LA REGENCIA DE ESPARTERO (1840-1843)
La constitución del Ministerio-Regencia bajo la dirección de Espartero el 16-10-1840, significó un cambio de rumbo en la situación por la que atravesaba España. Una vez que quedó abolida la fatídica ley de ayuntamientos; la fama y el apoyo popular del nuevo mandatario contribuyeron al inmediato repliegue del proceso revolucionario y a que la situación política del país comenzara a discurrir por los cauces de la normalidad; a pesar de las exigencias de sectores radicales del progresismo, pronto desautorizados por Espartero, que pretendían cambios y reformas políticas al margen del texto constitucional.
En la cúspide de su gloria el primer problema político, al que tuvo que hacer frente el jefe del gabinete, fue poner en vigor una nueva regencia de acuerdo con lo que establecía la propia Constitución de 1837 (según la cual, en sus artículos 57 y 60, la regencia podía ser desempeñada por 1,3 ó 5 personas según decisión parlamentaria, a quién también correspondía su decisión), circunstancia que marcó el inicio de una lenta pero progresiva erosión política cuyo final fue su caída del poder. Como buen militar y en consonancia con unas lógicas apetencias de prestigio y poder pretendía ser elevado al cargo de Regente único en contra de una importante facción de su partido, que se inclinaba por la regencia de tres. La votación conjunta del Congreso (con mayoría progresista) y Senado (con mayoría moderada) el 20-5-1841 se decidió por la regencia unitaria y por la persona de Espartero (179 votos), gracias a la decisión de los moderados de apoyar su candidatura en detrimento de la de Agustín Argüelles (103 votos). La decisión de los senadores moderados estaba perfectamente orientada al despresdtigio del general, cuyo orgullo e incapacidad política conocían y esperaban su rápido deterioro político si gobernaba en solitario en lugar de asociado a otras personalidades del progresismo con mayor capacidad y pericia en la cosa política.
Los problemas de la Regencia de Espartero: A pesar de la fama y predicamento popular del nuevo Regente, pocos gobernantes han sufrido un proceso de desprestigio político tan rápido y radical como el que vivió este en sus poco más de dos años de mandato (el pueblo español que había proclamado a Espartero como su ídolo, pasó en poco tiempo “de la ideolatría al entusiasmo, del entusiasmo a la adhesión, de la adhesión al respeto, del respeto a la indiferencia, de la indiferencia al odio, y del odio a lanzarlo a tierras extrañas donde pudiera entregarse al olvido de sus funestos errores o al melancólico recuerdo de sus glorias pasadas”),
La designación de regente había fracturado el partido progresista en dos facciones (unitarios y trinitarios); unas diferencias que se fueron ahondando a medida que el Regente en simpleza militar (creía que la labor y las funciones de un jefe de estado no excluían su capacidad de mando y decisión), comenzó a implicarse en la constitución de ministerios sin tener en cuenta los deseos y opiniones de los principales dirigentes del partido y a nombrar para los principales puestos de la milicia a militares pertenecientes a su cículo de allegados (los “Ayacuchos”) saltándose escalafones y méritos militares; lo que levantó el consiguiente malestar entre muchos generales que pronto pasaron a la oposición y, en su mayoría, a integrarse en una organización secreta antiesparterista (“la Orden Militar Española”) dirigida por el “gran espadón” de los moderados: Ramón Mª Narváez y financiada por María Cristina desde el exilio parisino. Un acontecimiento relacionado con la actuación de elementos del ejército vino a provocar un estado de opinión generalizado contra Espartero. En octubre de 1841, fracasó un intento de golpe castrense contra el Regente en el que estaba implicados generales del prestigio O´Donell, Concha, Montes de Oca y Diego de León; la aventura terminó con la condena y ajusticiamiento de este último el 15-10-1841, a pesar de las unánimes voces que se levantaron en todo el país para que Espartero amnistiara al afamado héroe de Belascoaín, sin duda uno de los generales del ejército español más queridos y admirados por el pueblo (viva Isabel II gritaba mientras moría).
