Cómo si fuera ayer aún tengo presente en la memoria el pasado, ¿no me estaré haciendo viejo?. El paso del tiempo, del que se dice que todo lo cura, que todo lo sana y que pone a cada uno en el sitio en el que debe estar, suele depararnos pequeños o grandes “Tsunami” revolviendo nuestra vidas, nuestros sentimientos; quizás haciendo que seamos conscientes de que todo en la vida es volátil y que nada es eterno. Más la principal virtud de la vida es que continua inexorable y que, con independencia de los actores que haya, sigue cual rueda de noria girando eso sí unas veces el cangilón arriba y otras veces el cangilón abajo.
¡Maraña de sentimientos! ¡Recuerdos! El Futuro también son nuestros Recuerdos.
Si se recuerda el pasado es para pensar en el futuro, porque una buena historia es garantía de una esperanza creativa para el porvenir. Los buenos recuerdos no son para saborearlos solos, sino para compartirlos. Y esto es lo que yo quiero hacer hoy. Cuando uno recuerda, el ayer se hace parcelas de nuestra vida, enraizar el presente con los momentos más válidos e intensos de la vida. Por detrás de tantas horas, días y años de trabajo, formando la historia de un pueblo, están muchos nombres y unos rostros que dejaron su juventud, su salud, todas sus energías en una entrega escondida para hacerlo grande y conocido.
Hacemos memoria de quienes han estado y ya no están, especialmente de quienes han dejado lo mejor de su vida: algunos fallecidos, otros enfermos o impedidos. Muchos, familiares vuestros. Yo mismo recuerdo a aquellos maestros, educadores, a vuestros padres y abuelos, personas inolvidables y admirables, severos y cumplidores, con saberes reales y real voluntad de transmitirlos. Los de mi generación nunca podremos renunciar a lo que ellos pusieron en el inicio de nuestra existencia.
Quiero que mis palabras sean a la vez elogio y elegía del pueblo, del sitio donde nos criamos, aunque en algunas ocasiones la maledicencia pueda reinar.
El pueblo hasta hace no muchos años ha sido un mundo y todo el mundo para cuantos vivían en él. Cuando las comunicaciones no rompían el cerco de la vida propia, cuando los viajes no traían rostros nuevos y pocos salían de él, sino para hacer el servicio militar o para ser hospitalizado en La Capital y para poco más, tenía la hondura cultural que ha creado siglos de tradición oral, de refranes acumulados, de canciones pícaras y atrevidas que todos conocéis y cantáis, de relatos vivos, de hechos vividos con densidad dramática y repetidos en familia mientras se cosía, se hacía encaje de bolillos, o en las cuadrillas se murmuraba o se compadecía.
Los primeros años de la infancia dan a cada hombre y a cada mujer las categorías con las que encuadra el resto de la existencia. Se es de pueblo o de ciudad. Se puede haber padecido hambre o haber nacido en la abundancia en los primeros años. Se puede haber recibido cuidado excesivo hasta la adolescencia o forzado al trabajo desde la misma infancia. Pero eso años dan al hombre en cuanto ser, sentido: un paisaje, una palabra, una amistad y una experiencia que forman la trama de la vida.
Muchos de nosotros somos herederos de la cultura del hombre pobre que se sabe cercano y solidario de su prójimo porque ambos dependían de la tierra, del tempero y de las tempestades; herederos de la cultura abierta a todos y por ello al servicio de todos en el bien, y a merced de todos en el mal, por la envidia, la injuria o la acechanza; herederos de la cultura de la piedad basada en una fe fuerte canalizada en el amor de padres y de prójimos, rechazo del desacato y de la insolencia; herederos de la cultura de la sobriedad y del señorío que nace de la sola ciencia de ser hombre, porque las cosas no definen a la persona; herederos de la cultura del ocio y de la diversión, sin ofender a nadie, como saber personal acreditado en acciones y en habilidades y, sobre todo, en servicialiadad.
