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Espartero. Su pasado, su presente y su porvenir 1/5

I
De la cuna al Malabar

Entre los hombres que la Providencia envía al mundo de cuando en cuando para cumplir sus grandes designios, hay unos que revelan desde su infancia lo que después han de ser, y otros que no se ponen en evidencia sino de una manera tardía y en edad bastante adelantada. Lope de Vega era ya poeta cuando apenas contaba siete años, y Rousseau vivió 38 sin que ninguno sospechase en él el filósofo y el escritor que desde el año siguiente debía comenzar a ser contado entre los primeros del mundo. En la guerra del Canadá dio ya Washington pruebas inequívocas de no ser un hombre común; pero nadie adivinó su alma grande hasta mucho después de contársele en el número de los diputados enviados al congreso de Boston. Napoleón en cambio fue ya un genio desde la cuna, por decirlo así. La Providencia se conduce en esto como mas le place a sus miras, siendo a veces una circunstancia puramente casual para el vulgo, la que sirve de eslabón en sus manos para hacer brotar la centella, que lo mismo que en el pedernal, se oculta en el alma del hombre. Newton, rey de las ciencias exactas y de la física y de la astronomía, no llegó a formular la gran ley a que obedece el mundo planetario, hasta que la caída de una fruta le dio a conocer su existencia.

Espartero, el hombre del Pueblo, fue personificación de su causa desde el primer instante de su vida. Su padre fue un honrado artesano; su madre dio a luz nueve hijos, tres de los cuales fueron religiosos, pasando de plebeyos en el mundo a serlo también en la iglesia. Los demás, exceptuando una hermana que se hizo esposa del Crucificado, abrazaron el matrimonio. Los recursos de la familia eran cortos; el Pueblo es siempre pobre y honrado.

Entre todas las provincias de España, la Mancha es la más infeliz, es decir, la mas Pueblo de todas. La Providencia quiso que Espartero naciese en la Mancha, en Granátula.

Los biógrafos del ilustre ex-Regente han extrañado en su mayor parte que siendo Fernández su primer apellido, prefiriese usar el segundo, cual lo había hecho su padre, llamándose Espartero como él. Esta transformación fue instintiva, y el Pueblo no perdió nada en ella. Fernández es un patronímico, que aunque vulgarizado en el día, lleva en todas sus letras el sello de una procedencia aristócrata, y Espartero cuadraba mejor con la sencillez de costumbres y la pobreza de una familia radicada honrosamente en un pueblo, cuyos hijos en su mayoría ejercen para mantenerse entre otras industrias humildes, la más pobre de todas, la de esparto.

El hijo del honrado carretero aprendió a leer y a escribir, y después estudio latinidad, consiguiendo familiarizarse con el grande y sublime idioma de los Camilos y los Cincinatos. Hecho esto, salió de Granátula, y dirigiéndose a la ciudad de Almagro, cursó en aquella universidad dos años de filosofía: corto estudio para un hombre de letras que quiera hacer profesión de tal; pero bastante para no extrañar las injusticias de los contemporáneos en tiempos de pasiones políticas, de persecución y desgracia. Espartero, aunque muy a propósito para sobresalir en las ciencias, tenía otra misión que cumplir, y su vocación decidida le arrastraba invencible a las armas. El alzamiento contra Napoleón le dio ocasión de cumplir su gusto, y cumpliolo efectivamente, dando satisfacción a la vez a sus instintos individuales y a las exigencias que entonces imponía a sus hijos la Patria.

El hombre todo Pueblo en Granátula, fue Pueblo en el ejército también. Su primer grado fue soldado raso, sentando plaza en el batallón nominado de Ciudad Real. El epíteto de distinguido lo debió a su posición escolar, y esa misma consideración fue la que poco después le dio un lugar honroso en las filas del batallón formado en Toledo por los cursantes de su universidad. La invasión de las Andalucías obligó a la Junta Central a refugiarse en la Isla de León, y este batallón siguió el movimiento trazado por el duque de Alburquerque, cuando se dirigió al mismo punto, salvando acaso nuestra independencia con su hábil y oportuna retirada. Establecida entonces allí una academia militar de instrucción para los estudiantes y cadetes destinados a llenar el vacío que en oficiales experimentábamos, logró nuestro Espartero entrar en ella, sobresaliendo en las matemáticas, en el dibujo, en la fortificación y en todo lo que atañe a la táctica. Esto sin exención del servicio y alternando sus tareas mentales con las rudas faenas de la guerra, cerrando unas veces el libro para batirse con los imperiales, y otras dejando, para volverlo a abrir, las armas que con tanto valor y con tanto heroísmo empuñaba.

No era, sin embargo, aquella guerra sublime el teatro que la Providencia tenia destinado a Espartero para inmortalizar su nombre en él. Bravo como el que más en las lides, no consiguió pasar de subteniente, habiéndolo sido de ingenieros, previo examen y aprobación en la academia a que nos referimos. En 1814 fue nombrado teniente del regimiento de infantería provincial de Soria, merced a haber salido desairado en otros exámenes; hecho que citan sus enemigos con particular complacencia, sin recordar que el gran Covarrubias, hoy texto vivo en nuestros tribunales, fue también desairado en Salamanca al presentarse a recibir el grado de doctor en jurisprudencia.

Cumplidos sus deberes de valiente en Ocaña, Cádiz, Chiclana, Cherta, Amposta y otros puntos diversos, unas veces testigos de nuestras victorias, otras de nuestros desastres, y siempre de nuestro valor, heroísmo e indomable constancia, vino Espartero, al terminar la guerra, a Madrid, con su regimiento, permaneciendo poco tiempo en la corte, no pudiendo sufrir su alma grande el triste y repugnante espectáculo de la restauración absolutista y de la ingratitud de un monarca cuya gloria parecía cifrarse en poblar los calabozos y los presidios con todo lo más generoso, más ilustre y más liberal que entonces contenía la España. Alistado voluntariamente en la expedición destinada a pacificar las Américas, a las órdenes del general Morillo, embarcóse para Costa-firme a principios de 1815, interponiendo así entre su persona y los horrores de la tiranía un Océano por valladar, como cumplía verificarlo al hombre que andando el tiempo había de venir a ser el principal sustentáculo de la Libertad de su Patria. No le tocaba a él, siendo soldado, erigirse en juez de la pugna trabada entre nuestras colonias y el gobierno de la metrópoli, sino servir a esta y serle fiel; y servicios inmensos le prestó, y fiel le fue como no lo fueron algunos de sus hijos espurios, que le volvieron indignamente la espalda. De su valor a veces fabuloso, de su serenidad a toda prueba en medio de los riesgos mayores, y de su pericia y talento en mil diferentes sentidos, deponen la Laguna, Tarabuco, Presto, Sopachui, Inquisive, Oruro, Catana, Tarata, Moquehua, Lima, y en fin, para no hablar más, las provincias de Charcas, Pruno, Paz, Arequipa, Potosí y Cochabamba. El que había salido de España con el grado de subteniente, no es mucho que llegase a brigadier, merced a sus hechos gloriosos, a su sangre largamente vertida y a la capacidad indisputable de que tan altas muestras supo dar en aquellas rudas campañas.

Entre tanto la estrella de Bolívar llegaba a su forzoso apogeo. La esperanza, bien que falaz, de poder salir vencedores en aquella sangrienta contienda, se nos había desvanecido para siempre en la triste batalla de Ayacucho. Espartero, a quien después se ha designado como jefe del ayacuchismo, no tuvo sin embargo parte en ella; pero aunque la hubiera tenido, ¿en qué podía perjudicarle la circunstancia de pertenecer al ejército que fue derrotado? No era la fuerza de las bayonetas la que había de dejarnos airosos, aun cuando el triunfo hubiera sido nuestro. En el estado a que habían llegado las cosas antes de la vuelta del rey, la primera necesidad para restablecer en lo posible los lazos rotos por la insurrección, era proceder a tratar con aquellas apartadas regiones sobre la base de su independencia. Fernando prefirió mandar ejércitos a entrar en tratos con las colonias. Cuando quiso hacer esto, era ya tarde. Suya, no de los hombres de Ayacucho, será siempre a los ojos de la historia la responsabilidad de esa pérdida.

El héroe de Tarata y Moquehua había sido enviado a la península por el virrey Laserna en octubre de 1824, con el encargo de manifestar al rey las necesidades de aquel ejército y de pedirle la aprobación de las gracias y empleos conferidos a los que más se habían señalado en él, dándole al propio tiempo parte de lo infructuoso de las negociaciones entabladas con los Estados de Buenos Aires, en las cuales (tarde ya! lo hemos dicho), se había hecho desempeñar un papel bastante principal al mismo que el virrey enviaba. Cumplida su misión cerca de la metrópoli, tornó Espartero a embarcarse para América, sucediendo el desastre de Ayacucho mientras realizaba su vuelta. Al llegar al puerto de Quilca, estaba perdido ya todo. La vida de nuestro héroe corrió entonces gravísimo riesgo; pero los designios de la Providencia le reservaban para mayores cosas, y Dios que le había salvado más de una vez milagrosamente en los sangrientos campos de batalla, escudole ahora de nuevo, libertándole del patíbulo que las autoridades de Bolívar se preparaban a levantarle, apoderándose de su persona y cargándole de cadenas en una inmunda cárcel de Arequipa. Salvo de este último riesgo en aquellas remotas comarcas, despidiose de ellas para siempre a fines de 1825, y obtenido su pasaporte, zarpó en Quilca con rumbo para España.

