Espartero. Su pasado, su presente y su porvenir 5/5

V
El Porvenir

La misión de Espartero no puede concluir sino con él. En cualquier parte que se halle, cualquiera que sea la posición que ocupe, será Espartero el centro de todas las miradas del gran partido nacional; la expresión, la síntesis de este partido; el reflejo de todas las opiniones de libertad y progreso que tienden hoy más que nunca a combinarse, a mezclarse, a fundirse en una sola; el punto de confluencia donde han de ir a parar todas las miras individuales para sostenerse mutuamente y convertirse en un pensamiento común. Las ideas mas vagas de la multitud van a buscar en Espartero una fórmula; en él van a buscar las teorías personales la debida convergencia para confundir en una sola lo que cada una de ellas tiene de adaptable. Un partido como el progresista, que no aspira mas que a la libertad y a la independencia de la patria y al progreso de la humanidad en general, carece de la unidad característica de las pandillas, de esa unidad que no se encuentra en los que dirigen sus fuerzas individuales al interés de la comunidad, sino en los que dirigen las fuerzas de la comunidad a sus intereses individuales. El lazo más poderoso que une entre sí a los enemigos de la libertad es el egoísmo, y como han debido necesariamente carecer de este lazo los que constituyen el partido del progreso, han tenido necesariamente que buscar otro. Ellos saben que para ser fuertes han de estar unidos, y la conciencia de esta necesidad les ha hecho pensar a todos en un vínculo a que todos se sometiesen voluntariamente, sin que nadie quisiera romperlo. Este vínculo es Espartero; existiendo Espartero, no podían los liberales buscar otro.

Si ahora, pues, se nos pregunta cuál es la significación política de Espartero, diremos que Espartero significa la unidad del gran partido liberal. Esta significación la debe a su popularidad, y su popularidad a sus hechos y también a su misma procedencia. Espartero es popular, porque como Franklin, como Washington, ha salido de la clase del pueblo, de esta clase tan vilipendiada como generosa, que ha derramado su sangre para conquistar unas instituciones que no le dan ningún derecho; es popular, porque hasta sus blasones y títulos aristocráticos los ha adquirido defendiendo al pueblo, y no vendiéndole; es popular, porque desde la inmensa altura a que le ha elevado su propio mérito, no ha escupido jamás desdeñosamente al pueblo, de cuyas filas ha salido, como tantos otros que cuando por medio de la intriga logran abrirse paso hasta los salones de los magnates, se avergüenzan de su humilde extracción, en lugar de avergonzarse de sus hechos, y procuran hacer pedazos la fe de bautismo en que consta su oscuro origen; es popular, porque pudiendo optar entre los favores de la aristocracia y el amor del pueblo, optó por este último, y supo prescindir de todos los títulos, honores y condecoraciones que había comprado con su sangre cuando se quiso convertir sus galardones en compromisos que le obligaban a encadenar su patria; es popular, en fin, porque ha estado constantemente tan identificado con el pueblo, que sus victorias y sus caídas han sido siempre las victorias y las caídas del pueblo mismo. La popularidad de Espartero no es pues usurpada; la posee mas que ningún otro, porque más que ningún otro presenta títulos legítimos para poseerla.

Pero las causas de esa popularidad importan poco; lo cierto es que la tiene, y aunque no encontrásemos motivo alguno a que atribuirla, ella sola bastaría para darle la significación política que sus adversarios se han atrevido a negarle contra lo que les dicen sus propias convicciones.

