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La Estafa de los Vencedores

Siempre he considerado que la libertad de expresarse, sin faltar a los demás, es uno de los verdaderos principios que rigen la democracia y nuestra Constitución. En esta ocasión os dejo un artículo que me enviaron desde Bilbao, donde se expresan los sentimientos contrariados por el alcance que tuvieron los Fueros que fueron pactados en el Convenio de Vergara. Siempre es importante conocer todos los puntos de vista.

 

Como es bien sabido, la garantía de mantener los regímenes especiales fue el señuelo decisivo que se utilizó para poner fin a las guerras carlistas en los territorios del Norte donde tan vivo estaba el sentimiento autonómico. Lo cual demuestra, una vez más, que los fueros constituyeron un motor de primera importancia para arrastrar a los voluntarios en favor de la causa representada por don Carlos.

En la primera guerra, las intrigas, que desembocaron en el Convenio de Vergara, fueron dirigidas fundamentalmente a persuadir a los combatientes de que sus respectivos fueros serían respetados si deponían cuanto antes las armas, mientras que los pondrían en peligro si, por el contrario, prolongaban la lucha. La maniobra iba dirigida de manera especial al elemento popular carlista. Al militar de graduación, se la aseguró que grados, condecoraciones y honores le serían respetados, y parece que eso les bastó para allanarse. A nosotros ahora sólo nos interesan las promesas forales hechas al pueblo, y cómo fueron cumplidas por los vencedores. Esto es lo que vamos a estudiar a continuación, tanto en lo que atañe a ña contienda primera como a la del 72-76, porque las dos tuvieron desenlaces paralelos y consecuencias idénticas.

“PAZ Y FUEROS”

Parece ser que las maniobras para lograr el desfonde del campo carlista se iniciaron, en la primera guerra, en el año 1.835, concretamente el 18 de febrero, cuando se presento en Madrid el escribano José Antonio Muñagorri (liberal y centralista antepasado de la familia Caro Baroja) con la propuesta de iniciar una contraofensiva foral, que habría de partir de los propios vascos, y que tendría como objetivo primordial crear un estado de desconfianza entre los combatientes en cuanto a los objetivos por los que luchaban. El proyecto no se materializó, sin embargo, hasta 1.838, cuando se alzó con unos 300 hombres al grito de “PAZ Y FUEROS”. Alzamiento que, como era de esperar no tuvo éxito alguno, pero que sembró una cierta inquietud entre los voluntarios vascos, cansados de la ya excesivamente larga guerra. Sin ninguna duda, el famoso liberal-fuerismo de los Baroja está originado en un intento de justificación vasquista de un antepasado liberal-burgues-mercantilista.

Otro de los personajes más efectivos apareció en escena el mismo año. El más interesante de todos ellos sería el madrileño, de padres guipuzcoanos, Eugenio Aviraneta Ibargoyen. Avinareta fue el más inteligente de cuantos intrigantes existieron en todo el siglo XIX. A él se debe fundamentalmente que el proyecto de conseguir la paz a todo trance tuviese éxito entre los combatientes carlistas. El mismo narra, en una Memoria dirigida al Gobierno español (Madrid, 1.844, 2ª edición), el desarrollo de las actividades encaminadas a conseguir la descomposición en el ejército de don Carlos. So habilidad llegó al extremo de utilizar al mismo Maroto, enfrentándolo con el rey; otras, haciéndole aparecer como su más leal general, y como traidores a los que realmente eran carlistas. Pero dejemos estas intrigas de gabinete y salas de banderas, y veamos cómo preparó al pueblo para sus manejos.

Los vascos que apoyaban a don Carlos, aunque cansados de tanta guerra, no mostraban recelo hacia sus mandos ni inquietud alguna respecto al futuro que aguardaba a su país bajo el régimen carlista. Había, pues, que despertar el sentimiento racial vasco, exacerbando su innato foralismo, para que se produjese un inmediato enfrentamiento con los restantes voluntarios de otros territorios, es decir, con los combatientes conocidos por el genérico de “castellanos”. Para lo cual empieza Aviraneta por culpar con machacona insistencia a los “castellanos” carlistas de todas las calamidades de la guerra y del incierto futuro de los vascos en un panfleto redactado por él a tal fin, bajo el título de Carta que escribe un labrador vascongado a un hojalatero, al que pertenecen estos párrafos:

“En tiempo del rey Fernando VII vivíamos los vascongados en halagüeña paz, éramos felices y nuestra prosperidad se aumentaba de día en día bajo la observancia de nuestras antiguas leyes o fueros que heredamos de nuestros mayores. Todo el mundo podía reconocerlo. Apenas el rey cerró los ojos vinieron inmediatamente unos cuantos castellanos holgazanes (Verástegui y Alzaa parece que eran castellanos así como los miembros de las Juntas Generales de Bizkaia, Araba y Gipuzkoa) a engañar a los honrados y nobles vascongados, sublevándolos contra su hija querida de aquél, bajo el pretexto de defender la religión y los fueros, cuando nadie pensaba en atacarlos en lo más mínimo (véase el Discurso preliminar de las Cortes de Cádiz así como el real decreto de 30 de noviembre de 1.833) (…). Al principio de la guerra, vascongados era el famoso Zumalacarregui, (¿) que esos haraganes e incapaces castellanos hicieron matar; vascongados fueron también otros muchos compañeros de aquel varón ilustre que han muerto en las batallas. Después vino una cáfila de flojos castellanos, que necesitan macho o burro para trasladarse de un punto a otro. Ellos trajeron un hombre, que llaman rey, hermano de Fernando y tío de la reina de Castilla, con ánimo de quitar, a costa de nuestra sangre, la corona a su sobrina, no de conservar nuestros fueros (…). Sois una pesada carga y en Castilla mismo os tienen bastante odio o el mayor aborrecimiento. Esto es cierto y vemos, sin embargo, que los castellanos, llenos de rencor con la ira de tigre, son los dueños de nuestra juventud, de nuestros pueblos y de nuestras haciendas, dominando a todos los vascongados. Tengamos paz, y si esas gentes son tan valientes y fuertes, que se vayan a los anchos campos de Castilla.”

El panfleto, traducido y repartido profusamente también en vasco, produjo un efecto inmediato. Una corta Memoria de los comisionados de la línea de Hernani, que Aviraneta incluye en su obra para dar más carácter de autenticidad a la relación de sus intrigas, los firmantes del documento dicen, refiriéndose a la citada “carta” y a sus consecuencias: “Arreglado a sus órdenes (a las de Aviraneta) se introdujo en el campo enemigo, esparramando los papeles en los pueblos y batallones, que los leyeron con avidez, como cosa no vista hasta entonces en el suelo vascongado. -Desde aquella época data el principio de la creación del gran deseo de la paz en todas las clases de país dominado por el enemigo. Allí empezó esa especie de contagio moral, que por días e instantes fue fermentando y se hizo una necesidad”. De esta “PAZ”, falsamente creada, todo el Estado y toda la nación vascongada seguimos padeciendo sus consecuencias.

Efectivamente, la siembra dio pronto sus frutos: la descomposición se extendió por todo el campo carlista. Los militares, asimismo bien trabajados, sólo aspiraban a mantener sus grados mediante un acuerdo que se los garantizase; Para ello apoyaron en buen número, consciente o inconscientemente, la maniobra, mientras el pueblo ya sólo deseaba la paz con la inexcusable condición de conservar sus libertades forales. La urgencia de consolidar lo que el arduo trabajo de los conspiradores había conseguido inspiró al general Maroto -ya simple instrumento de la maniobra- la publicación, el 25 de agosto de 1.839, de una proclama, en la que fingía la visita de unos emisarios del campo enemigo con varias proposiciones para deponer las armas, entre ellas: “Reconocimiento de los fueros provinciales en toda su extensión” y “reconocimiento de todos los empleos y condecoraciones en el ejercito, dejando al arbitrio el ascenso o premio de alguno que se considerase acreedor a ello”. El documento fue dirigido a todos los militares, a las Diputaciones y, posteriormente, hecho público. La maniobra era perfecta, porque en la proclama se preguntaba a los destinatarios qué postura había de adoptarse ante tan óptimas proposiciones, y el pueblo, deseoso de terminar la guerra, podría exigir después responsabilidades a sus organismos autónomos caso de que estos las rechazasen.

Dos divisiones, la de Guipúzcoa y la de Vizcaya, cayeron en la trampa, y en sus contestaciones dieron libertad a Maroto para concretar el convenio, puntualizando, para más seguridad, la de Vizcaya que en las posibles negociaciones se tuviese como “base principal la conservación de los fueros. Poco después se dio a conocer el proyecto de convenio.

Pero debido a que la cuestión foral no quedaba suficientemente garantizada. Algunos cuerpos de ejercito comprometidos rehusaron adherirse. En la obra Vindicación del general Maroto (Madrid 1.846) se dice concretamente que los batallones guipuzcoanos que cubrían la línea de Andoaín rechazaron el convenio, fundados “en que se faltaba a lo principal que los había estimulado antes a intentar separarse de ella  (de la causa de don Carlos), y era la conservación de los fueros”.

No sólo fueron los guipuzcoanos los que resistieron al pacto en un principio. Otras fuerzas siguieron su ejemplo y por las mismas causas. Ello desesperó al general Espartero quien el día 1 de septiembre de 1.839, al siguiente de firmarse el Convenio de Vergara, lanzo una proclama especialmente dirigida a alaveses y navarros, más remisos que los demás a aceptar el acuerdo -Navarra jamás se adheriría-, en la que amenazaba a estos pueblos con represalias si no deponían inmediatamente las armas: ”Que no me vea en el duro y sensible caso de mover ostilmente el numeroso y disciplinado ejército que habéis visto. Que los cánticos de paz resuenen donde quiera que me dirija.” No obstante aún duraría la resistencia popular. El coronel Wilde, comisionado del Gobierno Británico para conseguir la paz a todo trance, lo reconocía así en un informe dirigido secretamente al Foreign Office desde Vergara el 5 de septiembre del mismo año -recogido, al igual que la anterior proclama, de la obra El campo y la Corte de don Carlos (Madrid 1.840)-, donde decía: “Los vizcaínos, sin embargo, conservan todavía las armas y han manifestado estar dispuestos a conservarlas hasta que se resuelva la cuestión de los fueros.”

Inglaterra tenía importantes inversiones e influencias económicas en el Norte, especialmente en el País Vasco, y más exactamente en Bilbao. -Las Juntas Generales de Bizkaia impedían la comercialización del mineral de hierro vizcaíno y esperaban los británicos del liberalismo su pronta liberalización ya que solo podían comerciar con productos ya elaborados- Durante la primera etapa del conflicto, Inglaterra exigió ya al gobierno de don Carlos la toma de la plaza para concederle préstamos y hasta para otorgarle su reconocimiento, al menos como beligerante. Fracasado el sitio de Bilbao, que costaría la vida a Zumalacarregui, el Gobierno de Londres vio más posibilidades en Madrid, y al triunfo de este bando dirigió sus esfuerzos. A los -mal llamados- liberales les envió Inglaterra toda clase de ayudas, desde armas hasta un cuerpo armado. Sin embargo, la lucha se alargaba y su indeciso desenlace podía resultar peligroso para los intereses británicos en el caso de un triunfo carlista. Ante ello, Londres inició la gran ofensiva diplomática: se estudiaron las aspiraciones o motivaciones populares de los voluntarios carlistas y se establecieron agentes cerca del territorio, especialmente en la frontera francesa.