En Madrid fue mal acogido, y la razón era muy sencilla: Espartero se había distinguido en América, tanto o más que por sus hazañas y por sus elevados talentos, por su ferviente liberalismo; y el gobierno de un rey absoluto no podía transigir con un hombre digno hijo del Pueblo al partir, digno hijo del Pueblo al volver. Destinado de cuartel a Pamplona, fijó su residencia en este punto, permaneciendo en él más de dos años.

El militar que juega con su vida, bien puede jugar su dinero: el que perdona aquella a su enemigo en medio del furor del combate, natural es también que cuando gane poniéndose a jugar con un contrario, se muestre galante con él, remitiéndole lo que pierde. La pasión por el juego ha sido siempre compañera inseparable de la guerra, y Espartero fue jugador, tan jugador como buen guerrero. Si esto es vicio, preciso es confesar que en llegando a una cierta altura, exige en quien lo tiene alma grande. Una de las mejores novelas del célebre Jorge Sand tiene un héroe por protagonista, y es héroe porque es jugador. Temerario nuestro guerrero en las lides, fue también temerario en el juego: generoso en los campos de batalla, no dio en este menos pruebas de tal. La fortuna favoreció su generosidad y su audacia, y Espartero volvió a España rico. Con el oro que le acompañaba, otro hubiera comprado una condesa: el gallardo hijo del Pueblo pensó de otra manera, y dio su mano a otra hija del Pueblo como él; a la hija de un comerciante, a la bella y virtuosa Jacinta. Fue esto en 1827. Esa hija del Pueblo, andando el tiempo, deberá a su belleza, a su talento y a sus virtudes, y a las virtudes, capacidad, valor y altas hazañas de su esposo, verse elevada al rango de Duquesa.

De Pamplona pasó este a Logroño, y de esta población a Barcelona, trasladándose de aquí a Palma con el regimiento infantería de Soria, cuyo mando le fue conferido, siendo su coronel-brigadier cuando la muerte de Fernando VII el que al restituirse a la Península lo era ya desde 1823. Rico cual entonces lo era, poco hubiera costado a Espartero obtener ascensos mayores de la dominación absolutista si la hubiera querido adular; pero el liberal en América, siguió liberal en España, y sus medros no podían venir sino cambiando las instituciones.

Estas modificaron su rumbo después de la muerte del rey, y Espartero pidió al gobierno le permitiese desenvainar su espada en defensa de la Libertad, simbolizada en Isabel II, y combatida por los sectarios de Carlos V y de la Inquisición. El futuro Regente del Reino obtuvo el permiso impetrado, y desembarcando en Valencia, mostróse digno de su antiguo nombre, derrotando y prendiendo a Magraner en las cercanías de Játiva. Nombrado comandante general de Vizcaya a principios de 1834, y luego mariscal de campo, y después jefe de la 5.ª división, bastará para justificar sus ascensos, recordar los encuentros de Miravalles, Ceberio, Orozco, Ibarra, Salva, Dima, Santa Cruz de Vizcariz, Mendata, Riogitia, Arrieta, Larrabeuca, Arrechabalonga, Murguía y Lemona; las sorpresas de Marquina, Guernica, Murguía, Urigoiti, Baquio y Bosque de Iparer; el socorro dado a Bermeo; la persecución de Sopelana y Castor; y las acciones de Baramba, Guernica, Durango, Bermeo, Oñate, Cenaurri, Barceña, Sodupe, Rigoitia, Ceberio, Elorrio, Artaza, Alturas de Arrieta y de Plencia, Orozco y Peña de Gorbea: hechos todos, sin contar otros varios, ocurridos durante dicho año, en que tanto se señaló, sin que esto fuese más que el preliminar de la bella parte de gloria que en 1835 había de caberle en Ormastegui, en Villareal de Zumárraga, donde tantos peligros corrió; en Villaró, teatro igualmente de grave riesgo para su existencia; en los campos de Arrigorriaga, regados como los de Villareal con su ardiente y heroica sangre; y antes de esto, en los dos socorros dados a la invicta Bilbao, y en la batalla de Mendigorria, en la cual y en el último de aquellos, tocole ser no más que concurrente.

Empeñarnos en trazar los pormenores de todos estos hechos gloriosos, sería inacabable materia, y lo que en 1836 no digan por sí solos Orduña, Unza, Arlaban, Burón y Luchana en pro del teniente general, del general en jefe del ejército del Norte, del, a pesar de encontrarse enfermo, libertador invicto de Bilbao, no la dirán el año siguiente en favor del ya conde de Luchana y capitán general de ejército, las alturas de Santa Marina, cuyo triunfo decidió herido; la acción de Durango, en que su alma estuvo tan sana y entera, como enfermo y decaído su cuerpo; la gloriosa retirada de Zornoza, y los combates de Hernani, Urnieta, Andoain, Lecumberri, Muzquiz de Imoz, Aranzueque, Retuerta y Huerta del Rey, los más de ellos persiguiendo al Pretendiente. La causa de la Libertad no podía ser vencida en España ante las huestes del oscurantismo mientras conservase su aliento el que de tal manera las barría; el que en 1838 tanto ilustró su nombre en Balmaseda, en Mediana, en Orriana, en Piedrahita, y sobre todo en Peñacerrada. ¿Quién mejor que él podía conducir a la victoria nuestros ejércitos reunidos? No en vano se fiaron a su diestra las riendas del poder militar más grande que ha existido en España desde la guerra de la Independencia y del mando conferido a Wellington. ¡Tornos, Ramales, Guardamino, Orduña, Villareal, Urquiola, Durango, Corte del Pretendiente…! ¿no es verdad que no ha habido en lo que va corrido del siglo para ninguno de nuestros generales gloria mayor que la de Espartero en 1839, cuando después de hacer ondear sobre vosotros el pendón santo de la Libertad, terminó la guerra civil con un genial e inesperado abrazo en los célebres campos de Vergara? Vanamente se sostienen algunos de los que quieren dilatarla aún. Los campos de Elizondo y Urdax presencian las últimas bascas de la agonía del Pretendiente, siendo inútil que en 1840 quiera galvanizar el cadáver de la monarquía absoluta su adalid postrero, Cabrera. Tras Segura cae Castellote; tras el allanado baluarte, cuya frente se alza en los confines del suelo aragonés y valenciano, rinde Berga su cerviz igualmente, postrándose a los pies del gran caudillo Duque de la Victoria y de Morella.

¡Mas ay! no eran los campos de batalla el único teatro en que Espartero debía abatir la bandera enarbolada por los enemigos de la emancipación popular. Tras el absolutismo sin máscara, venía el despotismo con careta, y este era más temible que aquel, por lo mismo de velar la opresión con las formas de la Libertad. Uno de nuestros partidos, enemigo declarado del Pueblo y de todas sus garantías, quería convertir en dinástica una lid de principios en su esencia, y ese partido pretendió atraerse la espada del invicto campeón para convertirla en sostén de espurias y retrógradas miras. Espartero las había burlado en las tentativas primeras puestas en juego para fascinarle, viéndose precisados los mismos que ahora deprimen su capacidad a reconocerla y muy alta en el mero hecho de dar el nombre de conducta intrigante, a la hábil y prudente manera con que supo romper sus redes, esquivar sus torpes halagos, burlar su calculado artificio, y minar en fin diestramente el no mal construido edificio de sus maquiavélicas tramas. Este primero y desgraciado éxito no los desalentó sin embargo, y acabada la guerra civil, apuraron todas sus artes para hacerle abjurar de la causa que con tan incansable tesón había sin cesar defendido. ¡Vano afán! El hombre del Pueblo no podía coaligarse con los engañadores del Pueblo. Su corazón había ardido siempre por la causa de la Libertad, lo mismo en su pobre Granátula bajo una chaqueta de paño, que en la universidad de Toledo bajo las escolares bayetas, o en la guerra de la Independencia y en las campañas de América bajo el uniforme adornado con las cruces de Alburquerque, Chiclana y 2.° ejército, con las de Torata y Moquehua, San Fernando y San Hermenegildo. ¿Apagaría ahora sus latidos bajo las de Mendigorría, Luchana, Hernani y Peñacerrada, bajo las grandes de Isabel la Católica, Carlos III, Baño y Torre y Espada, o bajo el peso del Toisón de Oro, del Gran cordón de la Legión de Honor, y del manto de grande de España? Así lo creyeron los hombres acostumbrados a vender al Pueblo, cuando no por un puñado de oro, por una posición o por un título; pero el héroe de Luchana y Morella, prefirió confundirse con él, a volverle indignamente la espalda, y arrojóles indignado a la cara todas sus mercedes y honras, ya que estaban tan empeñados en traducirlas como justo derecho a la más servil gratitud. Su dimisión no le fue admitida por la augusta persona que entonces regía los destinos de España, ni esa persona conoció el abismo que estaban abriendo a sus pies consejeros inicuos o imbéciles. El Pueblo vio que sus libertades iban a ser minadas por su base promulgándose la ley de ayuntamientos, y esa ley se promulgó sin embargo, y la insurrección estalló. Combatido el bajel del Estado en aquella tormenta sin náufragos, desamparó Cristina el gobernalle, temiendo ser contada entre ellos. Fue esto una ilusión de su mente, mas bien puede en una señora disculparse tal aprensión. Las olas del Pueblo irritado no amenazaban sumergir a nadie, salvo a los que la aconsejaban tan mal; pero por inofensivas que fuesen respecto a la augusta Regenta, no estaba en lo humano evitar que hallándose con ellos a bordo, participase un tanto del mareo producido por las oleadas.

