso de mover ostilmente el numeroso y disciplinado ejército que habéis visto. Que los cánticos de paz resuenen donde quiera que me dirija.” No obstante aún duraría la resistencia popular. El coronel Wilde, comisionado del Gobierno Británico para conseguir la paz a todo trance, lo reconocía así en un informe dirigido secretamente al Foreign Office desde Vergara el 5 de septiembre del mismo año -recogido, al igual que la anterior proclama, de la obra El campo y la Corte de don Carlos (Madrid 1.840)-, donde decía: “Los vizcaínos, sin embargo, conservan todavía las armas y han manifestado estar dispuestos a conservarlas hasta que se resuelva la cuestión de los fueros.”

Inglaterra tenía importantes inversiones e influencias económicas en el Norte, especialmente en el País Vasco, y más exactamente en Bilbao. -Las Juntas Generales de Bizkaia impedían la comercialización del mineral de hierro vizcaíno y esperaban los británicos del liberalismo su pronta liberalización ya que solo podían comerciar con productos ya elaborados- Durante la primera etapa del conflicto, Inglaterra exigió ya al gobierno de don Carlos la toma de la plaza para concederle préstamos y hasta para otorgarle su reconocimiento, al menos como beligerante. Fracasado el sitio de Bilbao, que costaría la vida a Zumalacarregui, el Gobierno de Londres vio más posibilidades en Madrid, y al triunfo de este bando dirigió sus esfuerzos. A los -mal llamados- liberales les envió Inglaterra toda clase de ayudas, desde armas hasta un cuerpo armado. Sin embargo, la lucha se alargaba y su indeciso desenlace podía resultar peligroso para los intereses británicos en el caso de un triunfo carlista. Ante ello, Londres inició la gran ofensiva diplomática: se estudiaron las aspiraciones o motivaciones populares de los voluntarios carlistas y se establecieron agentes cerca del territorio, especialmente en la frontera francesa.

Ya hemos visto, que Muñagorri se presento en Madrid, en enero de 1.835, para proponer un alzamiento anticarlista al grito de “paz y fueros”. Pues bien, en el mes de junio del mismo año, el periodico inglés Morning Chronicle publicó un artículo sobre el tema, al que pertenece el siguiente párrafo: “Conviene aconsejar al Gobierno de Cristina que proclame públicamente y asegure de un modo positivo a las provincias del Norte que sus fueros y privilegios serán guardados”. Lo cual muestra una curiosa coincidencia de tiempo entre la propuesta inglesa y el inicio de la conspiración; coincidencia que se acentúa si reparamos en que la pequeña fuerza alzada por Muñagorri fue abastecida y armada por el comodoro inglés lord Hay, jefe de la estación naval inglesa de Pasajes, quien además, proporcionó asesores ingleses para instruir debidamente a los comprometidos.

Lo curioso es que, pese a todo ello, Inglaterra no perdió sus contactos con el Gobierno Carlista, por si los acontecimientos no se desarrollaban a favor de Madrid. Y aunque no oficialmente, sino a través de particulares, las negociaciones para proporcionar empréstitos y armas a los carlistas ser mantuvieron hasta casi el final de la guerra.

Ciertas casas inglesas -también hubo bancas francesas- se pusieron en contacto con agentes de don Carlos para concederle un empréstito por un importe de 500 millones de reales. Aviraneta -que nos narra las negociaciones acaecidas en 1.838- se atribuye el éxito de haber conseguido su fracaso. Como vemos, a Londres le importaba especialmente y por encima de todo que, fuese cual fuese el resultado del conflicto, sus intereses en España no saliesen afectados.

Pero de toda la intervención inglesa, lo más interesante para nuestro trabajo es la clara visión del problema que Londres tuvo desde un principio, y que se refleja claramente en los secretos informes intercambiados con sus agentes, así como en las sugerencias que dirigió al Gobierno de Madrid, todo ello recogido en la obra antes citada, “El campo y la Corte de don Carlos”. Dada la extensión y el elevado número de estos documentos, aquí sólo reproduciremos dos de las proposiciones que el Gobierno Británico hizo al de Madrid para que sobre ellas se firmase el acuerdo: “Segunda. El reconocimiento de sus empleos y sueldos a los generales y oficiales de las tropas carlistas, y un olvido completo de todo lo pasado por lo relativo a delitos políticos. -Cuarta. Que se conservarán los fueros e instituciones locales de las provincias vascongadas, en cuanto dichos fueros e instituciones sean compatibles con el sistema de gobierno representativo adoptado en toda España y con la unidad de la monarquía española.”