Ya hemos visto, que Muñagorri se presento en Madrid, en enero de 1.835, para proponer un alzamiento anticarlista al grito de “paz y fueros”. Pues bien, en el mes de junio del mismo año, el periodico inglés Morning Chronicle publicó un artículo sobre el tema, al que pertenece el siguiente párrafo: “Conviene aconsejar al Gobierno de Cristina que proclame públicamente y asegure de un modo positivo a las provincias del Norte que sus fueros y privilegios serán guardados”. Lo cual muestra una curiosa coincidencia de tiempo entre la propuesta inglesa y el inicio de la conspiración; coincidencia que se acentúa si reparamos en que la pequeña fuerza alzada por Muñagorri fue abastecida y armada por el comodoro inglés lord Hay, jefe de la estación naval inglesa de Pasajes, quien además, proporcionó asesores ingleses para instruir debidamente a los comprometidos.

Lo curioso es que, pese a todo ello, Inglaterra no perdió sus contactos con el Gobierno Carlista, por si los acontecimientos no se desarrollaban a favor de Madrid. Y aunque no oficialmente, sino a través de particulares, las negociaciones para proporcionar empréstitos y armas a los carlistas ser mantuvieron hasta casi el final de la guerra.

Ciertas casas inglesas -también hubo bancas francesas- se pusieron en contacto con agentes de don Carlos para concederle un empréstito por un importe de 500 millones de reales. Aviraneta -que nos narra las negociaciones acaecidas en 1.838- se atribuye el éxito de haber conseguido su fracaso. Como vemos, a Londres le importaba especialmente y por encima de todo que, fuese cual fuese el resultado del conflicto, sus intereses en España no saliesen afectados.

Pero de toda la intervención inglesa, lo más interesante para nuestro trabajo es la clara visión del problema que Londres tuvo desde un principio, y que se refleja claramente en los secretos informes intercambiados con sus agentes, así como en las sugerencias que dirigió al Gobierno de Madrid, todo ello recogido en la obra antes citada, “El campo y la Corte de don Carlos”. Dada la extensión y el elevado número de estos documentos, aquí sólo reproduciremos dos de las proposiciones que el Gobierno Británico hizo al de Madrid para que sobre ellas se firmase el acuerdo: “Segunda. El reconocimiento de sus empleos y sueldos a los generales y oficiales de las tropas carlistas, y un olvido completo de todo lo pasado por lo relativo a delitos políticos. -Cuarta. Que se conservarán los fueros e instituciones locales de las provincias vascongadas, en cuanto dichos fueros e instituciones sean compatibles con el sistema de gobierno representativo adoptado en toda España y con la unidad de la monarquía española.”

El documento, mandado a su representante en España por el Foreign Office, tiene fecha 10 de agosto de 1.939. El general Maroto, como se recordará. Hizo públicas unas proposiciones prácticamente iguales el día 25 de agosto, es decir, solo unos días después, los indispensables para que llegase una carta a Madrid, y de Madrid al campo carlista…

La resistencia cedió, por último, en el norte, y la guerra terminó para vascos y navarros. Los voluntarios, aunque no con mucho convencimiento, aceptaron las vagas promesas de respeto de los fueros hechas por Espartero y volvieron a sus casas. En el ánimo de los combatientes había llegado a pesar en forma decisiva el deseo de paz, más aún cuando sus propias familias les instaban a deponer las armas; unas familias que también habían sido hábilmente trabajadas por los conspiradores en la retaguardia haciéndoles ver la ruina en que se encontraban sus tierras a consecuencia de la prolongada contienda, y de todos es conocida la psicología del medio agrario. Don Carlos pasó la frontera el 14 de septiembre de 1.839.

Sólo quedaron luchando Cabrera en el Maestrazgo y el conde de España, en Cataluña. Pero por poco tiempo, porque un año después, en 1.840, los últimos restos de los batallones carlistas pasarían a Francia tras el general tortosino, asediado por un ejército infinitamente superior, resultante de la concentración de todas las fuerzas cristinas antes traídas de en la pacificación del Norte. Se inauguraba con ello una estrategia que en la guerra de Carlos VII se reproduciría, pero al revés: terminación de la lucha en el País Valenciano y Cataluña, y posterior concentración de efectivos en el País Vasco Navarro. Veamos ahora las consecuencias que en cuanto a los fueros vascos tuvo la victoria liberal sobre los carlistas.

Los voluntarios, ya lo hemos apuntado, dejaron las armas con la general esperanza de que, si no iban a acrecentarse sus libertades, se mantendrían, al menos, en su total integridad los fueros, tan escrupulosamente respetados por el gobierno de don Carlos. El propio Espartero les había dado en diversas ocasiones seguridades en tal sentido. Incluso en el mismo Vergara, el duque de la Victoria les había dicho: ”No tengáis cuidado, vascongados; vuestros fueros serán respetados y conservados, y si alguna persona intenta moverse contra ellos, mi espada será la primera que se desenvaine para defenderlos.” La arenga sería solo eso: una arenga de circunstancias para convencer a los últimos remisos. Los hechos posteriores demostrarían cuál era la verdadera intención del Gobierno de Madrid, del que en aquellos momentos era portavoz el propio Espartero.

Ya el artículo primero del Convenio de Vergara hacía muy problemáticas las seguridades dadas para la salvaguardia de la autonomía vasca. Su texto estaba redactado de la siguiente forma: “El capitán general don Baldomero Espartero, recomendará con interés al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los fueros.”

Lo de “recomendar con interés” distaba mucho de la promesa de que su “espada será la primera que se desenvaine” para defender los fueros. Y en cuanto a la segunda parte, la tesis de que las Cortes de Madrid disponían de facultad para la “concesión o modificación de los fueros” representaba una completa violación del régimen autonómico del País Vasco.

Pero no acusemos sólo a Espartero de falta de palabra. Peor fue la actitud de los militares carlistas comprometidos con el pacto, que sacrificaron todo a su propia conveniencia, a la seguridad de su futuro.

¡ Y ahí sí que no se conformaron con promesas! Todo quedó perfectemente regulado y establecido. De los diez artículos del convenio, seis -del segundo al séptimo- estaban dedicados a garantizar, con el máximo detalle posible, el reconocimiento de grados, condecoraciones y empleos de los militares conformes en acomodarse a las exigencias de Madrid. Los tres artículos restantes se refieren a la entrega de material por los carlistas, a los prisioneros, y a la protección de viudas y huérfanos.

Nada más. (Siempre, al carlismo y al país, no le han ido nada bien los pactos y tratados con los militares) Por cierto que, unos meses después, el propio Maroto enviaría varias cartas a la reina gobernadora, a Espartero y al Ministerio de la Guerra para protestar de la falta de cumplimiento de algunas de las cláusulas del convenio, referentes… a viudas, huérfanos o situación especifica de antiguos compañeros. Lo foral seguía sin tener importancia para los mandos “convenidos”. Las cartas pueden verse en Vindicación del general Maroto.

Es decir, que siendo la cuestión foral el obstáculo principal para que el pueblo dejase las armas y la condición sine qua non reconocida por todos para llegar a un acuerdo, había quedado relegada casi a un simple formalismo sin importancia. De ahí la diferencia tan sustancial entre lo que había dicho Espartero y la redacción del artículo primero del Convenio. Los voluntarios desconocían esta redacción, que había quedado entre militares de ambos bandos, y fueron simplemente tranquilizados de palabra para reducir las últimas suspicacias. Pero las palabras desaparecían y lo escrito, que era lo verdaderamente importante, quedaba definitivamente como el auténtico espíritu del Convenio de Vergara”. Así Maroto quedó como el mayor traidor conocido en toda la historia del Estado Pasado el verano, pero aún viva la guerra que mantenía Cabrera, el Gobierno aceptó dar curso a la recomendación de Espartero. Presentando en las Cortes un proyecto de ley, que sería aprobado rápidamente, el 25 de octubre del mismo 1.839, con los votos de todos los diputados presentes -123- y los 73 senadores, y en cuyo texto se establecía:

Art. 1º Se confirman los fueros de las provincias Vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía.

Art. 2º El Gobierno, tan pronto como la oportunidad lo permita, y oyendo antes a las provincias Vascongadas y a Navarra, propondrá a las Cortes la modificación indispensable que a los mencionados fueros reclama el interés de las mismas, conciliado con general de la nación y de la constitución de la monarquía, resolviendo entretanto provisionalmente y en la forma y sentido expresados, las dudas y dificultades que puedan ofrecerse, dando de ello cuenta a las Cortes.

La ley, como vemos, estaba redactada de forma confusa y contradictoria. Si se confirmaban los fueros, ¿cómo podía mantenerse “la unidad constitucional de la monarquía”? Esto en cuanto al artículo 1º, que en lo tocante al 2º, bien se ve que violaba claramente el derecho de los vascos a legislarse a través de sus propias Juntas Generales sin interferencias de ningún poder.

Las actitudes claudicantes que podemos observar en los actuales gobiernos del PNV tienen su origen en aquellas diputaciones que funcionaron como auténticos gobiernos títeres del más rancio y antivasco liberal-capitalismo bilbainista. Un Real Decreto de 16 de noviembre de 1.839 estableció las condiciones con arreglo a las cuales se confirmaban los fueros. En definitiva, era un desarrollo articulado del espíritu de la anterior Ley de 25 de octubre. Las Diputaciones constituidas al amparo del Real Decreto estaban formadas a imagen y semejanza de los vencedores. De su “independencia” puede ser buena muestra el párrafo que a continuación reproducimos de una carta o mensaje de agradecimiento que la Diputación de Vizcaya, juntamente con el Ayuntamiento de Bilbao, dirigió a la reina gobernadora:

“Obligados por sus fueros a defender a su Señor y a seguirle en la guerra, todos ellos (los vizcainos) se levantaran en masa si es necesario, al llamamiento de vuestra majestad empuñaran de nuevo las armas, no las depondrán hasta haber destruido su último enemigo, y aquellos que engañados siguieron el bando del pretendiente borraran consu sangre, la sangre que malamente vertieron por él.”

Semejante barbaridad puede ser comparada como si, por ejemplo, hoy en día el Gobierno francés ensalzara al Mariscal Petain y manifestara que el Gobierno de Vichi fue el gran bien de la Francia ocupada. Los despropósitos del PNV al ensalzar aquellas diputaciones, ignoran la reacción popular y la siguiente guerra carlista en Euskal Herría. Guerra, por cierto, de voluntarios frente a un ejercito gubernamental.

Las Juntas Generales gozarían, por su parte, de idéntica “independencia”. Reunidas poco después de la publicación de Real Decreto, sus primeros acuerdos se encaminaron igualmente al loor y lisonja de los vencedores. La de Vizcaya, reunida en Guernica el 11 de diciembre, nombró diputado general a Espartero; la de Alava, en Asamblea General de 16 de diciembre, endosó al caudillo vencedor los títulos de “Protector del País Vascongado” y “Padre de la Provincia”, y para no quedarse atrás, la de Guipúzcoa, en sesión del 17, celebrada en Deva, designo al mismo hombre “Hijo Adoptivo de la Provincia “, amén de diputado general. Para que decir que todos estos acuerdos estaban convenientemente aderezados con entusiastas adhesiones a Isabel II y a la reina gobernadora, aprovechando el capítulo de gracias para elogiar a Maroto y a Muñagorri, entre otros artífices de lo de Vergara.