Abdicado el poder por Cristina, era lógica consecuencia que Espartero empuñase el timón, y aún que lo recibiese de sus manos, como así se verificó. ¿Quién entre los hombres notables que entonces tenía el país, podía presentar más justos títulos a erigirse en Regencia y en Gobierno? Trasladado a Madrid desde Valencia con el precioso depósito que Cristina le había confiado entregándole a Isabel y a Fernanda, compartió tiernamente con ellas la ovación con que pocos días antes había sido recibido en la corte, y bien pronto el congreso y el senado, convirtiendo en normal y permanente el carácter provisional de que había venido revestido como jefe del Ministerio-Regencia, eligiéronle con aplauso general en único Regente del Reino. Los votos del Pueblo español quedaron ampliamente cumplidos; pero Espartero cometió una falta, y fue limitarse a Regente, cuando según hemos dicho arriba, debía también ser Gobierno. La teoría constitucional que deja a los ministros esto último como cargo suyo exclusivo, no dando al rey otra atribución que la de reinar meramente, es una de tantas quimeras importadas del reino vecino, donde a pesar de proclamarse tanto, hay un Luis Felipe que gobierna desmintiendo ese principio en la práctica, si no siempre en bien del país, al menos con notoria habilidad, con indisputable talento. Constitucional Espartero hasta un extremo supersticioso, dobló con respeto la frente ante semejante doctrina, juzgándose tanto más en el caso de practicarla religiosamente, cuanto más obligado se creía a no extralimitarla ni un ápice, no habiendo nacido monarca, sino haciendo las veces de tal. Los bellos sentimientos de su alma y la pureza de sus intenciones resplandecen aquí de una manera que inspiran sorpresa y asombro. ¿Qué mas hubiera podido hacer Washington, a ser Regente de una monarquía? Pero Espartero estaba desde entonces condenado a caer, como dice uno de nuestros escritores contemporáneos, abrazado con la Constitución. Los enemigos de la Libertad, al menos en el grado que el Pueblo tenía derecho a esperarla, advirtieron el lamentable flanco que el Regente dejaba en descubierto, y aprovecharon admirablemente su inacción constitucional. Espartero sabía, a no dudarlo, que el bando vencido en setiembre se agitaba subterráneamente, extendiendo sus ramificaciones hasta la corte del vecino reino, donde tenía su principal apoyo, y dejole no obstante conspirar, y aun darse el santo y seña a su vista, sin osar cortarle los vuelos, temeroso de que se dijera que vejaba a los ciudadanos antes de dar estos motivo a procedimiento ninguno en contra de sus personas. Con esto cobraron mas ánimo, siguiendo adelante en sus planes, no ya en la oscuridad de la noche, sino a la clara luz del mediodía, pudiendo señalarse con el dedo los que habían trabajado a la zapa, los que habían cargado la mina para volar aquella situación, y los que habían de prenderla fuego. El palacio de Buena-Vista estaba estremeciéndose ya sobre el volcán abierto a sus pies, y el guardador de la Constitución seguía cruzado de brazos con la serenidad del guerrero y la calma impasible del justo, decidido a volar con las ruinas antes que adelantarse al estrépito y castigar a los que todavía no habían cometido en su concepto delito por el cual mereciesen que él les retirase su égida; égida destinada a proteger aun, en sus enemigos mas pérfidos, la seguridad personal. En la noche del 7 de octubre de 1841 rompió por fin el anchuroso cráter, y rompió por donde menos podía esperarse de parte de unos hombres que al epíteto de constitucionales han antepuesto siempre el de monárquicos: ¡rompió al pie del Palacio Real! La Milicia Nacional de Madrid salvó la Libertad y la Reina: los moderados desde aquella noche juraron el exterminio de la Milicia. La ley juzgó a los principales conspiradores: los moderados redoblaron su odio a la ley que los condenaba. Espartero partió para las provincias Vascongadas con el fin de apagar en ellas la llama de la insurrección, no sin perdonar generoso a los conspiradores secundarios: los moderados miraron aquel acto de clemencia como el medio más a propósito para retoñar nuevamente en sentido conspirador.

Y retoñaron efectivamente, y tanto pudieron sus artes, que lograron dividir el partido simbolizado en el ilustre Duque, y esa división les dio un triunfo que no hubieran alcanzado sin ella. No entraremos en pormenores relativos a un suceso tan triste, y cuya memoria no es dado que pueda servir al progreso sino para robustecer más y más los vínculos al fin restablecidos en la desgracia común. Hay épocas de fascinación y de vértigo decretadas por la Providencia en sus inescrutables designios, y una de esas épocas fue la que nos trajo esa división. Sus efectos alcanzaron a todos, y todos hemos aprendido en ella, habiéndole debido un gran bien, y es la depuración del partido. Los apóstatas ocultos que teníamos se pasaron al bando contrario; los buenos se quedaron con los buenos; nuestras filas son hoy una falange donde no es ya posible la discordia. ¿Nos atreveremos a acusar al cielo por haber de ese modo dispuesto la reorganización progresista, convirtiendo un mal momentáneo en el principal elemento de la ulterior y común ventura? La irrupción de los bárbaros del norte reanimó una sociedad moribunda cuando más amenazaba matarla: la irrupción de los moderados ha reanimado el progreso cuando menos vida tenía. La humanidad triunfó de los primeros, y triunfará también de los segundos. ¿Cómo prevalecer contra ella los falsarios de la Libertad?

Tolerante a par que político, aprobó el Regente del Reino la conducta de las tropas pronunciadas y no pronunciadas en 1840; solícito y buen administrador, dispuso la centralización de fondos; conocedor del espíritu del siglo, decretó la revisión de las ordenanzas militares, a fin de armonizarlas con él; enemigo de mandar por la fuerza, redujo el personal del ejército; ansioso de tener una base para gobernar con acierto, mandó la formación de una estadística; protector de los intereses materiales, dio su aprobación al tratado de la libre navegación del Duero; compadecido de los contribuyentes, eximiolos de varias gabelas, e hizo cuanto de él dependió por reformar el sistema tributario; elevándose a la región de las ideas y de los intereses morales, dio el decreto mandando erigir un glorioso panteón de hombres ilustres; representante de la Libertad, honró en varias disposiciones la memoria de los restauradores del gobierno representativo, y respetó la imprenta hasta un extremo que no tiene ejemplo en la historia; conocedor profundo de los bienes que resultan de la desamortización, sancionó la ley de las Cortes, relativa a la enajenación de las fincas del clero secular; guardador de la dignidad nacional, hízola respetar a los extranjeros, inclusos los mismos ingleses, por quien los moderados decían que estaba supeditado, y la sostuvo firme y noblemente ante el espíritu ultramontano, obligando a la curia romana a rendir el debido homenaje a la soberanía del país, amenazada de sus invasiones; leal a su reina querida, mirola en su orfandad como padre, en su dignidad como súbdito, en su sexo como caballero; hombre todo de ley, finalmente… ¿pero a qué recorrer uno por uno los rasgos que en tantos sentidos hicieron notables sus actos mientras desempeñó la Regencia? El Pueblo los conserva en su memoria, y el Pueblo sabe bien hasta qué punto hubieran hecho su felicidad, a no haberse interpuesto entre ellos y su desarrollo ulterior, la siniestra y maquiavélica mano, que tendiendo la oliva de paz a nuestros engañados amigos, encubrió con sus hojas la palanca destinada a remover de su asiento la firme base en que se afianzaban las instituciones políticas que se había dado el país.

Descendido de su altura Espartero, vino todo a tierra con él. Aun tenía un pie en nuestras playas, mientras el otro se avanzaba al Betis, y ya el suelo retemblaba al estrépito del sacudimiento espantoso producido por tamaña caída. En el Betis extendió su protesta contra la fuerza que le derribaba, trasladándose luego al Malabar. El solemne y majestuoso saludo de la artillería británica, fue a la vez un homenaje al Regente, y una triste salva de duelo a la suerte reservada al país, privado de su mas robusto apoyo, del sostenedor más leal de la Constitución y la Reina.