El documento, mandado a su representante en España por el Foreign Office, tiene fecha 10 de agosto de 1.939. El general Maroto, como se recordará. Hizo públicas unas proposiciones prácticamente iguales el día 25 de agosto, es decir, solo unos días después, los indispensables para que llegase una carta a Madrid, y de Madrid al campo carlista…

La resistencia cedió, por último, en el norte, y la guerra terminó para vascos y navarros. Los voluntarios, aunque no con mucho convencimiento, aceptaron las vagas promesas de respeto de los fueros hechas por Espartero y volvieron a sus casas. En el ánimo de los combatientes había llegado a pesar en forma decisiva el deseo de paz, más aún cuando sus propias familias les instaban a deponer las armas; unas familias que también habían sido hábilmente trabajadas por los conspiradores en la retaguardia haciéndoles ver la ruina en que se encontraban sus tierras a consecuencia de la prolongada contienda, y de todos es conocida la psicología del medio agrario. Don Carlos pasó la frontera el 14 de septiembre de 1.839.

Sólo quedaron luchando Cabrera en el Maestrazgo y el conde de España, en Cataluña. Pero por poco tiempo, porque un año después, en 1.840, los últimos restos de los batallones carlistas pasarían a Francia tras el general tortosino, asediado por un ejército infinitamente superior, resultante de la concentración de todas las fuerzas cristinas antes traídas de en la pacificación del Norte. Se inauguraba con ello una estrategia que en la guerra de Carlos VII se reproduciría, pero al revés: terminación de la lucha en el País Valenciano y Cataluña, y posterior concentración de efectivos en el País Vasco Navarro. Veamos ahora las consecuencias que en cuanto a los fueros vascos tuvo la victoria liberal sobre los carlistas.

Los voluntarios, ya lo hemos apuntado, dejaron las armas con la general esperanza de que, si no iban a acrecentarse sus libertades, se mantendrían, al menos, en su total integridad los fueros, tan escrupulosamente respetados por el gobierno de don Carlos. El propio Espartero les había dado en diversas ocasiones seguridades en tal sentido. Incluso en el mismo Vergara, el duque de la Victoria les había dicho: ”No tengáis cuidado, vascongados; vuestros fueros serán respetados y conservados, y si alguna persona intenta moverse contra ellos, mi espada será la primera que se desenvaine para defenderlos.” La arenga sería solo eso: una arenga de circunstancias para convencer a los últimos remisos. Los hechos posteriores demostrarían cuál era la verdadera intención del Gobierno de Madrid, del que en aquellos momentos era portavoz el propio Espartero.

Ya el artículo primero del Convenio de Vergara hacía muy problemáticas las seguridades dadas para la salvaguardia de la autonomía vasca. Su texto estaba redactado de la siguiente forma: “El capitán general don Baldomero Espartero, recomendará con interés al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros.”

Lo de “recomendar con interés” distaba mucho de la promesa de que su “espada será la primera que se desenvaine” para defender los fueros. Y en cuanto a la segunda parte, la tesis de que las Cortes de Madrid disponían de facultad para la “concesión o modificación de los fueros” representaba una completa violación del régimen autonómico del País Vasco.

Pero no acusemos sólo a Espartero de falta de palabra. Peor fue la actitud de los militares carlistas comprometidos con el pacto, que sacrificaron todo a su propia conveniencia, a la seguridad de su futuro.

¡ Y ahí sí que no se conformaron con promesas! Todo quedó perfectemente regulado y establecido. De los diez artículos del convenio, seis -del segundo al séptimo- estaban dedicados a garantizar, con el máximo detalle posible, el reconocimiento de grados, condecoraciones y empleos de los militares conformes en acomodarse a las exigencias de Madrid. Los tres artículos restantes se refieren a la entrega de material por los carlistas, a los prisioneros, y a la protección de viudas y huérfanos.