El servilismo -algunos tratadistas lo califican de oportunismo o maniobra para preservar en lo posible el régimen foral ante el desastre que se presumía- (ya hemos visto que el ataque foral viene de las Cortes de Cádiz) llegó a su zenit en el caso de la Diputación de Navarra, también constituida provisionalmente en 1.939 tras la conclusión del convenio. En una exposición dirigida el 24 de octubre por el expresado organismo a la reina gobernadora, y que puede entenderse como un respaldo al Real Decreto inmediatamente posterior, de que hemos hablado, la Diputación afirmaba cosas como éstas: “La Navarra quiere la Constitución del Estado del año 1837: esto es lo que ante todas las cosas quiere. Todo lo que tienda a tergiversar este hecho es falso y, además perjudicado a Navarra. Miles de navarros han derramado su sangre en los campos de batalla por ese ídolo, y miles de navarros están dispuestos a derramarla de nuevo antes que se les arrebate esa prenda de seguridad, esa garantía firme de las libertades públicas y el trono de Isabel II. También quieren los navarros sus fueros, pero no los quieren en su totalidad: no estamos en el siglo de los privilegios ni en tiempo de que la sociedad se rija por leyes del feudalismo. Cuando se han proclamado los principios de un ilustrada y civilizadora legislación. La Navarra no puede rehusarlos.”

Y reiteraba la misma Diputación -que, por cierto, se autocalificaba a sí misma en el documento de “provincial”, cuando hasta entonces el adjetivo era de “foral”- su adhesión al sistema constitucional en los siguientes términos: «Confírmense los fueros de Navarra salva la Constitución del Estado. Quede ilesa y preservada para Navarra la Constitución de la monarquía, y así habrá un lazo de unión y un norte fijo, que conducirá infaliblemente al puerto de salvación y evitará por siempre todo naufragio. Planifíquense los fueros, desde luego, en la Navarra, pero que sea siempre salva la Constitución, sea ésta su primera ley fundamental.”

Aparte del significado que quiera darse al documento, es interesante ver el concepto que los redactores del mismo tenían de los fueros, porque, según ellos, éstos eran “privilegios” y “leyes del feudalismo”, lo cual es bastante paradójico si pensamos que al mismo tiempo estaban pidiendo que se mantuviesen. El fallo residía, a todosluces, en que aquellos redactores eran liberales, por lo cual, y pese a su fuerismo, rendían sus propias libertades comunitarias a la abstracción constitucional que estimaban más acorde con el “siglo”. Su foralismo, si realmente existía, era subsidiario, sin fe alguna en las posibilidades de la evolución y reforma que un régimen de representación democrática, como el vasco o el navarro, podía ofrecer a través del cauce legislativo de unas Cortes regionales plenamente restauradas.

Porque era cierto que los fueros necesitaban de una actualización que les hiciese salir de su anquilosamiento multisecular y, en buena parte, clasista; pero nunca por ello podía someterse el sistema autonómico de un país a unas leyes generales, extrañas, en definitiva, y de las que, por supuesto, no saldría jamás la necesaria reforma legislativa foral.Y ya que hemos hablado de la posición contemporizadora -llamémosla así- de las nuevas Diputaciones establecidas por los vencedores, comparemos su actitud, nada preocupante para el Gobierno de Madrid, con la de los organismos homónimos en el territorio carlista, tanto en la primera como en la de Carlos VII. Estas últimas, lo hemos visto, no admitían la más mínima violación de sus propias autonomías. Ni una leve injerencia en sus gobiernos respectivos por parte de cualquier autoridad civil o militar carlista, aunque fuese la del rey. La diferencia estriba, pensamos, en que las Diputaciones carlistas estaban en manos de verdaderos convencidos de la tarea que desempeñaban, de auténticos fueristas que, ponían a su comunidad por encima de ideas y de hombres, y también en que eran representativos de quienes les habían elegido y de los que luchaban con las armas por lo mismo que ellos defendían en la administración. Su autoridad era indiscutible, lo cual, unido a que los gobiernos carlistas -por convencimiento o conveniencia- facilitaron esas realidades de independiente autogestión, hace que hoy contemplemos a las Diputaciones carlistas como la última ocasión de plenitud autonómica de nuestra historia contemporánea.

Dos años después, Espartero, ya dueño absoluto del poder tras haber sido designado Regente del Reino como consecuencia de la marcha de María Cristina en 1.840, promulgó un nuevo Real Decreto que aclararía definitivamente cualquier duda que aun existiese en torno al sentido antiforal de la política seguida por los vencedores. El Decreto, de fecha 29 de octubre de 1.841, se dictó con la excusa de “reorganizar la administración de las provincias Vascongadas” y para preservar “el principio de unidad constitucional sancionado en la Ley de 25 de octubre de 1.839”, como se decía en el encabezamiento del nuevo texto legal. Su fin era asestar el golpe de gracia a la menguada supervivencia autonómica vasca. El artículo 9º, concretamente, abolía la fundamentalísima institución del “pase foral”, arma legal de los vascos para defenderse de las arbitrariedades, intromisiones o injerencias legales del poder central. Dicho artículo estipulaba: “Las leyes, las disposiciones del Gobierno y las providencias de los tribunales se ejecutarán en las provincias Vascongadas sin ninguna restricción, así como se verifica en las demás provincias del reino,” El “pase foral” ya no se restablecería hasta que en la guerrade Carlos VII se restauraron en toda su integridad los regímenes autonómicos vascos.

En virtud de los demás artículos del Decreto, los vascos perdían asimismo el régimen especial de sus Ayuntamientos. Veían sustituidos los corregidores por jefes políticos nombrados por el Gobierno -los que posteriormente se denominaron gobernadores-.

Quedaron suprimidas las Juntas Generales -poder legislativo vasco- y las Diputaciones Generales -poder ejecutivo-, siendo reemplazadas por las Diputaciones Provinciales. Se impuso un sistema judicial igual al resto de la monarquía y, en general, toda la vida del país, en cualquiera de sus aspectos, quedó indefensa y a disposición del poder central. La resistencia a tales disposiciones fue mínima en el País Vasco. Alguna protesta de Alcalde, como la del de Azpeitia, que junto con todo su Ayuntamiento se negó a acatar a un jefe político impuesto -por lo que fue detenido-, y alguna fuerte discusión en la Cámara de Diputados o en el Senado originada por los representantes vascos. Nada más. El pueblo estaba cansado de guerra, la resistencia de Cabrera había cesado un año antes -no había, pues, peligro de una reactivación-, el territorio vasco seguía militarmente ocupado, y la articulación del sentimiento foral, al margen del carlismo, no se podría iniciar hasta 1.850.

Estaba prohibido hasta gritar “¡Vivan los fueros!”

El día del Ángel

Colaboración de Eulogio Carretero Bordallo

(Primer Domingo de Marzo)

Las golondrinas llegaban a mediados de marzo. Ya “el Día del Ángel” se veían las primeras golondrinas revoloteando por las calles, haciendo sus filigranas, sumándose al festejo. La gente decía que todos los año eran las mismas, y que el invierno ya había pasado…

(De Sinfonía de un lugar)

VOLVER, como vuelven las distinguidas y familiares golondrinas, todos los años, tras el frío y crudo invierno.

Como vuelven las cigüeñas sobre sus nidos de sarmientos, altas y señoriales, ¡encimica de la torre de la iglesia!

Como vuelve a florecer la alegre y colorida primavera sobre los campos, y a vestirse los árboles de nuevo…

¿Acaso no es motivo de festejo y celebración, volver? Poder volver, al lugar de origen y celebrar sus fiestas:

Volver a recorrer el camino hasta la ermita, como todos los años. Poder volver a celebrarlo con la familia, los amigos…

La música, el baile y la alegría, es volver a celebrar en parte, el festejo de la vida. O al menos así debería ser.

Participar de sus fiestas, conservar sus tradiciones y costumbres, es enriquecer la cultura de un pueblo.

EL CAMINO DE LA ERMITA: UNA MIRADA AL PASADO

Había una cruz en el camino hacia la ermita: “la Cruz Blanca” le decíamos. Y un carapuchete de piedra semiderruido ya hace tiempo junto a una noria…

¡Las norias! Cómo han cambiado su tradicional forma de sacar el agua. ¿Dónde quedó la pesada rueda de cangilones movida por los burros?

¿Dónde quedaron los burros? El doméstico animal indispensable de utilidad en todas las faenas del campo: la labranza, el trasiego, la trilla…

¿Dónde quedó toda esa cotidianidad, esa forma de vida. Esos utensilios que un día nos fueron tan necesarios?

En “el Día del Ángel” los carros eran el medio de transporte tradicional y familiar para llegar a la ermita a cinco kilómetros desde el pueblo.

¿En que lugar de la memoria yace todo en el olvido?

¡Bailad, bailad, romeros, y divertíos!

Había unos olivares y unos almendros que por el tiempo ya habrán florecido. ¿Habrá algo más natural e impresionante que un almendro en flor?

Me viene a la memoria la originalidad de aquel rey moro de Granada que para complacer a su esposa o demostrarle que el también podía

hacer nevar en primavera, mandó sembrar todo un valle de almendros para que cuando floreciesen, cubriesen ¡ T O D O D E B L A N C O !

¡Comprenderás, M I R E I N A, que puede nevar en primavera. Y que en la primavera las nieves suelen ser más cálidas…!

¿Habrá algo más espectacular y conmovedor que todo un valle de almendros en flor contemplado desde las almenas de un castillo?

¡Bailad, bailad, romeros, y divertíos!

Había unos campos de viñas y un cielo amplio y abierto allá donde mirases. Todo en torno eran montañas lejanas, verdosas, grisáceas, azuladas…

Desde este punto del camino sólo se llegaba a ver la torre de la iglesia, el pueblo quedaba desaparecido por completo tras la nueva línea

horizontal de la carretera de circunvalación. Es el progreso, la new wave que llega, que avanza transformando costumbres, formas, paisajes…

Algo a lo que nos debemos ir acostumbrando, cambiando la mirada. Resulta artificioso, chocante a los que ya estábamos hechos a la vieja estampa.

¡La primavera ha venido. Un instante me quedo mirando el arriate de paredes blancas, sus cipreses… altos, silenciosos, entristecidos…

Tocando el cielo… ¡Se fueron! Cierro los ojos, moviendo la cabeza de un lado a otro: ¡Se han ido! …y nadie sabe cómo ha sido!

¡Bailad, bailad, romeros, y divertíos!

Llegando al camino de la vereda que se cruza con este perpendicularmente, más cerca o más lejos puedes alcanzar a ver algún rebaño de ovejas pastando.

Antiguamente era un camino de paso, una cañada real por donde se conducía el ganado trashumante de una región a otra.

En la guerra, este fue utilizado como campo de aviación. Hay unos refugios que aún se conservan desde entonces…

Y la bajada hacía el río o el pantano: ¡No sé si este año vendrá crecido, o si aún se dejará ver el viejo puente romano!

No, aún no se ha caído. Me alegra comprobarlo y me sorprende su fortaleza. Su lenta agonía ante el paso indiferente de los humanos.

Su resurgir sobre las aguas un tiempo, para volver a ser de nuevo sepultado. Es la lucha y la esperanza por la supervivencia. ¿Cuánto tiempo más su agonía?

Antiguamente, no hace tanto tiempo, una década quizás siempre se cruzaba por este puente para poder ir a la ermita.

Yo lo recuerdo. ¡Cuántos recuerdos! ¡Cuánta historia oculta aún en estos lugares, …y cuánto olvido!

¡Bailad, bailad, romeros, y divertíos!