Espartero. Su pasado, su presente y su porvenir 0/5

En seis publicaciones voy a ir dejando la transcripción del este documento, encontrado entre los papeles que tengo de Espartero, de la publicación de 1848 Por la redacción de El Espectador y El Tío Camorra, Imprenta de D. Julián Llorente, calle de Alcalá, núm. 44.

Al ilustre Duque de la Victoria
en prueba de adhesión y respeto
Los autores


Recomendamos a nuestros lectores la obra que en otro lugar anunciamos, titulada Espartero, su pasado, su presente y su porvenir.» «Espartero, su pasado, su presente, su porvenir, por la redacción de el Espectador y el Tío Camorra. Este folleto destinado a rendir un tributo de respetuoso afecto al ilustre pacificador de España, no menos que a dar una idea justa y filosófica de la importancia inherente a su nombre; consta de cinco capítulas cuyos títulos son los siguientes: 1º De la cuna al Malabar. 2º Cuatro años de emigración. 3º El regreso del proscrito. 4º Quince días en Madrid. 5º Significación política y porvenir de Espartero. El capítulo 4º está escrito en verso, y en variedad de estilo y metros por el Tío Camorra. El folleto en edición de lujo aparecerá en uno de estos próximos días. Su tamaño será 8.° mayor prolongado, y su precio 5 rs. en Madrid y 6 en provincias. Constará por lo menos de 80 páginas. Los que quieran suscribirse podrán hacerlo en Madrid en la redacción de todos los periódicos progresistas: El Eco del Comercio, calle del Fomento, núm. 1, cuarto bajo; Clamor Público, calle de la Cabeza, núm. 36, cuarto bajo; Siglo, Plazuela de la Villa, núm. 107; La Prensa, calle del Prado, núm. 4, cuarto principal de la izquierda; Espectador, calle de Jardines, núm. 16, cuarto bajo; Tío Camorra, Pasadizo de San Ginés, núm. 3, cuarto principal, y en todas las librerías a donde se suscribe a dichos periódicos; y en provincias en casa de los corresponsales del Espectador Tío Camorra. Nota. Los que se suscriban en Madrid, no tendrán que adelantar el precio del folleto, sino que lo abonarán cuando les sea llevado a domicilio: y los de provincias tampoco tendrán necesidad de abonar su importe, sino cuando lo reciban.» (El Clamor Público, periódico del partido liberal, Madrid, viernes 18 de febrero de 1848, págs. 1 y 4. Eco del Comercio, Madrid, viernes 18 de febrero de 1848, pág. 4.)

Artículo sobre Isabel II de ABC. Espartero fue Regente durante su niñez.

Así fue el triste exilio de Isabel II: la Reina española que cayó en el olvido de París (abc.es) (Enlace a ABC)

Legislar menos y gobernaréis mas – Opinión de Baldomero Espartero


Continuando con la serie sobre Espartero os dejo este texto, del que se pueden sacar conclusiones sobre la política y la forma de gobernar, terminando en «legislar menos y gobernar más».

«No hay que temer a las revoluciones, ni a las reacciones, si los Gobiernos son previsores y prudentes, pues se harán imposibles por falta de objeto. Las revoluciones han querido ir muy adelante y las reacciones muy atrás. Unas y otras son revoluciones, avanzando o retrocediendo; pero unas y otras se pararán en donde se detengan las subsistencias, pues que, al fin, lo mismo el que quiere más, que él quiere menos, aparte del patriotismo que no negaremos, ambos tienen necesidad de comer. El caso es que no coman unos a costa de otros. Esto es lo que hay que evitar y hacer que todo el que pueda se lo gane, y esto se consigue con un sistema de libertad y de igualdad para todos. Con la abolición del privilegio, con la libertad de la propiedad, y con trabajo siempre abierto en que poder ganar un jornal proporcionado, habrá pan para sostener la familia, paz en el hogar doméstico, fuerza en el individuo y vigor en la sociedad. La holganza, entonces, no tendrá razón justificada o disculpable de ser, y las revoluciones y reacciones ni tienen objeto, ni hay quien las haga; y si hay alguno, no tiene quien le siga, a no ser un perdido que nada puede con una sociedad bien cimentada. Todo esto lo conocen perfectamente algunos emperadores y reyes de Europa, y otros lo van conociendo. Toda la Alemania, y especialmente la Prusia, han comprendido lo que puede la libertad y lo que vale el progreso. Allá marcha Austria desengañada de viejas escuelas y de lo poco que sirvieron sus círculos de hierro. No tardara Rusia en seguir un camino ancho en armonía con el siglo y la inteligencia que le distingue. Pasos ha dado ya, aboliendo la servidumbre. Este es un progreso precursor de otros progresos. Todo marcha ya, y bien inútil sería el intento de detener el movimiento, y bien insensatos los que pretendiesen hacer que el tiempo no pase, pues pasara y aplastara al necio que se oponga. Lo que hay que hacer es no oponerme a la corriente que me arrastra y que, si logro detener un día, en otro vendrá con más ímpetu, y no podré repetir el esfuerzo, sino dirigirla, y el que mejor dirige, es el que mejor gobierna. No detengáis al niño en sus medros o crecimiento, porque le destrozáis en su naturaleza y le llenáis de achaques e imperfecciones. No os empeñéis en hacer del viejo un muchacho, porque le precipitáis en la tumba. Dejad libertad y las cosas se arreglarán por sí mismas. Dejad obrar al interés y no os empeñéis en saber más que él, dándole reglas y preceptos que no necesita, y que le embarazan y confunden. Legislad menos, y gobernareis más»

Correos resuelve la deuda que España tenía con Espartero, su gran héroe constitucional

Os dejo el artículo publicado en el Español, de David Barreira, sobre el sello conmemorativo en homenaje a Espartero, podéis verlo aquí https://www.elespanol.com/cultura/historia/20200711/correos-resuelve-deuda-espana-espartero-heroe-constitucional/504200797_0.html

Como historiador y biógrafo del General Espartero quiero hacer un par de comentarios:

— Es cierto que no tuvo sello pero si se hicieron medallas conmemorativas que hoy pueden encontrarse entre los anticuarios y que si tenéis curiosidad podéis ver en mi libro Espartero, Lo que siempre quise contar de mi vida (pulsa aqui para verlo):

— Ha caído en el olvido porque fue una figura poliédrica, que incomodó a todos en mi opinión:

  • A Franco porque fue un General, como él, defensor a ultranza de la Constitución, y no una cualquiera, sino una igualitaria de una persona un voto. Además era liberal, entendida la palabra liberal como lo que es y no como ahora se usa de derechas, liberal supone en contra del absolutismo y con políticas a favor de las personas.
  • A los republicanos, porque siempre defendió la monarquía como jefe de Estado, recayendo en los representantes del pueblo el Gobierno. Por otra parte Espartero odiaba el politiqueo, estaba en contra de los políticos porque los consideraba aprovechados para si mismos, medrando en su favor y teniendo en cuenta sus intereses y los de sus partidos políticos y no los intereses del pueblo (pregúntense ahora si esto es aplicable en no estros días).
  • A la derecha política porque era liberal.
  • a la izquierda política porque no les perdonaba a un político de izquierdas que gobernase para estar en la silla, y además que gobernase para todo el mundo no para los que lo votaban.

Os dejo del articulo


La compañía lanza una colección de sellos para homenajear a los protagonistas de la his»El Pacificador», que no contaba con ninguna estampa, inaugurar la serie.

En la última línea de su magnífica biografía sobre Espartero, el Pacificador (Galaxia Gutenberg), el hispanista canadiense Adrian Shubert recoge una anécdota muy significativa que resume el olvido al que se ha enfrentado la figura del «español más famoso y más venerado de su tiempo, la persona que muchos consideraron la encarnación misma de la paz y el gobierno constitucional»: «Ni siquiera se le ha distinguido jamás con el modesto reconocimiento de un sello de correos». Un hecho insólito para un hombre que emergió en el siglo XIX como el auténtico héroe nacional.

Solo por la breve semblanza que el historiador brinda al general y completa ese párrafo de cierre de su mayúscula obra, merecería una colección personal y específica de estampas: «Baldomero Espartero fue un fenómeno sin precedentes en la historia de España. Fue la primera figura pública moderna del país, y los españoles le hicieron objeto de un culto único, sólo igualado en Europa por los de Napoleón y Garibaldi. Nunca antes hubo tanta gente tan estrechamente identificada con una sola persona, ni tantas esperanzas depositadas en ella durante tanto tiempo, y desde luego en nadie que no fuera un monarca reinante. Y cabría sostener que no ha habido nadie igual desde entonces».

Esa deuda que todavía persistía con quien fue bautizado como campeón del liberalismo y encarnación del lema «¡Cúmplase la voluntad nacional!» al fin va a ser resuelta. El próximo 15 de julio, Correos lanzará una nueva colección que pretende rendir homenaje a un puñado de protagonistas de la historia de España. Y el primero de ellos será Baldomero Espartero, príncipe de Vergara, duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas. O el Pacificador, como destaca Adrian Shubert, que ahora tendrá que enmendar esa línea para futuras ediciones.