Los distintos individuos que componen el partido progresista no están todos conformes mas que en el objeto que se proponen conseguir. El objeto es común, pero no son comunes los medios que tratan de emplear para llegar a él. Algunos lo esperan todo de la fuerza de las circunstancias, que son más poderosas que los hombres, e inspirándoles confianza la santidad misma de la causa que defienden, creen que por más que permanezcan inactivos e inermes, esta causa triunfará por sí sola. Otros buscan en la discusión pacifica, ejercida en la prensa y en la tribuna, la victoria que otros consideran solamente asequible en otro terreno, y piensan que mientras quede un vestigio de libertad, mientras un átomo del pensamiento humano tenga un solo intersticio por el cual revelarse, por el cual salir con más o menos pena, con más o menos facilidad, será suficiente este átomo para mantener viva la fe del pueblo y vivo también el entusiasmo a favor de la libertad en todos los corazones honrados. Pero todos, aunque por distintos caminos y con paso diferente, marchan a un mismo fin, a un fin único, a un fin exclusivo; todos en último resultado no aspiran mas que a la libertad, no mas que a la conquista progresiva de los derechos del pueblo. ¿Cuál es de esos caminos el menos peligroso? ¿Cuál es de esos medios el más adaptable, el más pronto, el más seguro? Cada cual da la preferencia al suyo, porque es suyo, y de aquí nace la dificultad de mancomunar todos los esfuerzos como lo exige el triunfo. Tal vez todos los medios serían buenos si adoptásemos todos indistintamente cualquiera de ellos; pero todos son malos si los unos adoptan uno y los otros adoptan otro; siendo las acciones múltiples, por su falta de unidad se neutralizan mutuamente. Nosotros no adoptamos ni proscribimos ninguno de los medios que con un exclusivismo absoluto han sido ciegamente adoptados y prescritos por otros para llegar al término de nuestros comunes deseos. Creemos, y ya en la actualidad creen todos lo mismo, que las circunstancias son las únicas que deben determinar la conducta que en lo sucesivo ha de seguir el partido progresista, y que para que este cobre la debida organización es menester que encomiende a uno solo la apreciación de estas circunstancias. El índice del pueblo ha señalado instintivamente la persona a quien puede encargarse esta misión difícil. Esta misión es la misión de Espartero. Cualquier otro a quien se confiase tendría en contra todos aquellos hombres de quienes no adoptase los medios que creen ellos ser los mejores, y no conseguiría establecer en las huestes del progreso la subordinación y la disciplina. Solo Espartero que es querido de todos, respetado de todos, puede ser obedecido de todos. Para hacer lo que él puede hacer se necesita su popularidad. Su popularidad lo es todo para el partido progresista, y por eso hemos dicho que poco importan, con tal que la tenga, las causas a que se debe. Estas causas las conocemos; son poderosas, y a las que hemos enumerado pudiéramos añadir el odio que le tienen los enemigos del pueblo. Aunque fuese impopular, son tan impopulares sus detractores, que las antipatías que estos le manifiestan bastarían para popularizarlo.

Cuatro años hace que en un momento de vértigo muchos de los que más habían admirado al libertador y pacificador de España se declararon sus contrarios y pugnaron para derribarle, creyendo que la libertad no quedaría sepultada debajo de las ruinas de su regencia. Cuatro años eternos de reacciones y venganzas, cuatro años interminables dedicados exclusivamente a volver infructuosas y estériles todas las conquistas que había hecho el pueblo en el terreno de la libertad, han sido, a la vez que un escarmiento terrible, una lección saludable que nos enseñará a ser más cautos en lo sucesivo y a desprendernos del orgullo y las pasiones que nos cegaron un día para no dejarnos ver la importancia de los hombres y la trascendencia de las cosas. Ahora ya no hay progresista que no conozca que en el año 43 Espartero era una necesidad de nuestro partido; que Espartero había formado con la libertad un cuerpo común en que cualquiera solución de contigüidad era imposible sin la destrucción del todo; que querer derribar a Espartero sin derribar la libertad era un absurdo, como hubiera sido un absurdo querer derribar la libertad sin derribar a Espartero. Ahora que desengaños amargos y una larga expiación de nuestros errores nos han convencido de lo que vale el hijo de Granátula, más aún que los recuerdos de su gloria escritos por su espada y con su sangre en dos continentes, no solo buscamos en él un jefe, sino que también una bandera. Cuando en un hombre se concentran las simpatías de todo un partido, este hombre es algo más que un caudillo, es un símbolo, solo cuando las ideas de la multitud hallan uno que las simbolice, tienen la unidad y la fuerza que hace de todas un sistema. En la actualidad no se concibe en España un esparterista sin ser liberal, ni un liberal sin ser esparterista. Los liberales hemos tomado a Espartero por símbolo de nuestras creencias políticas, como los cristianos tomamos la cruz por símbolo de nuestras creencias religiosas.