Nada más. (Siempre, al carlismo y al país, no le han ido nada bien los pactos y tratados con los militares) Por cierto que, unos meses después, el propio Maroto enviaría varias cartas a la reina gobernadora, a Espartero y al Ministerio de la Guerra para protestar de la falta de cumplimiento de algunas de las cláusulas del convenio, referentes… a viudas, huérfanos o situación especifica de antiguos compañeros. Lo foral seguía sin tener importancia para los mandos “convenidos”. Las cartas pueden verse en Vindicación del general Maroto.

Es decir, que siendo la cuestión foral el obstáculo principal para que el pueblo dejase las armas y la condición sine qua non reconocida por todos para llegar a un acuerdo, había quedado relegada casi a un simple formalismo sin importancia. De ahí la diferencia tan sustancial entre lo que había dicho Espartero y la redacción del artículo primero del Convenio. Los voluntarios desconocían esta redacción, que había quedado entre militares de ambos bandos, y fueron simplemente tranquilizados de palabra para reducir las últimas suspicacias. Pero las palabras desaparecían y lo escrito, que era lo verdaderamente importante, quedaba definitivamente como el auténtico espíritu del Convenio de Vergara”. Así Maroto quedó como el mayor traidor conocido en toda la historia del Estado Pasado el verano, pero aún viva la guerra que mantenía Cabrera, el Gobierno aceptó dar curso a la recomendación de Espartero. Presentando en las Cortes un proyecto de ley, que sería aprobado rápidamente, el 25 de octubre del mismo 1.839, con los votos de todos los diputados presentes -123- y los 73 senadores, y en cuyo texto se establecía:

Art. 1º Se confirman los fueros de las provincias Vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía.

Art. 2º El Gobierno, tan pronto como la oportunidad lo permita, y oyendo antes a las provincias Vascongadas y a Navarra, propondrá a las Cortes la modificación indispensable que a los mencionados fueros reclama el interés de las mismas, conciliado con general de la nación y de la constitución de la monarquía, resolviendo entretanto provisionalmente y en la forma y sentido expresados, las dudas y dificultades que puedan ofrecerse, dando de ello cuenta a las Cortes.

La ley, como vemos, estaba redactada de forma confusa y contradictoria. Si se confirmaban los fueros, ¿cómo podía mantenerse “la unidad constitucional de la monarquía”? Esto en cuanto al artículo 1º, que en lo tocante al 2º, bien se ve que violaba claramente el derecho de los vascos a legislarse a través de sus propias Juntas Generales sin interferencias de ningún poder.

Las actitudes claudicantes que podemos observar en los actuales gobiernos del PNV tienen su origen en aquellas diputaciones que funcionaron como auténticos gobiernos títeres del más rancio y antivasco liberal-capitalismo bilbainista. Un Real Decreto de 16 de noviembre de 1.839 estableció las condiciones con arreglo a las cuales se confirmaban los fueros. En definitiva, era un desarrollo articulado del espíritu de la anterior Ley de 25 de octubre. Las Diputaciones constituidas al amparo del Real Decreto estaban formadas a imagen y semejanza de los vencedores. De su “independencia” puede ser buena muestra el párrafo que a continuación reproducimos de una carta o mensaje de agradecimiento que la Diputación de Vizcaya, juntamente con el Ayuntamiento de Bilbao, dirigió a la reina gobernadora:

“Obligados por sus fueros a defender a su Señor y a seguirle en la guerra, todos ellos (los vizcainos) se levantaran en masa si es necesario, al llamamiento de vuestra majestad empuñaran de nuevo las armas, no las depondrán hasta haber destruido su último enemigo, y aquellos que engañados siguieron el bando del pretendiente borraran consu sangre, la sangre que malamente vertieron por él.”

Semejante barbaridad puede ser comparada como si, por ejemplo, hoy en día el Gobierno francés ensalzara al Mariscal Petain y manifestara que el Gobierno de Vichi fue el gran bien de la Francia ocupada. Los despropósitos del PNV al ensalzar aquellas diputaciones, ignoran la reacción popular y la siguiente guerra carlista en Euskal Herría. Guerra, por cierto, de voluntarios frente a un ejercito gubernamental.