Según las investigaciones, se trata del Puente Tardorromano de Publio Baebios Venustus, que se podría fechar del siglo III según consta en la inscripción hallada en sus inmediaciones, y que se puede contemplar en el rellano de la escalera del Ayuntamiento de Almagro…

La Ermita está levantada sobre las ruinas de Oreto, de orígenes Ibéricos, Romanos y Visigodos… (Hoy en periodo de excavaciones).

Esta ciudad de Oreto, de gran extensión y densamente poblada en la antigüedad inició su proceso histórico a finales del siglo V antes de Cristo. Desapareciendo y siendo totalmente despoblada a partir de la llegada de Fray Raimundo de Fileto, fundador de la naciente Orden Militar de Calatrava.

Los árabes, en su lenguaje alegórico, dieron a Oreto el nombre de Zuqueca: es decir, “Lugar de Ruinas”. Nombre que a finales del siglo XIII se dio a la Virgen, conocida hasta hoy como Virgen María de Oreto y Zuqueca.

ANTECEDENTES HISTORICOS SOBRE “EL DIA DEL ANGEL”

En el siglo XV, el priorato de Zuqueca estaba incluido en los términos y pertenencias de Moral, según señaló la Orden de Calatrava al hacer a este pueblo independiente…

Su justicia pues, ejercía actos de jurisdicción civil y criminal tanto en la dehesa como en la ermita, y esto nunca fue del agrado del concejo de Almagro ni de los vecinos de Granátula (entonces aldea). Siendo por lo cual objeto de acaloradas disputas y rencillas.

En el año 1579 la discordia tomo tal cariz, que reunidos los pueblos comarcales “El Día del Ángel” a la celebración de la fiesta tradicional, comenzaron cada uno de los pueblos la defensa de sus derechos a la fuerza: un muerto y varios heridos fue el resultado de aquella contienda.

El Alcalde Mayor de Almagro impuso a los del Moral, entre otras penas, la de perder el derecho o preeminencia jurisdiccional que tenían en este priorato…

LA ERMITA DE ZUQUECA

Decían que el ermitaño, sabía mucho de todo esto. Se había pasado toda su vida aquí en la ermita. La ermita, que está situada al margen del río Jabalón, en medio de dos cerros: de Los Obispos y de Oreto, y cercada a su vez de gruesos árboles…

En otro tiempo, cuando el río venía caudaloso, pasaba a orillas, besando sus cimientos. Hay quien dice que cuando se desbordaba, la ermita quedaba cubierta por el agua.

Esta ermita, junto con la Virgen, es la más antigua de toda esta comarca. La Virgen de Oreto y Zuqueca, la patrona del pueblo, la única que se salvó de la quema durante la guerra.

El alcalde, un tal San Roma, tal vez por devoción o consciente de su valor histórico, la mandó tabicar en una habitación de la ermita y tenerla bajo custodia, para que nadie -ni unos ni otros, ni buenos ni malos- pudiesen tocarla.

Mucha gente ha venido descalza hasta aquí para cumplir sus promesas. Dicen que ha hecho muchos milagros. Dentro del santuario hay brazos, manos y pies de cera colgados de sus paredes. Son las ofrendas que se les hacían a la virgen: un pie de cera o un brazo, si éste se le curaba…

Para celebrarlo, todos los años, “El Día del Ángel”, el primer domingo de marzo, los vecinos de esta localidad y alrededores, lo festejan con una romería a la ermita. Últimamente tienen que traer la Virgen desde el pueblo, porque desde que murió el ermitaño ya nadie ha querido vivir en la ermita… Simplemente, se van perdiendo las costumbres.

* * *

<<Esto es Granátula de Calatrava. Es un lugar pequeño de La Mancha. Se llama así porque hace mucho tiempo, según cuenta una vieja leyenda, “vivía una reina que se llamaba Tula, y era la dueña de estas tierras, que tenían unos graneros donde almacenaban las cosechas que cogían. De ahí su nombre: graneros de Tula, Granátula”

Y “de Calatrava” porque tiempo después, allá por el siglo XII perteneció a la orden religiosa de su mismo nombre. No sé si lo habrán oído o si vendrá quizás en el mapa, porque es un pueblo muy pequeño pero muy bonito… ¡Y además, aquí, también nació El General Espartero!>>

(Para incluir en Sinfonía de un Lugar: Apéndice Segundo)

10 -02 -02. Eulogio Carretero Bordallo

Sofía

Y ahora que estamos en la celebración de los difuntos y de todos los santos, recupero este artículo.

[Colaboración de Rafael Castellanos Solana]

Hoy es un día en el que no sé si podré leer lo que aquí tengo escrito pues las lágrimas se apresuran copiosas por mis ojos y un nudo me aprieta de tal manera la garganta que apenas me deja tragar saliva… pero tengo que hacerlo antes de que te vayas definitivamente… antes de que te lleven de una vez y nos dejes para siempre…

Hoy es un día absurdo… un día que jamás tuvo que nacer… un día en el que nos dejas de modo permanente… un día en el que casualmente nadie nos ha preguntado si existe tan solo un motivo para que tengas que partir y dejarnos aquí solos, sin tu presencia física… solamente con tu recuerdo…

Nadie nos lo preguntó…

Hoy es un día en el que todos los recuerdos (¡Por Dios… hay tantos…!) se nos vienen a la cabeza con cada golpe de sangre que nos manda el corazón… el mismo que repartiste entre los cuatro… aquel corazón que empezó a dejar de ser tuyo cuando nació el primero… hace tantos años ya…

Es curioso… pero hoy es el día en el que me pregunto (nos preguntamos) por qué extraña y desconocida razón un hijo no puede devolverle la vida a la mujer que un día, quizá ya lejano se la dio a él… lo justo –y por derecho necesario- sería que si tu nos diste la vida, nosotros, tus hijos, pudiéramos devolvértela ahora a ti… esa vida que ahora te falta… esa vida que fue tuya y que entregaste a la nuestra…que dedicaste en cuerpo y alma… desinteresadamente… una vida de sacrificios… viviendo por y para nosotros…

Una vida que no fue tuya… que fue nuestra… porque… ¿Cuántas noches en vela… cuántas sin dormir…? ¿Cuántas lágrimas has echado por mi -por nuestra- culpa…? ¿Cuántos desvelos por un constipado… por que hemos salido una noche y no sabes si estamos con el coche o no…? ¿Cuántos disgustos porque no queríamos comer… porque no quisimos estudiar… porque después de una boda ha venido una separación…? y SIEMPRE… SIEMPRE… tuviste una sonrisa… una palabra amable… y silencio… siempre silencio para no hacernos daño con tus opiniones… con tus ideas… con todo lo que pensabas y te callabas para no hacernos daño…

Y nosotros hemos estado ciegos… no hemos visto más allá de lo que teníamos delante de nuestras narices… y pensábamos que todo iba bien… que todo estaba correcto… porque callabas y nos dabas la razón…

Me gustaría decirte tantas y tantas cosas que, por dejación, no te he dicho cuando debería haberlo hecho… ahora es tarde y no sé si me estás oyendo… y, quizá, por eso, por si  aún sigues ahí, quiero hacer mías las palabras de Diana Navarro… que canta en un disco suyo y dicen así…

 

“Caricia de mi tristeza,

Bálsamo de mi dolor,

Fuente de sabiduría,

Lucero de mi mañana,

Salud de mi enfermedad,

Manantial de mi alegría,

Consuelo de mis errores,

Copa de mi realidad,

Torre de mi valentía,

Pulso de mi corazón,

Grito de mi rebelión,

Viento de mi fantasía,

Rabia de mi libertad,

Ángel de mi soledad,

Madre mía, madre mía.”

Me gustaría ser más inteligente para poder buscar en un diccionario alguna palabra tan corta como la de MADRE y que contuviera tanto significado como esa… porque una madre es, o al menos debería serlo para todos, una consejera, una amiga, una enfermera, una confesora, una maestra, una economista, un pozo de dulzura, de sentimientos… tantas y tantas cosas que se acaban hoy aquí y que la cantante resume de muy buen grado…

Tengo que terminar. No puedo seguir… las lágrimas -nunca pensé que pudiera tener tantas- de mis ojos me impiden la visión y siento que el nudo de mi garganta es cada vez más fuerte… por no hablar de la presión que siento cada vez con más fuerza en mi pecho…

Solamente me queda decirte, en mi nombre y en el de mis hermanos, que no te olvidaremos nunca y darte las gracias por la vida que nos diste y que nos has dedicado… sin interés alguno…

Siempre te llevaremos en lo más profundo de nuestro corazón y en nuestro pensamiento.

Adiós MADRE… Hasta siempre.

 

Rafael Castellanos Solana

Hablando con Miguelillo

Colaboración de Eulogio Carretero Bordallo

Para mis sobrinos: Ulises, Jennifer y Patricia

Es parte de nuestro legado, la conservación

de la Naturaleza.

¡No queramos ingenuamente destruirla!

Este cielo, Miguelillo, que esta noche ves ¡Tan cargado de estrellas! Ya existía hace miles de años, ocupando estos mismo lugares. ¿Podrías decirme tú desde cuando? ¿Tú, no has tenido nunca, la curiosidad desmesurada de contar las estrellas? Se dice, que todos los años lucen estrellas nuevas. ¿Tú, podrías adivinar cuales? También que otras viejas se apagan. ¿Sabrías tú decirme dónde? Ves aquella que tanto resplandece. ¿Te imaginas que no estuviese mañana. Qué nadie se hubiese dado cuenta? ¿Tú no has visto cruzar los cometas, en esas noches eufóricas de verano? ¿Dónde caen… Las estrellas que caen?

De pequeño, Miguelillo, me las imaginaba, semejantes a esos cohetes de pólvora que suben cada vez mas altos ¡Incendiados hacia el cielo! Dejando un rastro de chispas tras de si ¡Chsss…! Hasta que explotan, en una luz fuerte, brillante y un ruido seco ¡Plof! reventando en el cielo. Y vuelven a caer luego, sus finas varillas inanimadas en la calle, por los huertos o en los tejados, ya apagadas. Yo recuerdo, que corríamos después los niños de entonces, entusiasmados, lleno de curiosidad a encontrarlas. “¡Ten cuidado, -me decían mis padres- no vayas a quemarte con las varas!” Era, mi admiración por la pólvora y los fuegos artificiales.

A mi, Miguelillo, me sorprendía ver, que tras esa estela luminosa que dejan las estrellas por el cielo, al desaparecer no lo hiciesen con una luz fuerte y una estruendosa explosión, como lo hacían los cohetes… Y si caían después, ¿dónde caían?

Yo, Miguelillo, había oído decir, que algunas de esas estrellas fugaces llegaban a caer aquí en la tierra. O mejor, justo detrás de las montañas, como decían siempre mis padres. En realidad, según mis padres, todo sucedía detrás de las montañas. ¡Nos engañaban. Nos engañaban siempre! Porque Madrid se encontraba, justo detrás de las montañas, y todos esos otros países lejanos, Europa, África, América, también se encontraban detrás de las montañas e incluso al otro lado de Madrid. O incluso había que cruzar el mar. Pero el mar se encontraba también detrás de las montañas, o al menos, eso nos decían. ¡Nos engañaban siempre! O vete tu a saber, nos decían que para qué queríamos saber eso. Muchas cosas Miguelillo, yo estoy seguro, que no las sabían ni ellos.

Mis dimensiones al respecto por entonces, no eran aún muy exactas. Todo lo imaginaba relativamente cerca, relativamente pequeño. Tan pequeño quizás como era yo entonces, como eres tú prácticamente. La verdad es que hoy todavía, Miguelillo, me gustaría aprender mucho más al respecto.