Aunque nada mas pudiéramos prometernos de Espartero que hallar en él el punto de reunión de todos los deseos de los progresistas, para que desde él marchasen convergentes a nuestro común objeto; aunque no buscásemos el poderoso auxilio de sus desinteresados consejos y de su espada vencedora; aunque Espartero no fuese un héroe, ni siquiera un general, ni siquiera un hombre, con tal que fuese como es ahora el centro común de todas las opiniones, hasta de las más aisladas, de nuestro partido, sería indudablemente la garantía más segura de nuestra victoria y de nuestro dominio en el porvenir. Si en este momento dejase de existir, concentrados en sus glorias nuestros recuerdos, agrupados en su tumba nuestros sentimientos, permaneceríamos unidos por la sola fuerza de su prestigio, que sin duda alguna ha de sobrevivirle, y su nombre sería el emblema de nuestra unión como lo es ahora su persona. Desde que el ilustre proscripto ha vuelto de su emigración, ninguna parte ha tomado en la lucha de los partidos; apenas habrá dedicado una mirada de indiferencia a las cuestiones que se agitan en el campo de la política militante, y sin embargo ha hecho, tal vez sin pensarlo, a favor de la libertad lo que tal vez solo él hubiera podido hacer; su presencia ha reanimado el espíritu público, ha despertado el entusiasmo, ha generalizado las esperanzas y ha conseguido dar a las miras individuales un punto de confluencia común para que tuviesen también común un punto de partida. ¿Qué mas necesitaba la libertad para triunfar que la unión de los liberales? ¿Qué mas nos pedía que el sacrificio de los resentimientos particulares ante las aras del interés común? La presencia del pacificador de España nos ha inspirado este glorioso sacrificio, y su ejemplo y su voz han alentado a los menos dispuestos a consumarlo. Ha hablado a todos un lenguaje de reconciliación, lo mismo a los que le empujaron hasta el Malabar, que a los que fueron fieles a su causa en aquellos momentos de prueba; a todos indistintamente los ha abrazado y en todos ha fundado sus esperanzas para la reconquista de los derechos del pueblo. El, el mas agraviado, ha dado las primeras pruebas de abnegación y de olvido, ¿podía alguno dejarle de imitar? Le hemos imitado todos y nos hemos unido todos. ¿No es eso haber triunfado? ¿No es nuestro partido el más numeroso, el que tiene el apoyo de la razón y la justicia, el que marcha de acuerdo con el espíritu del siglo y el interés de la humanidad? ¿No es pues haber triunfado habernos unido?