Las Juntas Generales gozarían, por su parte, de idéntica “independencia”. Reunidas poco después de la publicación de Real Decreto, sus primeros acuerdos se encaminaron igualmente al loor y lisonja de los vencedores. La de Vizcaya, reunida en Guernica el 11 de diciembre, nombró diputado general a Espartero; la de Alava, en Asamblea General de 16 de diciembre, endosó al caudillo vencedor los títulos de “Protector del País Vascongado” y “Padre de la Provincia”, y para no quedarse atrás, la de Guipúzcoa, en sesión del 17, celebrada en Deva, designo al mismo hombre “Hijo Adoptivo de la Provincia “, amén de diputado general. Para que decir que todos estos acuerdos estaban convenientemente aderezados con entusiastas adhesiones a Isabel II y a la reina gobernadora, aprovechando el capítulo de gracias para elogiar a Maroto y a Muñagorri, entre otros artífices de lo de Vergara.

El servilismo -algunos tratadistas lo califican de oportunismo o maniobra para preservar en lo posible el régimen foral ante el desastre que se presumía- (ya hemos visto que el ataque foral viene de las Cortes de Cádiz) llegó a su zenit en el caso de la Diputación de Navarra, también constituida provisionalmente en 1.939 tras la conclusión del convenio. En una exposición dirigida el 24 de octubre por el expresado organismo a la reina gobernadora, y que puede entenderse como un respaldo al Real Decreto inmediatamente posterior, de que hemos hablado, la Diputación afirmaba cosas como éstas: “La Navarra quiere la Constitución del Estado del año 1837: esto es lo que ante todas las cosas quiere. Todo lo que tienda a tergiversar este hecho es falso y, además perjudicado a Navarra. Miles de navarros han derramado su sangre en los campos de batalla por ese ídolo, y miles de navarros están dispuestos a derramarla de nuevo antes que se les arrebate esa prenda de seguridad, esa garantía firme de las libertades públicas y el trono de Isabel II. También quieren los navarros sus fueros, pero no los quieren en su totalidad: no estamos en el siglo de los privilegios ni en tiempo de que la sociedad se rija por leyes del feudalismo. Cuando se han proclamado los principios de un ilustrada y civilizadora legislación. La Navarra no puede rehusarlos.”

Y reiteraba la misma Diputación -que, por cierto, se autocalificaba a sí misma en el documento de “provincial”, cuando hasta entonces el adjetivo era de “foral”- su adhesión al sistema constitucional en los siguientes términos: «Confírmense los fueros de Navarra salva la Constitución del Estado. Quede ilesa y preservada para Navarra la Constitución de la monarquía, y así habrá un lazo de unión y un norte fijo, que conducirá infaliblemente al puerto de salvación y evitará por siempre todo naufragio. Planifíquense los fueros, desde luego, en la Navarra, pero que sea siempre salva la Constitución, sea ésta su primera ley fundamental.”

Aparte del significado que quiera darse al documento, es interesante ver el concepto que los redactores del mismo tenían de los fueros, porque, según ellos, éstos eran “privilegios” y “leyes del feudalismo”, lo cual es bastante paradójico si pensamos que al mismo tiempo estaban pidiendo que se mantuviesen. El fallo residía, a todosluces, en que aquellos redactores eran liberales, por lo cual, y pese a su fuerismo, rendían sus propias libertades comunitarias a la abstracción constitucional que estimaban más acorde con el “siglo”. Su foralismo, si realmente existía, era subsidiario, sin fe alguna en las posibilidades de la evolución y reforma que un régimen de representación democrática, como el vasco o el navarro, podía ofrecer a través del cauce legislativo de unas Cortes regionales plenamente restauradas.