El sello en cuestión se compone de tres elementos: al fondo, una H troquelada que servirá como símbolo identificativo de la serie; sobre ella, un primer plano del retrato de Espartero pintado por José Casado de Alisal y una imagen de la estatua ecuestre de bronce del militar elaborada por el escultor Pau Gibert i Roig, que fue inaugurada en diciembre de 1885 sin ceremonia y ni una sola palabra en la intersección entre las actuales calles Alcalá y O’Donnell, justo enfrente de una de las puertas que dan acceso al Parque del Retiro.

¿Pero cómo se explica el olvido de alguien que se granjeó los apodos de «el héroe Espartero» o «el inmortal Espartero»? Shubert asegura que se trata de una «figura polémica y esencialmente huérfana. Tiene críticos pero no tiene abogados». Y atribuye parte de la culpa, así como el denuesto de la tradición liberal, a «cuarenta años de denigración franquista«. La vida del príncipe de Vergara es un amalgama de tropecientas batallas, enredos políticos e incluso una campaña, ya en sus últimos años, para proclamarle rey. Un personaje, en definitiva, con multitud de aristas, tremendamente complejo, que deambula por el convulso contexto español del siglo XIX.

Regencia y exilio

Nacido en 1793, Joaquín Baldomero Fernández Espartero era el noveno hijo de un carretero del pueblo manchego de Granátula de Calatrava (Ciudad Real). Tras obtener el título de Filosofía en la Universidad de Almagro, se presentó voluntario en el Ejército en 1809, cuando contaba con dieciséis años, para combatir la invasión francesa durante la Guerra de la Independencia como soldado raso. El joven supo desenvolverse a la perfección en los cuerpos de oficiales bajo el régimen antinapoléonico y pronto alcanzó el rango de teniente.

Espartero, por José Casado del Alisal.

Espartero, por José Casado del Alisal.

En esos años de lucha había descubierto su vocación: «No se me ocurría [que] pudiese haber ejercicio más propio del hombre que vivir con el soldado, participar de sus fatigas, escuchar sus aventuras y cuentos en el vivac nocturno y al toque de diana romper la marcha, cargando al enemigo cuando el sol iluminase el espacio», aseguraría. Cuando estallaron en América los movimientos independentistasvolvió a presentarse voluntario. Allí, entre Chile y Perú, estuvo combatiendo durante casi una década, que le recompensaría con el rango de brigadier general.

La figura de Espartero emergió con el estallido de la primera guerra carlista en octubre de 1833. Él se alineó con la causa isabelina y la regencia de María Cristina y se coronó en 1836 en la batalla de Lucha, cuando ya era general en jefe del Ejército del Norte. Lo que ocurrió aquel 24 de diciembre, víspera del día de Navidad, constituye, según Shubert, el momento decisivo de su carrera, la gesta militar que le convirtió en el héroe de los españoles. En medio de una terrible nevada, febril y cabalgando de pie sobre su caballo porque los dolores le impedían sentarse, logró liberar la asediada ciudad de Bilbao.

Espartero, militar audaz y disciplinado y hombre honrado, contaba entonces con 43 años, y parecía en el cénit de su fama y relevancia, pero lo que ocurrió a partir de esa jornada, señala su biógrafo, «fue verdaderamente excepcional, una historia asombrosa digna de Stendhal o de Gabriel García Márquez». En agosto de 1839 puso fin a esa guerra civil con una paz negociada, conocida como el Abrazo de Vergara, «que le mereció el título no oficial, pero perdurable, de Pacificador de España. A ello siguió una excelente campaña en el Maestrazgo en que derrotó totalmente a los carlistas», destaca Shubert.

Estatua ecuestre de Espartero. Una fotografía de Jean Laurent.

Estatua ecuestre de Espartero. Una fotografía de Jean Laurent. Museo de Historia de Madrid

Sus ascensos siguieron siendo meteóricos: se convirtió en la figura militar predilecta del liberalismo progresista, presidente del Consejo de Ministros y regente del reino desde mayo de 1841 hasta julio de 1843. «Fue un momento en que las posibilidades de cambio se hundieron a causa de la desunión política entre los que eran en teoría sus partidarios [los progresistas], y sobre todo por los ataques resueltos e implacables de sus enemigos, que culminaron en una sublevación militar victoriosa (…) En muchos sentidos, la Regencia de Espartero puede considerarse el análogo decimonónico de la Segunda República de los años 1930. Y como ella, citando a Santos Juliá, ‘no fracasó; fue… fracasada'», escribe el hispanista canadiense.

Esa insurrección militar comenzó el 27 de mayo de 1842, cuando los militares Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch se alzaron en Reus con la declaración: «¡Abajo Espartero! ¡Mayoría de la Reina!». Y fue a finales de ese convulso año cuando se registró uno de los episodios más polémicos de la carrera del general: ordenó y dirigió en persona el bombardeo de la Barcelona rebelde el 3 de noviembre , que se prolongó durante trece horas y en el que fueron empleados 1.014 proyectiles. La acción se saldó con 20 heridos, 464 edificios dañados y la pérdida de popularidad del regente, que debería marcharse al exilio en Gran Bretaña, donde vivió cuatro años y medio.

Los últimos años

Ante la revolución de julio de 1854, la reina Isabel II le llamó otra vez al poder. Proclamado «Generalísimo de los Ejércitos», recuperó Zaragoza, donde se había desatado otra insurrección. Allí le recibieron con inscripciones en las fachadas como esta: «Viva el primer ciudadano de la Nación / Don Baldomero Espartero / ídolo, delirio y esperanza del pueblo«. «Me habéis llamado para que ayude a recobrar la libertad perdida, y mi corazón rebosa de alegría al verme de nuevo entre vosotros. Cúmplase la voluntad nacional, y para objeto tan sagrado contad siempre con la espada de Luchana, con la vida y con la reputación de vuestro compatriota», dijo el hombre que volvía a revelarse en «la personificación de la libertad, honradez y virtudes cívicas».

Retrato del general Espartero, fotografiado por Jean Laurent.

Retrato del general Espartero, fotografiado por Jean Laurent.Museo del Prado

Pero no pasaron más de un par de años hasta que fue forzado nuevamente al ostracismo. Esta vez, a Espartero se le permitió permanecer en el país y regresó a Logroño, ciudad natal de su mujer Jacinta y lugar de adopción suyo, donde vivió el resto de su vida. Incluso logró recuperar la estima de los catalanes a los que había bombardeado, que cada 27 de febrero, día de San Baldomero, dedicaban todo tipo de festejos en honor del «pacificador de España y campeón de la libertad», como las de 1864 que tan detalladamente describe Adrian Shubert.

«Asombrosamente, el fracaso de sus dos mandatos en el poder no destruyó su popularidad», concluye el historiador. «Después que una revolución destronara a Isabel II en septiembre de 1868, se produjo una impresionante campaña para nombrar rey a Espartero, que tenía entonces setenta y cinco años; como es sabido, rechazó la invitación del Gobierno revolucionario a ser considerado para este cargo. De hecho, hasta la consolidación de la restaurada dinastía Borbón después de 1875, su vuelta a algún cargo político fue repetidamente considerada como una posibilidad». Con su muerte en enero de 1879, hasta arrancó las lágrimas de Alfonso XII. Espartero, una figura abrumadora, un héroe de carne y hueso cuyo rostro por fin aparecerá en un sello.

 

 

¿Qué pensaba Espartero de los hombres de estado?

Expresiones de Baldomero Espartero sobre los políticos. Entre ellas las de la sesión de las Cortes constituyentes del 28 de noviembre de 1854.

“Es necesario distinguir entre los verdaderos hombres de Estado y los que no lo son; los más son ratas y vulpéculas que hacen cortejo a algún perro mastín, viejo y diestro en fuerza de años y desengaños.

No señor, lo que hay es, que en fuerza de repetirnos cuando estamos elevados, que somos consumados políticos y eminentes hombres de estado, nos lo hacen creer los mismos bribones y desvergonzados que el día en que caemos no tienen empacho en decirnos: Señor mío, que me he equivocado; me he llevado un chasco, es Vd. un pigmeo en política, en administración, en gobierno y… en todo.”

”La Patria cuenta con vuestros esfuerzos, con vuestras virtudes, con vuestra sabiduría, para que hagáis leyes que afiancen sus derechos y destruyan los abusos que se han introducido en el gobierno del Estado.”

”En cuanto a mi, señores, yo las obedeceré siempre, porque siempre he querido que se cumpla la voluntad nacional, y porque estoy convencido de que sin la obediencia a las leyes, la libertad es imposible.”

Las Constituciones según Espartero

En esta ocasión incluyó textos, entresacados de la documentación que tengo, sobre la opinión de Espartero de la libertad de elección y las Constituciones.

Para algunos todas las constituciones son buenas y dicen que el caso es observarlas, pero yo no estoy conforme con esa generalidad, pues las constituciones, como todo, pueden ser buenas y pueden ser malas.