La primera vez que fui a Madrid, tendría yo diez años y he de confesar que no me gustó tanto. Me faltaba el aire, la luz, el paisaje al que me había acostumbrado. Me vine corriendo, para seguir corriendo por estos campos y estos lugares.

¿Y el mar…? ¡La primera vez que vi el mar! Tendría ya veinte años… Tú, Miguelillo, ya sabes como es el mar. Desde antes que lo supieras ya lo tenías delante, mirándolo, jugando con tu cubo pequeño a meterlo en el agujero de la arena. ¡Que ingenuo eras de pequeño. Que ingenuos somos…! De pequeños, creemos que de mayores lo sabremos todo, y de mayores nos damos cuenta, de lo poco que sabemos. Seguimos creyendo, esperando ese día. El día, de no saber nada y haberlo olvidado todo… Ya tu, te darás cuenta. ¡Que ingenuos somos. Que poco sabemos siempre!

Madrid era, las calles grandes, las casas altas… Los edificios, los coches, los trenes: la gente yendo en todas direcciones, de una lado para otro como sin rumbo fijo o sin saber hacia donde. ¡Gente, gente, gente! nunca se quedaban las calles vacías. Fue algo que no llegué a entender, hasta pasado algún tiempo. ¡Nunca imaginé tantos campos, tantas montañas, tantos pueblos, tantos cielos por medio! hasta llegar a Madrid. Nunca había estado tan lejos. Fue un gran paso, un gran descubrimiento, algo necesario de averiguar y descubrir.

Y Madrid fue poco después, el regreso, la estancia definitiva, el día a día. Los coches, la gente, los trenes, la lucha y la batalla diaria. El trabajo… Pero Madrid, Miguelillo fue y sigue siendo, El Retiro, La Casa de Campo, La Plaza de Oriente, La Puerta del Sol, El Museo del Prado… ya lo iras tu descubriendo.

Antes Miguelillo, se viajaba mucho menos. Se nacía y se moría uno, prácticamente sin haber salido del lugar de origen, prácticamente sin haber visto otros países, otras ciudades ni otros monumentos. ¡Y el mar…! Muchos de ellos Miguelillo, diría, que morían sin haber visto el mar. El apego a la tierra donde se nacía era sagrado. Se pasaban las tradiciones y las haciendas de padres a hijos, generación tras generación; toda una costumbre, toda una vida en el mismo lugar. Y de salir, nunca era por bien, sino por motivo familiar o de salud…

Como te decía Miguelillo, antes se viajaba mucho menos, apenas si había coches. ¡Y el tren…! Suponiendo que fueses en tren, que escasamente hace ciento cincuenta años de su presencia recorriendo algunas distancias, allá por el año 1.850… Después se fueron abriendo nuevas líneas, que fueron recorriendo por toda España, y su presencia se fue haciendo mas cotidiana… Hasta que llegaron los coches. ¡Una verdadera revolución! allá por los años veinte. Y después los tractores, y mas tarde los aviones y toda esa serie de maquinarias y artilugios con que la sociedad moderna nos ha ido invadiendo, y que ahora no viene al caso contarte.

Bien, suponiendo que hubieses cogido el tren, que por entonces no había mas medios de locomoción y antes de este, ya nos remontaríamos a los tiempos de los caballos y de otros domésticos animales. Cuando, si querías salir a alguna parte era todo a fuerza de andar o gracias a ellos… Antes, todo se hacía gracias a estos dignos animales. Con ellos se araba la tierra, se sacaba el agua de las norias, se trillaba y se transportaban todas sus cosechas, bien sobre sus monturas o sobre un carro a los cuales iban uncidos. ¡Cuánto debemos a estos humildes animales! hoy ya en vías de extinción y olvidados. ¡Pobre mula vieja. Pobre Lucero! En extinción, como muchos de aquellos hombres que hoy se resisten a cambiar aún, a pesar… Viejos artesanos y arrieros, maestros en la destreza de sus manos y fieles a la tradición de sus oficios.

Como te decía, Miguelillo, suponiendo que fueses en tren. ¿Qué hubieses hecho tú luego. Dónde te hubieses alojado? Los hoteles, y todo ese mundillo en torno que tú conoces de distracción y veraneo, ha ido surgiendo poco después. Es una creación o un invento de ultima generación. O por lo menos lo que había, no estaba al alcance de la mano o de las posibilidades de cualquiera. Ya tu irás aprendiendo.

Si, muy aprisa, últimamente se hace todo muy aprisa. Se construye muy aprisa, casi sin tener en cuenta ciertos lugares protegidos. Se avanza cada vez mas aprisa, mas alocado. No hay una cosa asentada, cuando ya hay otra empezando a suplantar a esta. Se tiene la sensación de ir en una locomotora a la que se le han soltado los frenos y no hay quien la repare… Antes, no había medios posibles, al alcance para poder hacerlo. Todo era duda, misterio. Posiblemente esa duda y ese misterio que hoy nos embarga, hacia esos viajes en avión a otros lugares. Incluso si me apuras, a esos viajes a la luna, a los satélites o a las estrellas. Todo era así de difícil y de fácil, hasta dar el primer paso. Tú, Miguelillo, posiblemente viajes a las estrellas, posiblemente. Yo que tú, debería de estar contento. O, quién sabe… ¡La vida da tantas vueltas!

Tú sabes, que eso hoy no esta al alcance de la mano, no es posible. Como tampoco es posible curar algunas enfermedades y otras muchas cosas que hoy la ciencia investiga, y que tu y yo desconocemos e incluso ni imaginamos. ¿Tú, Miguelillo, no has tenido nunca la curiosidad de asomarte tras las lentes de un microscopio? El microscopio Miguelillo, te puede dar la idea de partículas, células, bacterias y microorganismos vivos existentes que forman parte de nosotros. Que pueden ser la causa de nuestra existencia o de nuestras enfermedades, y que nosotros a simple vista no vemos, no podemos apreciar al tacto y mucho menos averiguar su procedencia.

Esto Miguelillo, es el interesante mundo microorgánico de la materia. Pero eso, no nos rompamos la cabeza, son mundo desconocidos, aparte, lejos del alcance de nuestra inteligencia. Aunque también he de decirte Miguelillo, que aparte de todos estos mundos hay muchos más por descubrir, y que cualquiera si se lo propone puede llegar a profundizar en ellos y manifestarlos. Sepas que estamos empezando. Mañana seguiremos hablando.

Como te decía Miguelillo, no todo está hecho, no todo está inventado. La evolución de la humanidad podría decirse que está empezando. Se ha evolucionado mucho desde la aparición del hombre hasta nuestros días, pero aún queda mucho mas por hacer. Hay que llegar mucho mas lejos, hay que profundizar más en todos los campos. ¡Hay que hacer mayores descubrimientos! Solo en este último siglo, se ha evolucionado mas que en todo el resto de vida anterior. ¡La luz, el teléfono, la radio, el televisor!… Y toda esa serie de electrodomésticos caseros, que nos han hecho la vida mas cómoda y nos han facilitado el trabajo.

Cien años, en la vida de la humanidad no es nada. Pues bien Miguelillo, en estos últimos cien años, la vida ha dado un vuelco de siglos. Puedes creerlo. Aunque, también he de decirte que en estos cien últimos años, todo este progreso ha repercutido de manera tal sobre la tierra y su ecosistema, que la hemos degradado de forma escandalosa, atentando incluso con nuestros propios recursos naturales.

No, Miguelillo, en esto no hemos sido nada generosos. Esta tierra que habitamos, no empieza a ser la misma de nuestros antepasados, se resiente, se acusa. A la vez que avanzamos en nuestros progresos, la vamos degradando. Nos degradamos, a la vez nosotros y empeñamos el futuro de los nuestros… Se acusa en el agua, con los vertidos residuales en los ríos. Se acusa en el aire, en la capa de ozono, en la vida animal y vegetal. Muchas especies de estos han desaparecido. Hemos conseguido su extinción, y otros muchos estamos apunto de conseguirlo. Son los métodos de evolución, incontrolados, que acaparan por encima de lo necesario… Se ha creado la maquinaria de la destrucción y el exterminio, y un hombre tiene que rendir su trabajo frente a esa máquina. ¡Dios nos salve! Las generaciones venideras hablaran de nosotros, como de aquellos bárbaros… Herejes y sin civilizar, que pasaron por la vida como el caballo de Atila… degradando la Natura y sembrando enfermedades. Deberíamos garantizar el futuro y la supervivencia de la especie en iguales condiciones que hicieron nuestros antepasados. Este debería ser nuestro legado para las futuras. La conservación de la Naturaleza. Estamos sobreexplotando y degradando de tal forma la materia y el ecosistema, que otras cien años y habremos agotado las reservas naturales. ¡Dios nos salve!

Aparte, hay otras muchas razones por las que merezca la pena la vida, luchar, estudiar. Una de ellas, es la de poder contemplar cada mañana la luz del sol. Tu obra, tu esfuerzo. ¡No queramos ingenuamente destruirla! Poder contemplar cada mañana la luz del sol, Miguelillo, debería ser nuestra máxima alegría, nuestro máximo agradecimiento.

Al final, Miguelillo, se llega a la conclusión de que es preferible, no tener grandes conocimientos, ni hacer descubrimientos apoteósicos y celestiales. Se siente uno menos responsable, más libre de cargos, menos culpable, más humano si llega el caso. No quisiera ser tan drástico pero, muchos de ellos Miguelillo si lo analizamos, son de efecto tan devastador que no es posible que se pueda tener la conciencia tranquila. Ya tu irás sabiendo porque.

Esto Miguelillo, no es del todo cierto, es una forma de eludir nuestro compromiso con la sociedad. En la vida no se puede permanecer de brazos cruzados, ignorantes de cuanto se origina. Hay que estar comprometidos con el tiempo que nos ha tocado. No podemos desentendernos, se debe luchar en la medida de nuestro esfuerzo y nuestras posibilidades, por hacer que todo vaya mejor, según nuestra conciencia. Por conseguir un mundo mas justo, no lo olvides… Todo experimento debería ir proyectado, en la conservación de la Natura; en la conservación y en el futuro de la especie. ¿Tú podrías explicarme, para qué tanta bomba atómica, tanta central nuclear, tanta arma bacteriológica? Somos tan ingenuos con nuestros experimentos, Miguelillo, que no nos damos cuenta que tenemos el fuego en nuestras manos y terminamos por quemarnos. Terminamos por quemarlo todo. Cien años más Miguelillo y tendremos que empezar de nuevo. Cada uno a sembrar su trigo, cada uno a hacer su pan. Tú quizás llegues a verlo, Miguelillo, y no me gustaría ser tan trágico. Por hoy es suficiente, seguiremos hablando en otro momento.

(Continuará)

 

Eulogio Carretero

Recuerdos

[Colaboración de Kally]

Recuerdo, cuando regresaba al pueblo, el chillar de los vencejos, el arañar de los escobillos en el suelo, el olor  de los cocidos de puchero.

Recuerdo una luna gorda, amarillenta y redonda, los vecinos sentados en el patio o tomando “el fresco”.

Recuerdo el cuartel, el matadero, el huerto, ese olor característico que cuando sopla reviento de añoranza, alegría y gozo.

_ ¿Porqué tiene una raja la calle abuela?

_ ¡Un señor se la ha hecho!,  decía sonriendo. Alguna vez, tras algún tiempo, vi correr el agua por ese surco…, ¡ahora lo entiendo!