Porque era cierto que los fueros necesitaban de una actualización que les hiciese salir de su anquilosamiento multisecular y, en buena parte, clasista; pero nunca por ello podía someterse el sistema autonómico de un país a unas leyes generales, extrañas, en definitiva, y de las que, por supuesto, no saldría jamás la necesaria reforma legislativa foral.Y ya que hemos hablado de la posición contemporizadora -llamémosla así- de las nuevas Diputaciones establecidas por los vencedores, comparemos su actitud, nada preocupante para el Gobierno de Madrid, con la de los organismos homónimos en el territorio carlista, tanto en la primera como en la de Carlos VII. Estas últimas, lo hemos visto, no admitían la más mínima violación de sus propias autonomías. Ni una leve injerencia en sus gobiernos respectivos por parte de cualquier autoridad civil o militar carlista, aunque fuese la del rey. La diferencia estriba, pensamos, en que las Diputaciones carlistas estaban en manos de verdaderos convencidos de la tarea que desempeñaban, de auténticos fueristas que, ponían a su comunidad por encima de ideas y de hombres, y también en que eran representativos de quienes les habían elegido y de los que luchaban con las armas por lo mismo que ellos defendían en la administración. Su autoridad era indiscutible, lo cual, unido a que los gobiernos carlistas -por convencimiento o conveniencia- facilitaron esas realidades de independiente autogestión, hace que hoy contemplemos a las Diputaciones carlistas como la última ocasión de plenitud autonómica de nuestra historia contemporánea.

Dos años después, Espartero, ya dueño absoluto del poder tras haber sido designado Regente del Reino como consecuencia de la marcha de María Cristina en 1.840, promulgó un nuevo Real Decreto que aclararía definitivamente cualquier duda que aun existiese en torno al sentido antiforal de la política seguida por los vencedores. El Decreto, de fecha 29 de octubre de 1.841, se dictó con la excusa de “reorganizar la administración de las provincias Vascongadas” y para preservar “el principio de unidad constitucional sancionado en la Ley de 25 de octubre de 1.839”, como se decía en el encabezamiento del nuevo texto legal. Su fin era asestar el golpe de gracia a la menguada supervivencia autonómica vasca. El artículo 9º, concretamente, abolía la fundamentalísima institución del “pase foral”, arma legal de los vascos para defenderse de las arbitrariedades, intromisiones o injerencias legales del poder central. Dicho artículo estipulaba: “Las leyes, las disposiciones del Gobierno y las providencias de los tribunales se ejecutarán en las provincias Vascongadas sin ninguna restricción, así como se verifica en las demás provincias del reino,” El “pase foral” ya no se restablecería hasta que en la guerrade Carlos VII se restauraron en toda su integridad los regímenes autonómicos vascos.

En virtud de los demás artículos del Decreto, los vascos perdían asimismo el régimen especial de sus Ayuntamientos. Veían sustituidos los corregidores por jefes políticos nombrados por el Gobierno -los que posteriormente se denominaron gobernadores-.

Quedaron suprimidas las Juntas Generales -poder legislativo vasco- y las Diputaciones Generales -poder ejecutivo-, siendo reemplazadas por las Diputaciones Provinciales. Se impuso un sistema judicial igual al resto de la monarquía y, en general, toda la vida del país, en cualquiera de sus aspectos, quedó indefensa y a disposición del poder central. La resistencia a tales disposiciones fue mínima en el País Vasco. Alguna protesta de Alcalde, como la del de Azpeitia, que junto con todo su Ayuntamiento se negó a acatar a un jefe político impuesto -por lo que fue detenido-, y alguna fuerte discusión en la Cámara de Diputados o en el Senado originada por los representantes vascos. Nada más. El pueblo estaba cansado de guerra, la resistencia de Cabrera había cesado un año antes -no había, pues, peligro de una reactivación-, el territorio vasco seguía militarmente ocupado, y la articulación del sentimiento foral, al margen del carlismo, no se podría iniciar hasta 1.850.

Estaba prohibido hasta gritar “¡Vivan los fueros!”

La época de Baldomero Espartero: La epopeya carlista

Para enmarcar la época en la que vivió Espartero voy a dejar una serie de videos de la historia de aquella época, empezando por la época revolucionaria que vendría de la mano de Francia y Bonaparte, hasta la restauración de los borbones.

Interesante vídeo de la UNED de la historia desde la muerte de Fernando VII,  las guerras carlistas y el reinado de Isabel II. Vaya por delante que no estoy de acuerdo en todo lo que se dice, se presenta a los carlistas muy «románticos» cosa que no tuvieron, y a Maroto como traidor, cosa que no fue, al revés le traicionaron a él.