Las que se fundan en la naturaleza del hombre creado libre por el Hacedor, y le consideran igual ante la ley al que por sus riquezas o por su alcurnia pretende un origen más elevado y aún privilegiado, son buenas.

Las que crean jerarquías políticas son malas, porque faltando a la igualdad, humillan a los hombres, quienes acaso transmiten a su descendencia un puesto político que puramente debe ser personal, si lo merecen, y hasta donde lo merezcan. Dejad a las consideraciones sociales arreglar estos asuntos; pero no mezcléis la autoridad de la ley ni su fuerza en ellos.

Yo respeto al virtuoso, porque me edifica; al sabio, porque me aconseja; al rico, porque necesito de su bondad y de sus auxilios; al ilustre porque me recuerda la tradición de hechos heroicos y me enseña el camino el honor y de la gloria; y para esto no necesito más que la benevolencia que me inculcaron mis padres y mis maestros con sus palabras y con sus ejemplos. No quiero que me lo impongan los legisladores políticos, porque le quitan el mérito y me ofenden. También debo respetar al anciano, porque me re recuerda que yo lo seré necesariamente, y también al pobre, porque me advierte que yo podré llegar a serlo, cuando él mejore de fortuna.

Los llamados derechos políticos no son otra cosa que ejercicios de la libertad y facultad humanas concedidos al hombre; y el quitárselos, es un atentado, porque los tiene por Dios y la naturaleza. Así es que el derecho electoral restringido a clases determinadas, y sujeto a la cuantía de la materia imponible para contribuir al Erario o a una cantidad fija de contribución, es además una injusticia altamente irrisoria en un país gobernado constitucionalmente. Por eso los mismos reyes absolutos, entre nosotros, no privaron del sufragio al vecino, por solo el hecho de ser hombre interesado en la conservación de la sociedad, en todo lo que se refería al gobierno del municipio, ya que entonces no hubiere otras elecciones populares y políticas; y eso era, porque conocían que el que tiene poco, lo estima tanto como el que tiene mucho, y si caso más.

Las constituciones y los derechos políticos en ellas y en las leyes que de ellas emanan, se fijan, parten de un mismo origen: de la naturaleza del hombre, de su estudio, de sus medios, de sus facultades, de sus fines. Por eso se deben dictar mirando al cielo, así como cuando se sancionan contra la arbitrariedad del que manda, se debe mirar a la tierra, porque ese abusa más fácilmente del poder cuanto más se habitúa el hombre a mirarlo como un derecho, cuando no es más que una concesión.

 

Conferencia en el Ateneo sobre el General Espartero, biografía novelada «Lo que siempre quise contar de mi vida»

Fue una magnifica tarde en el Ateneo. Hubo preguntas y tertulia muy interesante al final. Nos fuimos a una hora y tres cuartos con todo. La sala estuvo llena, y estuve rodeado de amigos y amigas, de personas que disfrutan de la historia, de mi familia Ángela Inocente y Emi. Y sobre todo de gente que me transmitió su cariño y calor. Si porque asistieron desde el trabajo bastantes personas, pero no por esa condición sino por ser amigos y amigas. Al final algunos miembros del Ateneo solicitaron que repitiera como tertuliano, como conferenciante, cosa que por supuesto haré.

Estuvo D. Juan Antonio Callejas, alcalde de Villamayor, lugar de nacimiento de la madre de Espartero. También es congresista ya que ha salido electo por Ciudad Real en las últimas elecciones.

Hay que decir que asistir esa noche fue un acto de mucha voluntad. La noche no es que fuera mala,  era peor: Viento fuerte, lloviendo, frío, etc.

Gracias!!!!! Gracias!!!!!

Os dejo alguna foto que me han enviado y también el artículo publicado en el periódico La Comarca de Puertollano.

Juan Antonio Callejas asistió en Madrid a la presentación de un nuevo libro sobre el general Espartero

Lanza GRANÁTULA DE CALATRAVA

Callejas junto al autor del libro / Lanza

Su madre era natural de Villamayor de Calatrava, pueblo del que es alcalde

El diputado del PP por Ciudad Real en el Congreso de los Diputados y alcalde de Villamayor de Calatrava, Juan Antonio Callejas, asistió el pasado jueves en  el Ateneo de Madrid, a la conferencia y presentación del libro: “Biografía novelada del General Espartero: Lo que siempre quise contar de mi vida”, por su autor, Juan Jesús Donoso Azañón, quien aborda la singular vida y actividad política de este militar, nacido en Granátula de Calatrava, que llegó a ser Regente del Reino y presidente del Consejo de Ministros y que puso fin a la primera guerra carlista.

Callejas tuvo ocasión de charlar con el autor del libro e informarle de que la madre de Espartero había nacido precisamente en Villamayor de Calatrava, pueblo del que es alcalde desde 2011.

Esta Biografía Novelada de D. Joaquin Baldomero Fernández – Espartero y Alvarez de Toro es un libro escrito en primera persona que cuenta la vida del General Espartero, que fue Regente del Reino, Presidente del Consejo de Ministros, Conde de Luchana, Donde de Morella, Duque de la Victoria y Príncipe de Vergara. Actor primordial en la historia contemporánea de España y sin quien no podría entenderse lo que es actualmente España.

El libro recorre su vida completa desde su infancia en Granátula de Calatrava, donde nació, hasta su muerte en Logroño, ciudad que le acogió como lugareño, que descubre las hazañas hasta el Abrazo de Vergara con el que se puso fin a la Primera Guerra Carlista, su paso por el Gobierno y toda aquella época de los mandatos de Fernando VII, la regencia de María Cristina, Isabel II, etc.

Una vez retirado en Logroño, su casa fue lugar de visita y consultas de personajes de la talla de Alfonso XII, Amadeo de Saboya, el presidente de la I República o Salustiano Olózaga, entre otros.

Cómo conseguir el libro «Biografía novelada del General Espartero, lo que siempre quise contar de mi vida»

Hola.

Ante las muchas consultas que estoy recibiendo sobre cómo conseguir el libro «Lo que siempre quise contar de mi vida, biografía novelada del General Espartero», os informo de las dos posibilidades que existen:

  • Solicitar directamente el libro escribiéndome en juanjesus@donoso.es. El coste es de 15 euros del libro más 5 euros del coste de envío por Correos si fuera necesario. Pago por transferencia, paypal, etc. La edición es la original, en tamaño A4 con una cuidada impresión y terminación.
  • Comprando el libro en Amazón, donde tenéis la oportunidad de comprar en ebook o también en impresión bajo demanda, Amazón os enviará el libro en tres o cuatro días. En enlace es: Amazon Lo que siempre quise contar de mi vida.

Conferencia en el Ateneo sobre Espartero

Conferencia sobre Espartero en el Ateneo de Madrid el día 12 de diciembre de 2019

Continuamos con la difusión de la memoria del General Espartero. En esta ocasión, y gracias al apoyo del Ateneo de Madrid (Calle del Prado, 21 de Madrid -muy cerca del Congreso de los Diputados) el día 12 de diciembre a las 20 horas tendré la oportunidad de hablar sobre este personaje, tan importante en mi opinión, en la historia contemporánea de España.

Os dejo la invitación y os espero:

Conferencia en el Ateneo sobre Espartero

El General Espartero (breve reseña sobre su vida)

Joaquín Baldomero Fernández – Espartero y Álvarez de Toro, nació en Granátula de Calatrava el 27 de febrero de 1793, hijo del matrimonio formado por Manuel Antonio Fernández – Espartero y Cañadas y JosefaVicenta Álvarez de Toro y Molina. El padre poseía un taller de carretería que había pertenecido a sus antepasados desde hacía varias generaciones y también tierras de labranza por lo que estaba considerado como un ciudadano si no hacendado al menos acomodado.El joven Joaquín Baldomero, preparado por el preceptor de gramática de Granátula, D. Antonio Meoro, amigo de su padre, ingresó en la Universidad de Almagro donde cursó estudios durante tres años, obteniendo el título de Bachiller en Artes y Filosofía, el 23 de junio de 1807. Unos días después, el 5 de julio de dicho año se cierran las universidades por orden de Carlos IV y al año siguiente, mayo 1808, estalla la guerra de la Independencia.

Participó en dicha guerra, al ser reclutado como la mayoría de la juventud manchega, ya que había que formar un Cuerpo de Ejército de 20.000 hombres, según las instrucciones de la Junta Central del Reino, para oponerse al paso de las tropas francesas aquí en La Mancha y detener su avance hacia Andalucía. Fue alistado en el Regimiento de Ciudad Real como «soldado distinguido», es decir exento de servicios mecánicos por su calidad de estudiante.

La primera acción bélica en la que participó fue en la batalla de Ocaña, desastrosa para las armas españolas. Tras este fracaso, al reorganizarse nuestras tropas se alista en el Batallón de Honor de la Universidad de Toledo, formado exclusivamente por estudiantes universitarios; pasando de aquí a la Academia Militar de la Isla de León (Cádiz), de donde salió con la graduación de Subteniente.