Así pues la actividad de la oposición no tardó en encontrar terreno abonado, ensanchándose paulatinamente sus bases a medida que transcurría el periodo y como consecuencia de los continuos desaciertos de la política gubernamental. Las ya de por sí tensas relaciones entre la Santa Sede el régimen liberal español desde que en 1835 abandonara España el Nuncio de su Santidad, alcanzaron su punto álgido con la política anticlerical del gobierno y, en concreto, el relanzamiento y ampliación del proceso desamortizador (se aceleran las medidas progresistas y así se completa la desamortización con la expropiación y venta de los inmuebles que la Iglesia tenía en la ciudades), la renovada obligación de juramento constitucional al clero y el proyecto de Ley de Jurisdicción eclesiástica del 13-12-81; lo que provocó una serie de episodios que llevaron a la práctica ruptura de las relaciones entre Madrid y Roma (una denuncia papal por el estado de cosas por el que estaba atravesando la Iglesia en España, fue considerada por el ministro de justicia como una “declaración de guerra contra la seguridad pública y la Constitución” procediendo de inmediato a la supresión de la Congregación para la Propagación de la Fe; lo que dio pie para que el Papa respondiera con una encíclica condenatoria 22-2-1842), y al creciente malestar entre los católicos españoles.
El progresivo debilitamiento del apoyo social a Espartero sufrió un brusco acelerón como consecuencia de la política económica desplegada por sus gabinetes. En este sentido hay que situar el origen del conflicto en la relativa liberalización de las importaciones de productos manufacturados que recogía la polémica ley de Aranceles de 1841, normativa que venía a sustituir la de 1825 y claramente contraria a los intereses de la burguesía industrial catalana que veía en la relativa liberización de los textiles británicos, la ruina de la industria nacional al abrirse el mercado español a tales productos.
El malestar de los catalanes se extendió por todo el país para adquirir perfiles de agitación social cuando se corrió la noticia de que el Regente iba a sancionar un tratado comercial con Inglaterra en el que, entre otras cuestiones, se contemplaba la cesión de algunos enclaves territoriales en la Guinea española. (algunos islotes deshabitados para establecer carbonerías).
En los últimos meses de 1842, la ciudad de Barcelona, cuya actividad económica se vio paralizada como consecuencia de la crisis general que entonces afectaba a toda Europa, fue escenario de un movimiento subversivo contra el gobierno del Estado a cuya política arancelaria se achacaban todos los males por los que atravesaba Barcelona.
La contundente respuesta de Espartero no se hizo esperar; el 3 de diciembre de 1842 él mismo personalmente dirigió la represión del alzamiento sometiendo a la ciudad a un bombardeo sistemático desde Monjuic (400 edificios destruidos o incendiados), y una vez controlada la situación, impuso una contribución especial a los barceloneses. La implacable actitud del Duque de la Victoria, dispuesto a sentar el principio de autoridad en buena lógica castrense a cualquier precio, arruinó su prestigio político al perder desde ese momento el apoyo incondicional que le había dispensado la influyente burguesía industrial catalana, cuyos elementos mas significativos pasaron a engrosar el partido Moderado.
Disueltas las Cortes en enero de 1843 y celebradas elecciones; la inestabilidad política que vivía España lejos de desaparecer fue creciendo ante la cada vez mayor incapacidad de Espartero para formar gobiernos estables por el rechazo de los dirigentes progresistas a brindarle su apoyo parlamentario (fracaso del ministro Rodil, dimisión de José María López y oposición frontal al gabinete Gómez Becerra). El enfrentamiento entre el poder ejecutivo y el congreso de los diputados hizo que progresistas y moderados cerraran filas contra el Regente, después del famoso “Dios salve al país, Dios salve a la Reina” con que concluyó un demoledor discurso el 20 de mayo de 1843. La inmediata clausura y disolución de las Cortes por parte del gobierno fue la señal para que se generalizara un movimiento revolucionario en las principales capitales del reino, en el que moderados y progresistas hacían causa común en el objetivo prioritario de expulsar al Regente del poder. El enfrentamiento entre fuerzas militares al mando del general Narváez y un ejército comandado por el general esparterista Seoane en Torrejón de Ardoz el 21-7-1843 decidió la suerte del alzamiento y el obligado exilio a Inglaterra del Duque de la Victoria.