De cómo resumiría su vida D. Joaquín Baldomero Fernández-Espartero y Álvarez de Toro

Muchos de vosotros habéis leído mi libro sobre El General Espartero. Os dejo lo que fue la primera idea que me llevó a escribirla: Cómo describiría Joaquín Baldomero, su vida en un rápido resumen.

Me bautizaron Joaquín y apellidaron Baldomero-Espartero Álvarez de Toro. Mi madre se puso de parto un 27 de febrero de 1793 en Granátula de Calatrava, Cuidad Real y fue allí precisamente donde el destino me brindó una feliz infancia entre mis nueve hermanos.

Desde el principio, mi padre un simple carpintero de carretas, procuró que mis pasos se dirigiesen hacia los de un futuro hombre de iglesia. Tres de mis hermanos y una hermana ya lo eran pero yo no sentí esa vocación y por respeto no sabía muy bien como hacérselo saber son herirle. ¡Quien diría por aquel entonces que la invasión francesa me serviría de excusa para distraer sus proyectos!

Estudiaba artes y filosofía en la Universidad de nuestra Señora del Rosario de Almagro cuando nos invadieron los gabachos y me alisté en el regimiento de infantería de Ciudad Rodrigo junto a otros jóvenes para luchar contra ellos. Participé en la batalla de Ocaña, el asedio a Toledo y terminé en Cádiz como coronel de artillería. Si algo de bueno tenía la guerra era que nos permitía ascender vertiginosamente en el escalafón. Estuve destinado en Chiclana, Tortosa, Cherta y Amposta.

A partir de mi primer disparo, se podría decir que casi pasé un cuarto de siglo adherido a mi arma. Una vez expulsados los franceses y a punto de cumplir los 22 años acudí a la guerra de las colonias en el Perú a bordo de ‘La Carlota’ como oficial. En América pasé nueve años de mi vida y solo cuando regresé decidí encauzar mi vida hacia otros derroteros matrimoniando con Jacinta Martínez de Sicilia. Ella era una joven heredera que vivía en Logroño y me trasladé allí a vivir pues su dote al fin me brindaría la posibilidad de invertir en cosas a las que mi salario de militar nunca llegaría.

Participé en la primera guerra Carlista como general de las tropas Isabelinas y en contra del tío de la reina Isabel, el hermano del difunto Fernando VII pues el infante Don Carlos María Isidro que se quería hacer con la corona alegando su mejor derecho al trono como varón que era.  Mis triunfos en esta contienda contra los Carlistas, sobre todo a mi paso por Bilbao, Durango, Guernica y Villafranca me fueron recompensados con varias mercedes; entre ellas dos cruces laureadas de San Fernando, la gran cruz de Carlos III y la más grande de las condecoraciones, el Toisón de Oro.

Ser nombrado diputado en Cortes por Logroño en mis primeros pasos como político no fue nada con lo que me esperaba ya que pasado un tiempo sería agraciado con los títulos de Príncipe de Vergara y dos veces más grande de España con los ducados de la Victoria y Morella. El condado de Luchana y el vizcondado de Banderas quedarían en la retaguardia de mis múltiples nombres para que a mi muerte pudiese también honrar a los más pequeños de aquella prole que esperaba tener aunque ya por aquel entonces se hacía esperar demasiado.

Se que algún desgraciado envidioso osó comparar mis ascensos y lealtad para con la reina con los del defenestrado Godoy pero a mi aquello me resbalaba ya que aquel hundió a España en la miseria mientras que este servidor únicamente trabajaba para enaltecerla.

Las ideas liberalistas que calaron en mí desde la primera vez que las escuché cuando estuve en Cádiz mientras elaboraban la primera Constitución Española apodada por todos como ‘La Pepa’ se hacían cada vez más palpables en mi criterio político. Por ellas precisamente me exigía a mí mismo tanto o más de lo que cualquiera hubiese esperado de mí y sé que mis subordinados sufrían mis demandas con cierta reticencia, pero estaba claro que nada se lograría sin tesón, esfuerzo y suma eficacia. Las ocho veces que me hirieron en el campo de batalla apenas me pesaron sabiendo que serviría como ejemplo a la disciplina militar de mis oficiales.