Terminada la guerra de la Independencia se alista en la expedición que al mando del General Morillo, se destina a apaciguar nuestros territorios de América, que deseaban la independencia de España, para lo cual ingresa en el Regimiento de Extremadura con el grado de Teniente (2-12-1814), partiendo de Cádiz el 1-2-1815.

En América, a donde llega a primeros de abril de 1815 es donde empieza a destacar entre sus compañeros, pues fruto de sus estudios en la Academia de Ingenieros será la construcción de reductos, trincheras, levantamiento de planos topográficos, etc. de máxima utilidad para el desarrollo de las operaciones militares. A sus estudios universitarios deberá su cultura para desenvolverse con soltura entre compañeros, subordinados y superiores. Cualidades a las que hay que añadir su valentía y arrojo personal en los innumerables combates contra los insurrectos; lo que le hace ir ascendiendo profesionalmente y siempre por méritos de guerra, llegando a Brigadier y el 11 de octubre de 1823 se le nombra Jefe del Estado Mayor del Ejército de Perú, a los 30 años de edad.

En mayo de 1824 es tal el prestigio alcanzado por el brigadier Espartero que el virrey La Serna no duda en encomendarle la misión de ir a España a exponer de palabra al rey Fernando VII y su Gobierno cuanto allí estaba sucediendo. Cumplida esta misión en España, embarca de nuevo el 9 de diciembre de 1824, en el puerto francés de Burdeos con rumbo a América, siendo ese día el de la batalla de Ayacucho, por la que se perdió el virreinato del Perú para España; sin que Espartero participara en tal batalla como se le ha querido atribuir.

En mayo de 1825 desembarca en el puerto de Quilca, desconociendo la derrota de las tropas españolas, siendo hecho Prisionero de los seguidores de Bolívar, siendo tratado con una inhumanidad de las que no hay ejemplo, pudiendo salvarse del fusilamiento y de la prisión gracias a la intervención de una dama «muy allegada a Bolívar» a la que recurrieron sus compañeros de armas y en especial el abogado español Sr. González Olañeta, a la sazón en el Perú. Recuperada su libertad emprendió el regreso a España desembarcando nuevamente en Burdeos y una vez en nuestra patria fue destinado de cuartel a Pamplona donde conoció a la señorita Jacinta Martínez de Sicilia y Santa Cruz con la que contrajo matrimonio el 13 de septiembre, de 1827.

Tras breves destinos en Barcelona y Mallorca vuelve a la península para participar en la guerra carlista, donde continuará los ascensos, siempre por méritos de guerra; así como los títulos nobiliarios (Vizconde de Banderas, Conde de Luchana, Duque de la Victoria,Duque de Moreli) con que le honra la Reina-Regente y también el mando supremo del ejército isabelino, que a partir de ese momento va de victoria en victoria, llegando al Convenio de Vergara con el que se pone un fin honroso a la guerra civil, pues el ejército carlista desde las acciones de Ramales y Guardamino se veía ya totalmente derrotado.

Si el levantamiento del cerco de Bilbao, la Nochebuena del año 1836, le dio fama a Espartero, la feliz terminación de la guerra con el «abrazo de Vergara» en el que ambos ejércitos se abrazaron, de la misma forma que lo hicieron sus respectivos jefes Espartero y Maroto, elevó al jefe del Ejército isabelino a la apoteosis internacional, dando al mundo una lección de hidalguía y caballerosidad que no ha tenido imitación todavía, pues en el Convenio se estipulaba que todos aquellos oficiales y jefes carlistas que reconocierana Isabel II como Reina de España, se integrarían en el ejército con igual graduación y sin discriminación.

Terminada la guerra carlista la reina regente María Cristina de Borbón, madre de Isabel II, cuya vida privada no era todo lo ejemplar que debiera, siendo consentida y ocultada por el partido moderado para mantenerse en el gobierno de la nación, llegó un momento en el que dicha vida privada salió a la calle como represalia por la firma de la Ley de Ayuntamientos por la reina regente, desoyendo el consejo de Espartero que ante la impopularidad de dicha Ley le había suplicado que no la firmara. Se sublevaron las principales ciudades de España y ante tales sucesos María Cristina se vio obligada a renunciar a la Regencia antes que pasar por la vergüenza de quese debatiera en el Congreso su verdadero estado civil (viuda, casada,…)ante los reiterados estados de gestación y alumbramiento, ya que para ser Regente debía permanecer viuda.

Tras esta renuncia de María Cristina, se reunieron las Cortes del Reino, eligiendo Regente al general Espartero, por ser considerado el español con más méritos para ello. Pero las intrigas políticas y envidias personales no cesaron hasta derribarle de la Regencia, sin que ésta llegara a su término legal, teniendo que expatriarse a Inglaterra donde fue acogido generosamente y agasajado con arreglo a su rango, incluso por la propia reina Victoria.

Cinco años duró el exilio de Espartero en Londres, durante los cuales no faltó quién intrigara, avisando algeneral Narváez (el más encarnizado enemigo de Espartero) a la sazón Jefe del Gobierno, de que Espartero pensaba desembarcar en la península para provocar una sublevación; por lo que Narváez dio una orden secreta en la que disponía, que si llegaba a suceder tal desembarco Espartero fuera hecho prisionero y fusilado «sin mediar más tiempo que el necesario para identificarlo». El tiempo se encargó de demostrar que tal aviso o comunicado habíasido falso, por lo que Narváez recapacitó e invitó a Espartero a regresar a España rehabilitándolo en todos sus grados y honores. Retirose a Logroño, a donde Narváez le envió un emisario anunciándole que iba a proponerle a la reina Isabel II que le concediera el título de Príncipe, como acto de desagravio a su persona, lo que Espartero rechazó de plano.

En 1854, la sublevación del general O’Donell hizo que la reina Isabel II llamara a Espartero, quien trató de solucionar pacíficamente tal situación formando un Gobierno presidido por él e incluyendo a O’Donell como ministro de la Guerra. Gobierno que duró dos años (Bienio Progresista) debido a las intrigas de O’Donell, que desplazó a Espartero para ocupar él su puesto. Al despedirse Espartero de la Reina le dijo: «Cuando la revolución vuelva a llamar a las puertas de este palacio no vuelva Vuestra Majestad a acordarse de mi persona». Tras este desengaño político e ingratitud por parte de la Reina, Espartero se retiró definitivamente a Logroño.

La revolución llegó en septiembre de 1868, pero en esta ocasión alcanzó a la Reina, siendo destronada Isabel II, que tuvo que emprender el camino del exilio. Espartero que desde su retiro de Logroño contempló estos acontecimientos con gran pena y dolor, ya que una gran parte de su vida la había dedicado a defender los derechos de la reina niña y a afianzarla en el trono de sus mayores, vio que todos sus esfuerzos e ilusiones habían resultado inútiles.

Reunidas las Cortes Constituyentes, trataron de elegir un nuevo Monarca que no perteneciera a la familia Borbón y una gran parte del pueblo español pensó en Espartero, hasta tal punto que el general Prim, Presidente del Gobierno, le dirigió una carta ofreciéndole la Corona de España, que Espartero muy dignamente rehusó.

Después la Corona Española fue aceptada por D. Amadeo de Saboya, quien deseoso de conocer a tan egregio personaje le visita enLogroño, concediéndole el título de Príncipe de Vergara. Tras el efímero reinado de este Monarca, es proclamada la I República, cuyos cuatro Presidentes siguen rindiendo pleitesía al viejo Caudillo; y por si no fuera suficiente el joven rey Alfonso XII al recuperar el Trono de su Madre, desea también conocer al Pacificador de España, visitándolo en Logroño.

De igual forma había ido desfilando por la capital riojana la mayor parte de sus enemigos y correligionarios políticos (que en más de una ocasión le volvieron la espalda) para entonar el «mea culpa» ante el sin par hijo del carretero de Granátula, quien admirado y respetado por todos los españoles, se extinguió tras una larga y azarosa vida el día 8 de enero de 1879 a los 86 años de edad.

PRESENTACIÓN DE LIBRO. LO QUE SIEMPRE QUISE CONTAR DE MI VIDA. BIOGRAFÍA DE ESPARTERO

Fundación Ibercaja. Centro de Logroño. Para leer el artículo original pulsa aquí

El escritor Juan Jesús Donoso Azañón presenta Lo que siempre quise contar de mi vida. Biografía novelada del General Espartero, en el salón de actos del Centro Ibercaja La Rioja.

Con la participación del periodista y también escritor especializado en temas riojanos Marcelino Izquierdo, el autor se adentrará en la piel de D. Baldomero para contarnos su vida desde lo que supone el pensamiento del Vizconde de Banderas.

Por diferentes motivos, como cuenta Donoso Azañón en su libro, el General Espartero se cruzaba en su vida por tres vías: su pueblo, su sangre y su trabajo. El que fue el General del Pueblo, un actor primordial en el siglo XIX de lo que hoy es España. Y así es como surgió, nos dice, la idea de ir recopilando poco a poco toda la información para arrojar luz sobre el Duque de la Victoria, el Conde-Duque, y escribir sobre él.

