Bajo la luz tenue de una luna que construye la cuna donde se mece la noche de la mancha granatuleña, paseaba lento mientras la imaginación no dejaba de volar hacia ese cielo infinito manchado de estrellas. La brisa de la noche acariciaba su cara mientras en sus ojos se clavaban las figuras que dibuja la carreta de la osa mayor con la menor.
Aún en su memoria resonaba la canción de mago, qué duermas bien mi dulcinea: Dejaré verte crecer, me marcho a vivir donde habita el olvido, intentaré buscar el camino. Cada vez que intento perder el miedo a caer me tropiezo en mi mismo. Se miro las manos y la tristeza se apoderó de él, ¡qué difícil es coger el agua con los dedos!, – pensó.
En su andar desmoronaba ese suelo volcánico, ya tenuemente iluminado por el resplandor que allá en el horizonte anunciaba la llegada del nuevo día, y en su sonido se componía la banda sonora de la vida.
Recordaba la noche de fiesta del año anterior y ese pregón del imaginario Sancho acompañado de su amigo Don Quijote, donde sin saber aún sí fue una vivencia irreal o un sueño real, paseaba por nuestras tierras manchegas. Se acordó del caballero andante y se sintió un poco así, como el mal andante caballero que nunca fue pero que había siempre rodeado su existencia. Acaso toda su vida se había dejado llevar por un montón de locuras, de ideales irreales, de sueños embrolladores pero no embusteros. Se entristeció aún más. Quizás su existencia sólo había sido eso un torpe caminar en busca de desfacer entuertos ajenos y fue como el agua del río empujada, llevada hacia el mar quiera o no. «Tuvo a todo el mundo en poco, fue el espantajo y el coco del mundo, en tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco», las palabras de D. Alonso Quijano rebotaban en su mente.
Andando pisaba la vereda donde Don Quijote libró la batalla de los Galeotes. zas, tin, ton… Podía escuchar los golpes contra los guardianes que llevaban a Galeras a los presos. Y también pudo escuchar las piedras que golpeaban a D. Quijote después de liberarlos, como premio a su locura idealizada, maltrecho y dolorido no podía entender cómo después de desfacer entuertos contra desvalidos su premio era ser lapidado. Incomprendido.
Seguía pensando: Y esta Mancha que aquí parece empezar, que aquí abre camino sin final,… es antesala del Universo, que sigue siendo el milagro del pan y del vino, eso que bien sabéis vosotros, hombres sufridos en la tierra donde:…. las cebadas, trigales, avenas y centenos, han dado vida y solera a años de lontananza en ese risueño campo con el sol campesino de amores. Aquí empiezan los ocres dorados, los sienas tostados al trasluz de un sol radiante, casi asesino, que amamanta los atardeceres hermosos.
Granátula es tierra que rozó el bueno de Don Quijote y que, llegase a ser tan hidalga como Don Alonso Quijano, pero tan humana y tan fiel, como el bueno de Sancho Panza, porque llegando camino de las Cañadas, reales de apellido, y de esa Mancha tan llana, se encuentra este lugar, diferente y distinto, cuna de Oretanos y obispos, estirpe calatraveña, tierra propensa a crear linajes, hombres ilustres de genio innovador, a veces levantisco, cuna de iluminados, hombres de la iglesia y de las armas como nuestro ilustre D. Baldomero, Espartero conocido en todo el mundo, riqueza de la cultura, la vuestra que es, también la nuestra.
Y así ensimismado dio un tropezón y levantando la vista:
– ¡Eh señó! Buenos días.
– Una niñita, preciosa, morena, ojos castaños… ¡Eh! Sí. Hola Dulcinea
– ¡Se acuerda de mí!
– Cómo no recordarte. ¡Cada día estás más guapa! Mi Hada.
– Uy, bueno ya sabe que mi nombre no es Dulcinea.
– Sí pero para mí eres Dulcinea, aquella mujer cuyo origen no importaba sólo que era el sueño del caballero. Sueños… ¡qué difícil es tenerlos sin quedar fuera de la realidad!
Se ruborizó un poco.
– Muchas gracias. Me siento como esa hada con tus palabras. Pero ¿qué haces por aquí?
– Difícil pregunta, mejor dicho compleja respuesta. Como el caballero andante que tanta fama dio a nuestra tierra, ando perdido, errante. Demasiados sueños en mi faltriquera que para más ende tiene un roto en el fondo. ¿Sabes? Creo que necesito un poco de tu magia, ¿qué hiciste con la varita, toda hada que se precie tiene una?
Dulcinea esbozó una sonrisa en su cara.
– ¿Pero a tus y tantos aún sigues creyendo en las hadas?
Puso una sonrisa un tanto pícara.
– Creo que sé lo que intentas decirme, al final la magia se compone de pequeñas cosas, de pequeños momentos, que tienen su seducción, su embeleso, la atracción… Pero no puedo creer que necesites esa magia, el señor de los sueños.
Volvió a tropezar y despertó del espejismo de Dulcinea y de los sueños. Y como Calderón recordó que los sueños, sueños son…
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
destas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Y es que los tiempos cambian, así de sencillo. Ahora, las bellas mozas van enjutadas luciendo torso, escote y entre falda de poca tela que con retal se adereza, enjaulan su esbeltez entre tacones, menos lejanos que aquellos de nuestro Pedro Almodóvar. Lejanas quedan, por tanto, aquellos ropajes de nuestras madres y abuelas, con ancha saya de verbina, sobre un refajo o dos de bayeta amarilla y arriba, jubón negro, y… ¡osado sería y la Inquisición, que también dejó huella en nuestro pueblo, bien cumpliría, el que por suerte y más bien eran tiempos de desgracia, pudiese ver tobillo al bies, con piel o sin ella¡. Buenos tiempos para los jovenzuelos que hacían despertar su imaginación en vuelo constante para saber que habría debajo de jubón, saya o mantón.
Tiempos distintos, ahora todo el mundo te llama amigo por algún suceso insignificante que haya sucedido entre los dos, pero olvidan que la amistad es más que el trato superficial entre tú y nosotros y que consiste en procurar siempre el bien del otro sin que a ti te importe secundar tus necesidades a las del camarada. «Si da el cantaron en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro». Un verdadero amigo jamás te haría daño, ni aunque fuera por tu propio bien.
Pero la amistad es algo distinta al cántaro y se lima con la relación. Siempre recordaré el dicho que cita mi madre «el roce hace el cariño». Y deseo creer que las personas tienen permanentemente el deseo de olvidar aquellas rencillas que atrás limaron buenas relaciones. Debe haber refuerzos amorosos en encuentros ya consumados y flechazos nuevos que hagan rechinar los cascabeles del corazón; debe enjugarse el llanto en raudales de alegría; debe beberse de la pócima del buen rollo, del roce amigable, del beso juguetón, de la carcajada airosa junto a un buen vino. Pero eso sí siendo fieles a nosotros mismos y huyendo del advenedizo que mal trago tiene.