Cuando fui nombrado presidente del Consejo de Ministros en 1840 tuve que dimitir por no encontrar el apoyo suficiente a mis propósitos pero vengado quedó mi desaliento cuando la mismísima reina regente, María Cristina; después del motín de la Granja de San Ildefonso y el alzamiento de otras grandes ciudades en su contra se exilió a Francia dejando en mis manos la regencia de la corona de España y de la mismísima reina niña en su minoría de edad.

Los 169 votos de las Cortes a favor de mi regencia contra los 103 que mi opositor  Agustín Argüelles por fin me dieron la victoria absoluta en 1841. Mi dura política fiscal y mi autoritaria de gobernar no gustó y los alzamientos se sucedieron hasta que nos vimos obligados a bombardear Barcelona causando más víctimas de las deseadas. Muchos de mis asesores me advirtieron entonces de las consecuencias que aquello me podría acarrear pero muy a mi pesar no encontré otra solución para salvar a España de la debacle en la que estaba sumida.

Fue tal la presión a la que estuve sometido que al final por no causar más derramamiento de sangre, me vi obligado a disolver las cortes en 1843 y voluntariamente exiliarme en Inglaterra. Cuando cuatro años después la reina Isabel me nombró senador y embajador plenipotenciario de la Gran Bretaña, supe que el tiempo de reconciliación no estaba lejano y que muy pronto regresaría con el reconocimiento debido. A la espera de ello, los ingleses me agasajaron de mil y una maneras a pesar de que mi voluntad no era otra que vivir en el exilio austeramente.

Cuando al fin regresé decidí pasar lo mas inadvertido posible en mi casa de Logroño. Solo asistí al bienio progresista como ministro junto a mi antiguo y querido amigo el general O, Donnell.

Pasados aquellos convulsos años y cuando en 1868 la reina Isabel II fue destronada, Prim y Pascual llegaron a ofrecerme la corona de España pero la rechacé. Cumplidos los ochenta, ya no me sentía con fuerzas para luchar por mi patria como antaño y al plantearme estos la duda de a quien nombrar Rey de entre varios candidatos, esta fue mi respuesta:
«Díganles de mi parte que la abandonen por completo y que alarguen el paso en el camino de la constitución monárquica del país. Que desistan de traer al solio español a ningún príncipe extranjero porque eso sería prolongar la peligrosa interinidad en que vivimos…»

El elegido finalmente fue Amadeo de Saboya que apenas fue coronado vino a visitarme en Logroño. Le recibí con prevención pero al conocerle bien después de los dos días que estuvo alojado en mi propia casa pensé que podría ser un buen Rey de España. S. M. agradecido por los mil y un consejos que le di en cuanto regresó a Madrid me otorgó el tratamiento de Alteza Real y Príncipe de la Vergara.

No sería el último gobernante de una ideología u otra que llegué a conocer ya que expulsado el anterior y durante la primera república vino a visitarme Estanislao Figueras y a posteriori restaurada la monarquía de nuevo le seguiría el Rey Alfonso XII. A este último por mi avanzada vejez, no pude ir a recibirlo a la estación como me hubiese gustado.  Viví mis últimos años tranquilo y acompañado por mis amigos y vecinos hasta que murió Jacinta mi mujer. La soledad me invadió al no haber querido Dios concedernos la concepción de un solo hijo y sería mi sobrina Eladia la que me atendería los últimos meses de mi vida por lo que en agradecimiento le dejé mi fortuna.

La época de Baldomero Espartero: Por la senda liberal y las guerras carlistas

Y continuando con esta serie de videos de historia de la época de Espartero, os dejo este de Por la Senda Liberal.

Fernando VII, visto el pueblo y que peligraba su reinado, no tuvo otra que aceptar el liberalismo, aquello de marchemos pro la senda liberal y yo el primero, apartando el absolutismo que había sido su forma de gobierno.

Después de su muerte se levantaría en armas su hermano para reclamar el trono que derogada la ley sálica, dejó a Isabel II.