Juan Jesús Donoso Azañón (Madrid, 1969) es economista y define la ciencia económica como la que se ocupa de las personas, de sus decisiones y acciones. En su libro De la economía de mercado a la economía de las personasreflexiona sobre la capacidad de hacer las cosas de otra forma. En este campo ha publicado documentos de Contabilidad y Administración de entidades sin ánimo de lucro, ámbito donde desarrolla su profesión.

Le gusta la historia y escribió el libro En un mar de culturas, resumen de la información más relevante de Granátula, su localidad natal, al que ahora hay que añadir la presente biografía de D. Baldomero Espartero.

Entrada gratuita, previa inscripción.
 
Las inscripciones se reservarán hasta 5 minutos antes del comienzo de la actividad.DIRIGIDO APúblico en general.

Presentación de la Biografía Novelada «Lo que siempre quise contar de mi vida» del General Espartero

El pasado día 15 de agosto tuvo lugar en Granátula de Calatrava el acto de la Presentación del Libro Biografía Novelada del General Espartero «Lo que siempre quise contar de mi vida». Al final de esta publicación pulsa sobre el video subido a Youtube, para verlo.

El acto estuvo presidido por el Alcalde de Granátula de Calatrava, D. Félix Herrera Carneros, y contó con la presencia del Vicepresidente de la Diputación Provincial de Ciudad Real, D. David Triguero.

Desde aquí quiero agradecer a la corporación municipal de Granátula, a la Diputación Provincial su colaboración, y en particular al Alcalde, D. Félix Herrera porque desde el primer momento acogió la publicación del libro como algo propio.

Os dejo el vídeo de la Presentación. En el mismo podréis ver la Conferencia sobre «Algunas cosas de la Vida del General Espartero» que con motivo de la ocasión hice.

Mentiras y verdades sobre Espartero: Liberalismo versus los intereses catalanes

El otro día D. Gregorio Peces Barba en Cádiz hizo unos comentarios, que a continuación reproduzco. Nada mas alejado de mi intención crear polémica, y por adelantado quiero expresar mi completo desacuerdo con el uso de la violencia y estoy en contra del bombardeo de Cataluña y de cualquier otro lugar de España y del Mundo. Si que deseo adentrarme en la historia y desvelar algo que no por ser repetido deja de ser mentira: Espartero no bombardeo Cataluña por ser independentistas ni catalanistas, esas expresiones sencillamente son falsas. El bombardeo obedecío a otro tipo de política, otros intereses, que como podremos ver más adelante, coinciden con el desarrollo industrial en Cataluña, la pérdida de la América española y las idelas de liberalismo y librecambismo que defendía Espartero.

Estas fueron las declaraciones de D. Gregorio Peces Barba:
Ante las apesadumbradas reflexiones de su antiguo adversario centrista, Peces-Barba dijo ser más optimista, hasta el punto de que esta vez cree posible prescindir del uso de la artillería ante el problema catalán. (En alusión a la célebre frase atribuida a Espartero en 1842: «Para gobernar España hay que bombardear Barcelona cada cincuenta años»). Acto seguido, el fundador de Cuadernos para el Diálogo criticó la apuesta estratégica de Olivares en 1640: «Siempre me pregunto medio en broma qué hubiera pasado si nos hubiéramos quedado con los portugueses y hubiésemos dejado a los catalanes. Quizá nos hubiera ido mejor». Murmullos en la sala y una apostilla: «Bueno, habría habido un problema, no se hubiese podido jugar el Madrid-Barça».

Como ya he dicho estoy totalmente en contra con el bombardeo de pueblo alguno. Pero si quiero adentrarme en aquellos hechos que llevaron a los mismos.

Durante sus dos años de regente, Espartero, ayudado por su camarilla y teniendo por mentor al embajador inglés lord Clarendon, reparte enchufes y congela las reformas que aguardaban los grupos progresistas y liberales. Esto generará sordo descontento, acrecentando cuando el gobierno declara que las juntas y los juntistas, creadas en toda la geografía nacional y que han nombrado una junta central en Madrid, no hacen falta. Aceptan a regañadientes los juntistas,pero los sectores más radicales del partido progresista, que dirige Olózaga, se apartan de él. Será el fermento del republicanismo, con levantamientos de este carácter en Barcelona en 1842; los sublevados, organizados en batallones de milicias, crean una Junta como gobierno provisional, presidida por un antiguo militar. Personaje clave en la revuelta será Abdón Terradas ,socialista utópico que habia sido nombrado alcalde de Figueras y que no había aceptado jurar ante la reina. El mal de fondo de la revuelta reside en la implantación de aranceles a productos de primera necesidad, algo que el pueblo odiaba porque encarecía los alimentos. Con permiso de las Cortes, Espartero viaja a Barcelona y desde el castillo de Monjuich bombardea a la población civil. Ahogada en sangre la sublevación y pasados por las armas sus cabecillas, se impone al pueblo una contribución extraordinaria de doce millones de reales.

La política de Espartero no sólo suscitaba antipatía de los radicales,sino de la propia burguesía. El librecambismo,de inspiración inglesa, chocaba con los deseos proteccionistas de los fabricantes catalanes que veían peligrar sus productos por la competencia extranjera. Incapaz de comprender esto,Espartero,utilizando una vieja y socorrida óptica, reduce los problemas nacionales a problemas de órden público; cuando en verdad eran motivos económicos los que subyacían.

Los elementos más conservadores de la sociedad nunca cesaron de conspirar contra Espartero, tomando como punto de apoyo a la reina María Cristina, desterrada en París junto a su marido morganático Muñoz, quieres contaban con la simpatía de los gobiernos de Luis Felipe, celosos de la influencia inglesa en España.

El grupo de problemas para Espartero estaba ligado al desenvolvimiento económico del principado catalán. Por una parte, España se encontraba en los indicios -casi en el mero esbozo- de la revolución industrial. De los dos campos clásicos de este desenvolvimiento en el modelo británico (la metalurgia y el textil) sólo el segundo había experimentado un desarrollo neto, en Cataluña ,durante la segunda mitad del siglo XVIII. Ahora bien,este emporio de riqueza textil descansaba sobre la amplitud del mercado español coetáneo: toda la América española. La Emancipación hizo por eso que el mercado interior,peninsular,pasara a convertirse en la última posibilidad de subsistencia de aquel núcleo industrial. Y precisamente contra él podia apuntar el cambio político si se llevaban a la práctica los planteamientos económicos del liberalismo estricto: el librecambismo. Si el liberalismo llegaba en ello a sus últimas consecuencias,la industria textil catalana prodría competir difícilmente con la británica en el propio mercado español.

En esta defensa se apiñaban todos los productores:los empresarios y los obreros, que veían el espectro del paro detrás de la disminución de los aranceles. Pero éstos, además, tenían otros motivos que los separaban y enfrentaban a los patronos; motivos laborales que desde 1839, en virtud de una real orden de María Cristina, podían encontrar su cauce de expresión en las sociedades de socorros mutuos que esa normativa permitía establecer.

Espartero, en otras palabras, tenía que sacar también adelante la liberalización del país junto a o por encima de los intereses de las clases productoras catalanas.

La primera cuestión yacía en la desmovilización y el tradicionalismo de los españoles. Las instituciones liberales estaban ya. Habían sido establecidas entre 1834 y 1840 por los Gobiernos y las Cortes de María Cristina. La guerra había hecho imposible, no obstante, que la liberalización se completara,haciendo realidad el carácter representativo de estas instituciones.

Por otra parte, la tradición liberal anglosajona tenía creados ya los instrumentos para hacerlo: los partidos políticos. Así que lo primero que hubo que organizar en España fue esa forma de participación.

En resumen, el levantamiento de Cataluña y el bombardeo de Espartero no tuvo como origen la independencia Catalana, sino el enfrentamiento contra la política liberal y de librecambismo económico que chocaba frontalmente con el desarrollo industrial en Cataluña basado en la venta a toda España y a hispanoamérica de los productos manufacturados, presión que se verá incrementada por la independencia de América lo que dejaba a España como único mercado donde vender los productos hechos en Cataluña. Espartero no solo por creencia, ya que era un liberal convencido, sino por la necesidad del desarrollo de una España que ni siquiera había empezado la época industrial excepto en Cataluña, decide bajar los aranceles y permitir la entrada de productos, la mayoría textiles, de cara a satisfacer las necesidades de los españoles y españolas de la época; favoreciendo la competencia y permitiendo una bajada de precios. Sin embargo esto provocó el levantamiento de Cataluña deseando mantener sus prevendas en cuanto al mantenimiento de un mercado cautivo y cerrado al exterior con unos aranceles muy elevados; errando tanto Espartero al reducir el problema a un problema de orden público y la burguesía catalana quien no supo ver en el liberalismo la oportunidad que representaba la venta de sus productos en todo el mundo, en lugar de pretender mantener el monopolio en España.