La acera del cuartel, con sus baldosas rojas de barro, era estupenda para correr con mi triciclo amarillo y nunca me regañaron los guardias…

Recuerdo a mi hermano vestirse de “armao”, los tambores, nazarenos, las masillas y galletas de huevo, los rosquillos y barquillos, el potaje con pellas y… beber la leche cuando nadie te veía en la lechera.

Si no sabes es la calle el cuerno, ¡qué nombre!, ¿verdad? Ojalá mis hijos recuerden su calle con tanto cariño como yo, la que entonces, era la mía.

Recuerdo a mi abuela ir a misa con su velo negro y a la noche me contaba un cuento de miedo, me pelaba pipas haciendo un montoncito en su mandil negro. La lumbre salpicaba chuscas anaranjadas quemándome los leotardos… verás tu madre!.

¡Mi abuela!.

La recuerdo sentada a la puerta del matadero, haciendo sus encajes del melón, y cuando se levantaba, yo ocupaba su puesto haciendo ruido con los bolillos, enredándoselos,

_ Pero  “Chinri” ¡No me marres los encajes que te como!.

De esto han pasado mas de veinticinco años.

Con sesenta y seis años  ¡parecía ya tan mayor! Ella siempre respetó  el luto desde la guerra.

Recuerdo asar castañas en los Santos, ir a cavar la sepultura de mi bisabuela, pintar la Cruz y regresar por los huertos, por una senda por la que debías ir en fila india.

Semana Santa, el verano, la Virgen, los Santos, el Cristo,  todo en el pueblo.

Mi pueblo!.

Ahora vivo en él y además de estas cosas conozco su historia, me enorgullezco de ser Granatuleña y hablar bien de ella fuera y dentro de esta tierra.

Inténtalo, ama nuestra historia y quizá nuestros hijos trabajen por este pueblo que ha empezado a enfermar, si no es así perderemos nuestras raíces y todos seremos pobres.

Las tardes de Sol y de Domingo

[Colaboración de Eulogio Carretero Bordallo]

(CRÓNICA DE LOS AÑOS 60)

En mi pueblo, que recuerde, no hubo nunca un lugar de encuentro y divertimento para los jóvenes. Recuerdo un cine cuando yo era pequeño: “El Cine Delicias”, que daba sus funciones los domingos por la tarde. Pero que éste también dejó de existir siendo todavía pequeño.

Después no hubo nada, nada, en mucho tiempo. Y el pueblo se fue haciendo cada vez más desierto, más vacío. Se fueron deshabitando las casas, las calles, las plazas… La maquinaria se puso en marcha y todo lo fue roturando, arroyando y demoliendo, poseyendo y desplazando, cambiando orígenes y costumbres. Los campos se fueron abandonando y la gente se fue yendo a otros lugares y otras ciudades. Todo fue sucediendo lentamente, muy lentamente en el tiempo, apenas sin darte cuenta. Eran los años 60.

Yo recuerdo haber visto algunas películas en el Cine Delicias, no muchas y siempre desde la parte de arriba: “el gallinero”. Lugar destinado para los más jóvenes y alborotadores. Ponían la cartelera dos o tres días antes del domingo, donde se representaban algunas escenas de la película con los actores que trabajaban. “Esta tiene que ser buena”, decíamos ilusionados y animándonos para la función. En su mayoría eran siempre películas del oeste, de John Wayne y de Cantinflas. En realidad eran las que más nos gustaban, en donde siempre terminaba ganando “el bueno” y casándose con la más guapa… Así eran aquellas películas de entonces. Y que hoy por hoy, no han cambiado en tanto. La gente terminábamos aplaudiendo al final. Su “The End”, en letras grandes, ocupando toda la pantalla.

A veces nos cortaban algunas escenas de la película y protestábamos, silbábamos y alborotábamos desde nuestras bancadas de madera. Eran escenas “indecentes” decían, y no aptas para menores. Con lo cual casi siempre nos quedábamos sin ver el final. El beso no apto e indecente de los protagonistas. Eran tiempos aquellos de represión y cinismo, en que cualquiera se creía con derecho a recortar y a censurar.

Estas normalmente iban acompañadas de un No-Do. En donde casi siempre se repetían las mismas imágenes todos los domingos. Eran noticias o reportajes en blanco y negro, de actualidad, y en donde siempre solía salir Franco en una de sus representaciones o actividades de caza, pesca o familiares… Con su original música del No-Do. La gente solía aplaudir al final, por norma. ¿Porque terminaba o porque empezaba la película? That is the question. Nunca lo supe.

En casa, recuerdo, teníamos también una radio sobre una repisa en la cocina. Yo no alcanzaba a ella, mi padre solía encenderla para escuchar algún noticiario durante las comidas: “El Parte”, solía llamarle. “Radio Nacional de España…” la única que se escuchaba algo mejor, que finalmente terminaba yéndose la emisora, haciendo ruido y apagándola.

Estas y así fueron, aquellas primeras imágenes y sonidos que me llegaron y que recuerdo aún de entonces, en aquel pueblito pequeño y deshabitándose de la Mancha. Después, como he dicho, cerraron el cine y no hubo nada, nada en mucho tiempo. Este periodo lo recuerdo como una gran ceguera… hasta llegar la televisión.

Pero en donde a pesar, supimos sobrevivir a la infancia, creando nuestras propias fantasías y nuestros propios personajes. Recuerdo circulaban, por entonces, algunos tebeos de: “El Capitán Trueno, El Jabato, Mortadelo, Zipi y Zape…” Estos fueron nuestros héroes de papel durante mucho tiempo. Y álbumes de cromos que coleccionábamos. Eran de El Cid, de la película con Charlton Geston y Sofía Loren en el papel de Jimena, y que salían en las tabletas del chocolate.

Estas y así fueron nuestras diversiones de pequeños. Todo dependía de un tebeo o un cromo, sin olvidar nuestros pequeños juegos de canicas, aros y peonzas. ¡Qué malo era yo tirando la peonza con la diestra. Con la zurda se me daba algo mejor, pero no tanto, perdía todas las chapas y los cromos!

Después llegó el gran invento de la TV, toda en blanco y negro. Con sus anuncios, sus películas y sus festivales de Eurovisión. Con personajes como Raphael, Julio Iglesias, Karina… Y se empezaron a escuchar músicas y grupos con sus canciones del verano. Eran Los Brincos, Los Bravos, Los Pekeniques, Mocedades… Y los grandes revolucionarios de la época, Los Beatles, cantando en inglés, que no sabíamos lo que decían, pero que nos gustaba escuchar su Yellow Submarine o su Yesterday.

Con aquellas canciones y aquellos Hippies extravagantes de pelo largo y pantalón campana, empezamos a ver y a despertar de aquella letanía en otra época. Por primera vez los americanos habían logrado poner los pies en la luna, (o al menos eso vimos por televisión). El Cordobés había saltado a los ruedos, y Pelé era el mejor jugador del mundo… Empezamos a comprender que había otras naciones, otros idiomas y otras culturas, y que no nos importaría imitar o copiar su aspecto e indumentaria con tal de parecernos y ser como ellos, incluso de aprender su idioma con tal de saber lo que decían aquellas canciones.

Eran discos de vinilo, que seleccionábamos en las máquinas del bar, echando unas monedas para poder escucharlos. Y que poco después terminamos poniendo directamente en el tocadiscos de casa o en aquellos guateques que hacíamos los días de fiesta en casa de los amigos. Después llegarían Joan Manuel Serrat con su Mediterráneo y sus poetas. Y Raimon y Paco Ibáñez con la canción protesta. Y los legendarios Bob Dylan, Joan Baez, el Blues y algunos clásicos, pero esto es otro tema.

Como decía, en nuestro pueblo no hubo nunca un lugar de encuentro y acercamiento entre los jóvenes. Al contrario, recuerdo ese gran distanciamiento, esa división entre sexos y clases sociales impartidos incluso en el colegio. Supongo que como en todas partes por aquel entonces, pero que en un pueblo pequeño como era Granátula la situación era mucho más extrema y acuciante. Triste y lamentable. Era la mentalidad de un pueblo o de una nación que había salido de una Guerra Civil y donde aún prevalecían las clases y los bandos: ricos o pobres, Rojos o Nacionales… (Y que hoy por hoy lamentablemente no ha cambiado en tanto).

Los bares y tabernas eran lugar de los mayores, encuentro de labradores y jornaleros después de la jornada de trabajo. En la plaza estaba el Casino de Miguelito, con un águila grande sobre el mostrador, las alas abiertas… El bar de Ambrosio ¡El Zorro!… Como cruzando sigiloso y astuto delante de todos nosotros, la cola erizada, bosquejando una tenue sonrisa enseñando los dientes, disecado sobre el televisor… Recuerdo las limonadas, las calabazas de cerveza con limón y algún otro añadido, dependiendo de la edad o del bolsillo. ¡Las mesas en la calle, los amigos los días de verano bajo un cielo de estrellas. El bar de León, el de Natalio…! Todos ellos fueron desapareciendo. La iglesia era lugar de beatos, generalmente mujeres con sus lutos enzarzadas en sus misas y sus rezos.

Yo recuerdo las tardes de sol y de domingo en invierno. Subir a los cerros era nuestro único divertimento, nuestro escape y lugar de encuentro. Nos conocíamos todas las peñas y lugares: La Cueva la Encantá, La Silla la Reina, Donde aró Cristo… Eran lugares conocidos por todos, nombres que habíamos ido aprendiendo generación tras generación. Los más atrevidos llegaban hasta el Molino de Viento, allá en la loma de otro cerro cercano. Allá se encontraba su ruina, con la piedra de molar redonda y partida por su mitad en el suelo. Desde aquí podías contemplar el pueblo: un cúmulo pequeño de casas, aplanadas en el paisaje. Alrededor todo era campo, campo verde, campo labrado a lo lejos… hasta llegar a las montañas azuladas y el cielo… Amplio, claro, inmenso sobre nosotros.

Divisabas la torre de la iglesia en el centro, las callejuelas, una maraña de casas y tejados en torno. Las escuelas, el cementerio, e incluso a lo lejos, tras buscar un momento desorientado, llegabas a divisar la ermita. El camino que conduce a ella, serpenteando, perderse y reaparecer, y en algún punto de su recorrido, entre viñedos y olivares resurgir el efímero platear del río. Era distraído, reconfortante, te podías quedar toda la tarde localizando lugares, pelando pipas, cacahueses, castañas… hasta caer la luz. Desdibujarse el paisaje.

¡Recuerdo de pequeño los campos floridos, los trigales verdes, los sembrados, las viñas ensarmentadas, los olivares… El paisaje enardecido y yo, con mi bicicleta pedaleando… ¡Qué grandeza de espacios, de colores, aromas y sensaciones… por los caminos. ¡Cuánta juventud. Cuánta vida. Cuánta alegría!!!

Recuerdo las tardes de sol y de recreo jugando al fútbol, el Cementerio Viejo, la Pedrera, las Eras, donde se trillaba y se aventaban las parvas en el estío. ¿Dónde fue todo aquello? ¡Cómo ha cambiado todo esto en tan corto tiempo! Cómo se ha desmoronado y destruido la memoria.

Qué armonioso y original me parecía el pueblo en otro tiempo, con sus eras en torno, empedradas. Qué buen parque se habría constituido. Hoy las casetas de la maquinaria han invadido y despropiado el terreno, borrando los vestigios de una costumbre pasada. Qué difícil es recordar todo esto como era. Qué difícil es recuperar todo esto como fue. Qué difícil es dar marcha atrás en el tiempo y volver… a poblarlo y reconstruirlo de nuevo. Como se pierde o no se sabe apreciar su verdadero encanto. ¡Cómo se puede destruir la memoria!