Y así mirar de frente a la Amistad Verdadera, aquella que nunca es capaz de traicionar la confianza, porque si lo hiciera tan sólo una vez no sería amistad sino sólo Conveniencia. El amigo no me obliga pero me aconseja, no se molesta pero me hace entender, no me anima pero me enseña a ser feliz y no me dice amigo pero me da su amistad. Y sobre todo estará siempre contigo aunque en ocasiones su interior pudiera estar roto.
Estos son los valores del pueblo en que muchos de nosotros tenemos como patria de humanidad primera y al que miramos con lágrimas de agradecimiento.
Las alforjas de la vida de una persona se van llenando con una mezcla de muchas realidades, pero son grandes los valores que en ellas se almacenan, vividos en torno a una familia, a unos educadores, a unos vecinos, a unos amigos, hombres y mujeres, personas sencillas, trabajadoras, nada retorcidas, ni conflictivas, muy abiertas a ala generosidad y amantes de una convivencia educada.
Y con este bagaje recibido quiero mirar también al futuro, no con la mirada del hombre distraído, ni masificado, ni manipulador, sino, únicamente, con la mirada de la vida vivida aquí, desde el agradecimiento a lo mucho que he recibido; y quiero verlo con un criterio de valor y vivirlo en su belleza verdadera y en su bondad auténtica.
¿Comprendéis ahora que mis palabras sean a la vez elogio y elegía por el pueblo, por la cultura que son nuestro origen? ¿Y de destierro de la maledicencia, los murmullos y la traición a la amistad?
Ahora bien si yo hago elogio de aquello es para reclamaros con urgencia la creación integradora de lo nuevo. Si hoy hago aquí memoria del pasado vivido es para que, apoyándome en ello, fundamentado en esos pilares de grandes y hermosos valores que todos tenéis, se construya un porvenir que engrandezca la vida de este nuestro pueblo. Quien a tiempo no piensa y crea queda convertido en esclavo de personas que lo único que pretenden es aprovecharse de los demás para favorecer únicamente sus intereses.
Futuro, y Recuerdos; se acabó la tinta en mi tintero, la pluma quedó seca y vacía la imaginación y vacía el alma. Pasemos página y ahora gritemos al viento la grandeza de la vida y la amplitud del espíritu. Ahora que es la época en que los ocres, los marrones, empiezan a desaparecer nuestros campos, en la que las flores plagan de vivo color el paisaje y preparan la obtención de los mejores frutos de la tierra: uva, melones, sandías, tomates, todos los productos de la huerta; ahora que el sol miente salgamos todos a la calle y vivamos.
Y así compartamos mesa y yantares, risas y coloquios, con nuestra familia, con amigos, conocidos y porqué no con desconocidos. Seamos los mejores anfitriones. Saquemos de las orzas los chorizos, de la cámara en los arcones de yeso los jamones, del aceite el queso; pongámonos manos a la obra con la hogaza de pan y hagamos migas, con nuestra huerta pisto, y como mar no tenemos hagamos bueno aquello que de la mar el mero y de la tierra el cordero.
Y aquí, cómo mi alma vacía no encuentra el final, confirmando la falta de inteligencia, usaré las palabras de Don Quijote para esta despedida:
Señores, vámonos poco a poco, pues en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo, fui Quijote y ahora sólo un mundanal hombre.
En verdad de mi conciencia,
que yo pensé que ya estaba
dado este libro a la quema;
pero ya “su San Martín
a cada puerco le llega”
que las historias fingidas
tanto más tienen de buenas
de provecho y deleitables,
cuanto a la verdad se acercan;
y las verdaderas, tanto
mejores cuanto más ciertas.
Pueda con vuestras mercedes el bien hacer y mi verdad volverme a la estimación que de mi se tenía.
He dicho. Vale.
Juan Jesús Donoso Azañón