En estas guerras carlistas sería donde Espartero hizo y deshizo, a veces obedeciendo, a veces tomando decisiones por cuenta propia, habida cuenta que María Cristina estaba dispuesta a negociar matrimonio con el pretendiente al trono Isidro, absolutista radical. cosa que no era del agrado de Espartero, la involución que supondría en España la vuelta al absolutismo y a la gobernanza de la iglesia.

En la guerra Carlista, en su resolución, hay cosas curiosas como la intervención de un arriero, Tío Martín, quien sería primordial para la consecución del Abrazo de Vergara, como cuento en la biografía de Espartero.

Memoria de España – Por la senda liberal

 

La época de Baldomero Espartero: Vivan las caenas

Y visto lo visto, como resistió España, en diciembre de 1813 Bonaparte propuso firmar un acuerdo en la localidad francesa de Valençay, por el que el emperador Napoleón Bonaparte ofreció la paz y reconocía a Fernando VII como rey de España. Y es que la guerra de la Independencia nunca fue lo que planeó Napoleón, en particular por el deterioro de las tropas francesas por el continuo acoso que la guerra de guerrillas y otras formas de guerra no convencional que utilizaron los españoles y los ingleses (apoyando a España en este caso por su rivalidad con Francia, eso si apoyando poco, más enredando que otra cosa y de paso llevándose de España alguna de nuestras joyas artísticas, sobre todo cuadros).

Hay que decir que el tratado no entró en vigor en España ya que las Cortes y la Regencia en Madrid no lo aceptaron. Fuera como fuere Espartero estaba en esa época en la que debía decidir. Habían sucedido muchas cosas en su vida pasando por el suspenso en el segundo curso por unos motivos inexplicables (y tanto es así que hubo una protesta formal de contrastar exámenes de los aprobados con el suyo, que se saldó nombrándole subteniente), a la vez que, y por aquello de que los astros confluyen de vez en cuando, sucedieron dos cosas que le ayudaron a decidir su futuro:

  • El encuentro casual con un cura exclaustrado de Aldea del Rey, quien hablando de todo y nada, le aconsejó que hiciera carrera militar con Morillo, ya que la suya de filosofía no tenía mucha salida.
  • Porque por el tratado de Valençay volvió el absolutismo a España con Fernando VII, cosa que no era del agrado de un liberal como Espartero.

En esta ocasión os dejo este enlace al video de, «Vivan las caenas», como gritaba la gente deseando la vuelta del Rey Fernando VII, del que luego detestarían por su política. Pero eso es harina de otro costal, Azañón ya nos lo contará.

La época de Baldomero Espartero: A la sombra de la revolución

Para enmarcar la época en la que vivió Espartero voy a dejar una serie de videos de la historia de aquella época, empezando por la época revolucionaria que vendría de la mano de Francia y Bonaparte, hasta la restauración de los borbones.

En esta ocasión os dejo este enlace al video de Memoria de España, «A la sombra de la revolución».

En Europa soplaban vientos de cambio. El pueblo francés a la cabeza se levantó asaltando la Bastilla.

Mientras en España el reinado de Carlos IV, de manos de su valido Manuel Godoy, pasaba por épocas bajas. A la vez las clases pudientes y la iglesia conspiraban, utilizando para ello al Príncipe de Asturias, el que sería después Fernando VII. Si, el hijo del rey conspiró contra su padre, y sobre todo contra Godoy al que consideraba el mal de todos los males, a la vez que hablaba de su madre como de una cualquiera por su amistad con el que fue Príncipe de la Paz.

La mecha de la revolución prendió en el pueblo, asaltando el palacio de Godoy y a continuación yendo a por el rey. Detrás estaba Napoleón, quien movía los hilos de un Fernando VII que le adoraba y le había escrito alabándole como emperador.

Al final en Bayona Napoleón reuniría a Fernando VII, para que devolviera la corona a su padre Carlos IV, y después éste lo hiciera en su hermano José Bonaparte. Mientras padre gritaba al hijo que «era tonto de capirote».

¿Te parece ficción? Espero que poro a poco la Novela de Azañón, que estoy escribiendo, cuente con sus peripecias lo que fue la España convulsa de esa primera mitad del siglo XIX.