¿Dónde queda el recuerdo donde construir la infancia perdida? Qué diferente se ve después de los años, desde arriba y desde lejos, el pueblo. Es como un sueño. Basta solo cerrar los ojos… ¿Será esto la nostalgia, mirar al fondo de las cosas y no encontrar nada?

Otros seguían el curso del arroyo, por donde antes una senda llegaba hasta el pueblo cercano de Valenzuela. Una senda que se ha perdido, como se han perdido otras sendas, otros caminos y otras veredas. ¡Estos cerros de Búhos, zorros y conejos. De tomillos, esparragueras, y aulagas!… Otra meta a alcanzar era el cerro de los siete lugares, de formación volcánica, el punto más elevado de este entorno. Los días claros podían divisarse los pueblos de Valenzuela, Almagro, Bolaños, El Moral, Calzada, Aldea del Rey y Granátula. A la puesta de sol y con las primeras luces, era cuando mejor se localizaban estos poblados, y cuanto mas tarde incluso se apreciaban los resplandores de otras poblaciones más lejanas.

Allá y en torno a estos cerros y estos lugares, se nos fueron pasando las tardes de domingo y de infancia. Se nos fueron yendo del nido de las manos las alondras y los vencejos. Marcharse del lugar donde has nacido supone seguir habitando los santuarios de la memoria.

En verano, recuerdo, paseábamos las tardes, la calle entera arriba y abajo, sin fin hasta terminar el día. ¡Éramos jóvenes! Era toda nuestra diversión, toda nuestra alegría: ¡Los grillos ponían su acorde de sueño y melodía en la tarde. El aire impregnaba de aromas frescos y frutales… el campo sereno. Las estrellas brillantes surgían silenciosas e impensables rayando el cielo…! ¿Sigue siendo así, todavía? Sé que era algo así, pero ya no recuerdo… Han cambiado tantas cosas, tantas costumbres. El campo, el aire, el cielo. Nosotros los de entonces, somos los mismos? Todo es lo mismo y no es lo mismo.

¡Inexorablemente, cuánto tiempo ha pasado! Hoy creo que si algún aroma o colorido especial guardo o perdura en el recuerdo de mi infancia es debido a aquellos lugares por donde anduvimos. ¡Aquellas tardes de sol y de domingo!

Si alguna característica o valor especial tuvo o tenía aquel pueblo, fue por la cercanía de aquellos cerros, al calor y a la falda de donde crecimos. Hoy, cercados y vallados de alambre de espino, para agasajo de los dioses, las alimañas y los pájaros.

No sé por que causas o avatares de la vida a veces, las generaciones dejan de seguir y compartir las viejas tradiciones. Pierden las raíces. Se marchan… ¿Qué les queda? ¿Qué nos queda? That is the question… Olvido, destierro de la memoria. Así se terminan las costumbres, las culturas y los pueblos. Triste y lamentable. Así terminan las crónicas. (Podéis aplaudir. Es costumbre aplaudir al final, como en las viejas películas de los años 60). He terminado.

Saber que has nacido. Que has recorrido por un camino… que ya no existe. ¿Cómo regresar. Hacia dónde? Ya no recuerdo los vestigios, ni los señuelos que puse, por si un día, acaso… ya no recuerdo… Ya no sé regresar. ¿Cómo se puede llegar a borrar, destruir la memoria? Nos hemos perdido. ¿Quiénes somos. A dónde vamos. De dónde venimos?

 

+ R.I.P. 05 /02 /04 ES TA MOS EN LA ERA DE LA IN FOR MA

TI CA NO OL VI DAR TO DO SE PUE DE RE CU PE RAR

VIR TU AL MEN TE …

 

(Para incluir en Sinfonía de un Lugar: Apéndice Tercero.)

Eulogio Carretero Bordallo

La carpintería de Rafael

Hoy os dejo esta publicación de Eulogio. Quien me conoce sabe que mis abuelos vivían en la calle Almagro, y que Rafael tenía allí la carpintería en la que había trabajado toda la vida con la familia. Que recuerdos, sentarte en el banco alargado que estaba justo en la puerta, y mientras Rafael convertía la madera en cosas útiles, se pasaba el tiempo, con la conversación que siempre mantenía con las personas que allí estábamos. En memoria de Rafael, allí donde esté. Juan Jesús Donoso Azañón.

[Colaboración de Eulogio Carretero Bordallo]

Aquí hoy, tan lejos en este cuarto, tan oscuro, tan apagado, tan en silencio. No hay nada que distraiga mi atención. Nada que perturbe el recuerdo. Echo tanto de menos a algunas personas, y, ya van siendo bastantes… Cierro los ojos: Veo un campo amplio, dorado de sol, amarillento; trigales, viñedos, olivares. ¡El cielo luminoso! El pueblo pequeñito ahí inmerso, emergente como de un sueño; en el mismo lado como siempre que aparece tras las montañas yendo por la carretera de Almagro: Un cúmulo de casas aplanadas en el paisaje, en medio del campo, bajo el inmenso cielo. Las montañas en torno grisáceas, terrosas, verdosas, azuladas al fondo…

Y te vas acercando, siguiendo la carretera que conduce a él, y empiezan a tomar volumen sus casas. A erigirse la iglesia por encima de los tejados: ¡la torre alta, el campanario! Hasta entrar en la calle, con ruido estruendoso de nuestro vehículo. Las paredes blancas se levantan a ambos lados: Puertas, puertas, ventanas, árboles, todo va pasando rodado tras los cristales, arriates de plantas, flores, enredaderas. Y al frente, sobre un podio en una plazoleta, la figura ecuestre del General Espartero.

Estamos en Granátula. Pero detengámonos un momento (dejemos nuestro auto), vayamos más despacio. Tenemos la sensación de haber pasado desapercibidos, de haber entrado demasiado deprisa y de no haber visto a nadie en la calle: Las puertas cerradas, las persianas caídas de las ventanas, los visillos echados. ¿No hay nadie en este pueblo?, nos preguntaremos de momento. Es un pueblo pequeño de La Mancha, deshabitándose, como tantos otros de España; que empezó a sufrir su abandono y la migración de sus pobladores hacia las grandes ciudades… Son esas revueltas de la vida, como se suele decir por aquí; siempre con la esperanza y el sueño de una vida mejor. Pero qué voy a decir yo que fui uno de ellos, uno de tantos que dejó este pueblo a mediados de los setenta, pero que aún sigo viniendo de cuando en cuando. Las raíces siguen estando, no tan profundas porque cada vez te van atando menos vínculos pero, sigue habiendo algún nutriente todavía que nos conforta, sigo viniendo…

Por fin alguien se asoma a la puerta, como si hubiese intuido nuestra presencia en la calle. Pero no, no puede vernos, nosotros tampoco somos nadie. Somos memoria, recuerdo, transparencia, espíritu quizás de otro tiempo. Y tras un momento de mirar a un lado y a otro ha vuelto a ocultarse: ¡No, no hay nadie en la calle! Pero, acerquémonos un instante y curioseemos un poco a ver que hace este señor: ¡Ahí está Rafael! sobre el banco, con el lapicero tras de la oreja y el mandil de virutas; la máquina aserradora, las herramientas, los tablones…

Rafael el carpintero: Sobre el banco de madera, una silla tumbada, el asiento de anea bien tejido, los palillos torneados; tiene formas y apariencia de ser antigua, trabajada a mano. Una originalidad poco usual en estos días; una reliquia de otro tiempo y un recuerdo. Hay mobiliarios antiguos que aún se conservan, que aún se restauran: mesas, sillas, armarios, cabeceros, mesitas, aparadores, cómodas, baúles…, y que van pasando de padres a hijos, sorteando el paso de los años. Rafael es un especialista en estas composturas.

Rafael, un palillo en las manos, torneado, nuevo, con las mismas características que el resto de la silla, untándolo de cola blanca en los extremos va a ensamblarlo en los orificios de la silla, entre los palos largueros de las patas. Con un poco de maña, abriendo, cerrando. Ya está. Colocado. ¡Es un maestro! Coge un gato y lo sujeta de lado a lado, dando vueltas al usillo, apretándolo. La cola blanca asoma por los extremos; va a gotear pero no la deja caer, no le da tiempo, Rafael atento con la espatulilla en la mano, de un acto mecánico la rebaña y la devuelve de nuevo al bote de la cola, tapándola. Levanta la silla del banco y la lleva a un extremo de la carpintería. Terminada, a esperar que seque. Luego le quitará el gato y como nueva, reparada y dispuesta para poder sentarse en ella. Vendrá después la vecina preguntando por su silla y pagará a Rafael su trabajo.

O bien, cogerá este buen carpintero, como es su costumbre y con la silla al hombro en la bicicleta se la acercará a su casa: “Aquí le devuelvo la silla, preparada y dispuesta para aguantar otra temporada –le dirá y seguirá argumentando–, aunque ya va estando un poco desvencijada y habrá que ir pensando en hacer una nueva; aunque eso es igual que todo, pero nunca se sabe, quizás dure más que nosotros; con el tiempo son cosas que tienen que venir a suceder, aunque no se quiera, a ver si no, para qué íbamos a estar nosotros aquí…” Preguntará su dueño el coste y, tras decirle la valía Rafael seguirá con su plática deliberando: “No, pero si no tiene, déjelo, no se apure ya me lo dará usted otro día”, y Rafael seguirá hablando y hablando, refiriendo una serie de juicios y altercados; Rafael nunca se calla, siempre tiene palabras y más palabras: “Aunque este año no sé como vamos a remediar esto, con esta sequía y sin una gota de agua en todo el invierno, aquí nada más que sol y sol, no hay un termino medio; luego vendrá una tormenta cuando menos lo esperes y se lo llevará todo. ¡Qué desgracia!, mira lo que está pasando por ahí, esto no hay quien lo comprenda, ¡qué desastre!, y nosotros sin poder hacer nada por evitarlo…”

Así es Rafael. Pero sigamos un poquito más en la carpintería, quizás podamos aprender algo más de este oficio artesano: Sobre el banco ahora ha colocado un armarito. Tiene la trasera rota. Ha desplegado su metro de varillas amarillas y ha medido el hueco: “Sesenta y ocho y medio, por veinticuatro”. Ha cogido una tabla y, de nuevo con el metro desplegado: “Sesenta y ocho y medio”, ha medido y se ha llevado la mano a la oreja en un acto reflejo, y con el lapicero en la mano ¡ras! ha señalado la medida. Después ha colocado el cartabón y le ha trazado una raya a lo largo, llevándose instintivamente el lapicero tras de la oreja. Ha sujetado la tabla al torno y serrucho en mano se dispone a cortarla.

Rafael es pura energía y puro nervio: ¡Ras ras, ras ras! Con brío y ritmo acompasado, la larga hoja dentada va y viene pasando de un extremo a otro. ¡Ras ras, ras ras! vertiendo, escupiendo serrín a cada lado. ¡Ras ras, ras ras! Dinámica y agresiva, rasgando la madera. ¡Ras. Ras!, hasta cortarla. Deja el serrucho, coge la lima y le remata los cantos. Afloja el usillo del torno, libera la madera y la presenta sobre la trasera del armario: ¡No, un poquito ancha. Hay que cepillarla! Vuelve a sujetarla al torno; coge el cepillo, le ajusta la cuchilla con tiento, ¡tras, tras!, uno o dos golpecitos y dispuesta. ¡R a a a a s!, de una pasada suave, l a r g a, enroscándose la viruta por encima de las manos… ¡R a a a a s!, va desgastando la madera. ¡R a a a s!… Los cuarterones rojizos del solado se van ocultando bajo esta viruta roscada y esta materia orgánica de desecho.

¡Como huele la madera! La carpintería se ha impregnado de un olor fuerte y seco a madera noble recién cortada. Deja el cepillo sobre el banco, vuelve a liberar la tabla de la mordaza… Y ahora sí, a medida, perfectamente acoplada. Coge el martillo y unos clavitos y ¡tras, tras, tras! con unos golpecitos secos, uniformes, va claveteando las pequeñas puntas plateadas a la trasera del armarito. ¡Tras. Tras! Otra cosa reparada. Coge y vuelve a llevarlo al rincón donde la silla, en la estancia de espera, dejando de nuevo el banco liberado para otra tarea.

¿Pero qué trae ahora Rafael? ¡Una ventana! La pone de pie sobre el banco, la abre, la cierra… ¡Ay, son las bisagras que le fallan!, se queda un momento pensando. Se acerca a la puerta, se asoma, mira a la calle: ¡El lapicero en la oreja, el mandil de virutas! La montaña, el árbol, el cielo… Toma un respiro: El aire todo de la calle le cabe a Rafael en el pecho. Es paz, tranquilidad, sosiego lo que respira Rafael en este pueblo. Se acerca un señor en bicicleta: las alforjas cargadas de pimientos y tomates de la huerta; avanza despacio como el tiempo por estos lugares. Se espera a que pase: “¡Buena carga llevas hoy!” “¡Eh, hasta luego Rafael!”, se saludan y se entra de nuevo dispuesto a seguir faenando sobre el banco. Pero salgamos ya de la carpintería, dejemos a Rafael con su trajinar y deambulemos un poco por las calles del pueblo…

Rafael es (era) el carpintero del pueblo, el carpintero de siempre. Su padre Nicolás también era carpintero de toda la vida. Yo siempre he visto a Rafael con sus quehaceres en la carpintería, todos los días, incluso las fiestas tenía algo que hacer. Yo alguna vez me he preguntado si Rafael habrá tenido algún descanso, unas vacaciones lejos del pueblo y de sus herramientas, o si verdaderamente era una holganza y un recreo su trabajo. Dudo incluso que se haya puesto enfermo alguna vez, su carpintería siempre ha estado abierta para todo el mundo, siempre estaba dispuesto para lo que fuese menester. ¡Hay que batallar, hay que hacer algo por la vida –decía–, aquí no hay más remedio que tirar para delante el tiempo que haga falta, no se puede estar parado, si no cómo va a funcionar esto…! Rafael nunca se paró a cuestionar los designios de la vida. Había nacido para esto. ¡Descanse en paz, Rafael!

En cierta ocasión, que veníamos para Madrid, Rafael tenía que hacer unas compras en Almagro y se vino con nosotros. Nos contó, entre otras cosas, porque Rafael nunca se callaba, era un aluvión de palabras, siempre hablaba y hablaba, siempre tenía una palabra más que decir. Nos contaba en aquella ocasión que estaba a punto de jubilarse, pero le preocupaba que no hubiese salido nadie que pudiese reemplazarle y continuara su labor en el pueblo… De esto ha pasado ya toda una década (tampoco ha sido tanto tiempo), y Rafael ha seguido desempeñando su labor como antes, esperando que llegase ese relevo generacional y merecido. Pero no podía ser eterno. ¡Hasta siempre, Rafael!

Rafael era de otro tiempo, de esas rarezas poco usuales: sólidas, nobles, únicas, que él mismo restauraba en su carpintería; de las que ya no se encuentran, de las que van quedando pocas, cada vez menos, y, de las que no admiten compostura. “Habrá que ir pensando en hacer una nueva –decía–, pero nunca se sabe…” Si a alguien en este mundo antojadizo y cambiante, hay que hacerle una mención, Rafael se la tiene merecida. Gracias por la vida ejemplar y generosa que ofreciste a este pueblo.

 

(Publicado en El Lanza el 9 de abril de 2009)

Sobre la imagen de Espartero y Maroto

[Colaboración de Miguel Muñoz Donoso]

(Incluida en el trabajo “La regencia de Espartero”)

Permítanme comenzar haciendo un poco de historia. Cuando en el año 2003 la extinta Asociación Cultural Oretum de Granátula realizó unas conferencias y una exposición con motivo del 210 aniversario del nacimiento del General Espartero, y como colaborador de dichos actos, seleccioné la misma imagen que acompaña el citado trabajo para marcar el saludo entre Espartero y Maroto al finalizar la guerra carlista.

La elección de este retrato la hice con la intención de evitar la repetición de otras muchas imágenes sobre dicho hecho, reproducidas en diferentes publicaciones y siempre en el teatro de la guerra. Tenía dudas ante el escaso parecido físico con los retratados, y aunque ya sabemos que, a veces, los artistas ofrecen su propia visión de las cosas, no cabe duda, sin embargo, de que ofrecía una imagen muy distinta y, digamos, más apacible de ambas personas, tras siete años de lucha.

Cuando se presenta la imagen para su inclusión en la exposición, Francisco Gómez Gómez, miembro también de su organización, añade otra duda como la relativa a la indumentaria, pues parece poco consonante con la correspondiente a dos generales.

Examinadas y discutidas estas dudas, más otras que se plantearon, finalmente se acuerda no incluir esa imagen.

A partir de entonces comienzo una búsqueda sobre retratos conjuntos de ambos personajes en exposiciones y museos que acaba teniendo éxito.

Una de ellas nos lleva al Museo Lázaro Galdiano, donde encuentro dicho retrato y en donde efectivamente confirman que no son Espartero ni Maroto, sino los alabarderos José Díaz y Francisco Torán, si bien se trata de una copia. El original, me indican, se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

Puesto en contacto con dicho museo me confirman esto último y me remiten una detallada información de cómo se realizó y ejecutó dicho retrato.

Para no hacer más extensa esta nota detallo la ficha de la obra:

Bernardo López Piquer

LOS ALABARDEROS JOSE DIAZ Y FRANCISCO TORAN

Óleo sobre lienzo

140,2 x 104,7 cm

Firmado y fechado, parte inferior central “Bdo. López en Madrid / 1842 “

Num. Inv. 645

 

Este retrato se hace por encargo de la Diputación de Valencia, en “homenaje a dos hijos de la provincia,” dos alabarderos, cabo el primero y soldado el segundo, de los veinte que estuvieron presentes en la defensa del Palacio Real de Madrid, durante el asalto del 7 de octubre de 1841.

Cedió el autor a la Diputación, para sus fondos, mil reales de los diez mil en que se estimó su precio.

Así pues, la imagen efectivamente se encuadra dentro del texto, pero no sus nombres.

Sé que en este tiempo y en otras publicaciones han incluido también esa misma imagen y nombres y siempre que he tenido conocimiento he remitido mi nota explicativa, pero desconozco si han efectuado la oportuna modificación, que considero importante no tanto por el error, sino por dar al General Espartero lo que es suyo y en este caso a los alabarderos y al autor de su retrato lo que les corresponde.

 

Miguel Muñoz Donoso

Abril – 2011

A mi madre, se va mi vida, se va…

Hoy en el día de la Madre, en homenaje a todas ellas, y por supuesto para la mía, he recuperado esta colaboración, este artículo, de Rafael quizás un tanto triste, pero con todo el sentimiento hacia la Madre. Lo comparto, Juan Jesús Donoso Azañón

[Colaboración de Rafael Castellanos Solana]

Hoy es un día en el que no sé si podré leer lo que aquí tengo escrito pues las lágrimas se apresuran copiosas por mis ojos y un nudo me aprieta de tal manera la garganta que apenas me deja tragar saliva… pero tengo que hacerlo antes de que te vayas definitivamente… antes de que te lleven de una vez y nos dejes para siempre…

Hoy es un día absurdo… un día que jamás tuvo que nacer… un día en el que nos dejas de modo permanente… un día en el que casualmente nadie nos ha preguntado si existe tan solo un motivo para que tengas que partir y dejarnos aquí solos, sin tu presencia física… solamente con tu recuerdo…

Nadie nos lo preguntó…

Hoy es un día en el que todos los recuerdos (¡Por Dios… hay tantos…!) se nos vienen a la cabeza con cada golpe de sangre que nos manda el corazón… el mismo que repartiste entre los cuatro… aquel corazón que empezó a dejar de ser tuyo cuando nació el primero… hace tantos años ya…

Es curioso… pero hoy es el día en el que me pregunto (nos preguntamos) por qué extraña y desconocida razón un hijo no puede devolverle la vida a la mujer que un día, quizá ya lejano se la dio a él… lo justo –y por derecho necesario- sería que si tu nos diste la vida, nosotros, tus hijos, pudiéramos devolvértela ahora a ti… esa vida que ahora te falta… esa vida que fue tuya y que entregaste a la nuestra…que dedicaste en cuerpo y alma… desinteresadamente… una vida de sacrificios… viviendo por y para nosotros…

Una vida que no fue tuya… que fue nuestra… porque… ¿Cuántas noches en vela… cuántas sin dormir…? ¿Cuántas lágrimas has echado por mi -por nuestra- culpa…? ¿Cuántos desvelos por un constipado… por que hemos salido una noche y no sabes si estamos con el coche o no…? ¿Cuántos disgustos porque no queríamos comer… porque no quisimos estudiar… porque después de una boda ha venido una separación…? y SIEMPRE… SIEMPRE… tuviste una sonrisa… una palabra amable… y silencio… siempre silencio para no hacernos daño con tus opiniones… con tus ideas… con todo lo que pensabas y te callabas para no hacernos daño…

Y nosotros hemos estado ciegos… no hemos visto más allá de lo que teníamos delante de nuestras narices… y pensábamos que todo iba bien… que todo estaba correcto… porque callabas y nos dabas la razón…

Me gustaría decirte tantas y tantas cosas que, por dejación, no te he dicho cuando debería haberlo hecho… ahora es tarde y no sé si me estás oyendo… y, quizá, por eso, por si  aún sigues ahí, quiero hacer mías las palabras de Diana Navarro… que canta en un disco suyo y dicen así…

“Caricia de mi tristeza,

Bálsamo de mi dolor,

Fuente de sabiduría,

Lucero de mi mañana,

Salud de mi enfermedad,

Manantial de mi alegría,

Consuelo de mis errores,

Copa de mi realidad,

Torre de mi valentía,

Pulso de mi corazón,

Grito de mi rebelión,

Viento de mi fantasía,

Rabia de mi libertad,

Ángel de mi soledad,

Madre mía, madre mía.”

Me gustaría ser más inteligente para poder buscar en un diccionario alguna palabra tan corta como la de MADRE y que contuviera tanto significado como esa… porque una madre es, o al menos debería serlo para todos, una consejera, una amiga, una enfermera, una confesora, una maestra, una economista, un pozo de dulzura, de sentimientos… tantas y tantas cosas que se acaban hoy aquí y que la cantante resume de muy buen grado…

Tengo que terminar. No puedo seguir… las lágrimas -nunca pensé que pudiera tener tantas- de mis ojos me impiden la visión y siento que el nudo de mi garganta es cada vez más fuerte… por no hablar de la presión que siento cada vez con más fuerza en mi pecho…

Solamente me queda decirte, en mi nombre y en el de mis hermanos, que no te olvidaremos nunca y darte las gracias por la vida que nos diste y que nos has dedicado… sin interés alguno…

Siempre te llevaremos en lo más profundo de nuestro corazón y en nuestro pensamiento.

Adiós MADRE… Hasta siempre.

 

Rafael Castellanos Solana