Espartero nos ha unido; algo más, sin embargo, esperamos los progresistas del ilustre campeón de la libertad española. Hemos dicho que un hombre en quien se concentran las simpatías de todo un partido no solo es un jefe sino un símbolo. Ahora debemos decir que cuando un hombre que representa un partido está dotado como Espartero de valor, de honradez y de inteligencia, no solo es un símbolo sino un jefe. Algo más tenemos en Espartero que un nombre que invocar; tenemos un caudillo que nos conduzca. Algún día el que afianzó el trono constitucional de la que actualmente lo ocupa, podrá penetrar hasta sus gradas a pesar de los pesares, y presentarse a la Reina con todos los títulos que le dan para ser creído sus eminentes servicios. La Reina quiere a su pueblo, y Espartero será el fiel intérprete de los deseos del pueblo, y caerá la barrera de cortesanos, hoy interpuesta entre la nación y la persona augusta que acallaría bondadosa sus quejas si pudiera oírlas. El país sufre, porque la Reina no sabe que sufre; es esclavo, porque no llega a los oídos de la Reina el rumor de sus cadenas; está extenuado y hambriento, porque la Reina no sabe que absorbe toda la sustancia pública la codicia de sus opresores. Espartero algún día hará saber a la Reina lo que la Reina ignora; le dirá que la nación carece de un gobierno compuesto de personas cuyos antecedentes siempre liberales sean la primera garantía de la conservación de la libertad; le dirá que faltan a su rededor personas dotadas del suficiente prestigio para inspirar confianza al país y sostener y completar en un sentido más liberal las reformas comenzadas, asegurando a la libertad y al trono el apoyo de todos los intereses identificados con dichas reformas; le dirá que la nación necesita un gobierno que reformando el sistema de hacienda nivele en lo posible los gastos con los productos y regularice equitativamente la satisfacción de los primeros; le dirá que la nación tiene derecho a prometerse un gobierno, que proscribiendo el sistema de suspicacia y persecución que pesa sobre una considerable parte de buenos ciudadanos, procure que todos los que cumplan con los deberes que prescriben las leyes, disfruten ampliamente de los derechos que las mismas les concedan; le dirá que la nación anhela que se respete la seguridad personal, que el poder judicial sea independiente, y que la magistratura salga de su estado de postración y deje de ser juguete de los caprichos de un ministro cualquiera, que atropellando la ley fundamental, quiera tener en su mano la justicia, es decir, la propiedad, la honra y la vida de todos los españoles. He aquí lo que quiere la nación, de cuya voluntad algún día podrá constituirse delante de la Reina intérprete el mas legítimo el general Espartero. La Reina no sabrá sin conmoverse que sus mas leales servidores están sumidos en la indigencia, y que muchos de los que la combatieron empuñan hoy las armas arrancadas ignominiosamente de las manos de los que salvaron su trono.

Y aun así no se habrán cumplido los grandes destinos de Espartero. En la lucha que empieza en Europa, tiene Espartero un puesto señalado, tiene que concluir su misión providencial. A la alianza de los reyes absolutos y de los que se empeñan en serlo, se opondrá bien pronto la santa alianza de los pueblos. La Francia acaba de adicionar su magnífica epopeya con otras tres grandes jornadas; el Portugal va a sacudir el yugo de sus impudentes oligarcas; la Italia se levanta como un cadáver resucitado; la Suiza rompe las cadenas de una teocracia sangrienta antes de dar tiempo a los déspotas de acabarlas de forjar; la luz de la civilización se abre paso en todas partes y penetra hasta en la Turquía, sumergida ayer en profundísimas tinieblas; la Grecia evoca antiguos recuerdos, y pide a la libertad la reconstrucción de su nacionalidad y de su gloria, y hasta en el corazón mismo de las monarquías absolutas se ha extravasado una nueva sangre que hace latir con fuerza sus arterias. La Europa contrae a la vez todos sus músculos; un sacudimiento unánime se prepara, una guerra general como el diluvio. ¡Oh! esta guerra será santa. El espíritu de libertad recorre todos los nervios del cuerpo social, a la manera de una corriente galvánica. ¿Qué nación, qué miembro de este gran gigante que se llama Europa permanecerá impasible, estando colocado entre los polos de la pila y en contacto con ella? La tiranía admite el reto; los combatientes aprestan sus fuerzas; la batalla será decisiva. ¡España! tú estás también alistada en ese grande ejército en que cada pueblo es un soldado con millones de brazos. Tú desde mucho tiempo has sentado plaza en el ejército de la libertad; ahora vas a apoyar tu libertad en la libertad de los otros, y la de los otros en la tuya; la libertad no cabe en un pueblo solo; la libertad, como Dios, ha de llenar el mundo.

¡España! ¿quién te ha de conducir a la lucha en ese gran día que se acerca? La espada del héroe de Luchana no permanecerá dormida en la vaina; el estrépito del choque la despertará, y su brillo te guiará como una estrella en medio del polvo y del humo y del estruendo de un mundo que se reedifica.

El porvenir de Espartero va envuelto en el porvenir del pueblo, porque el porvenir de Espartero se funda en la libertad del pueblo, y el pueblo cifra en Espartero las esperanzas de su libertad. Es símbolo el uno del otro; todo ha sido hasta ahora, todo será en lo sucesivo común en ellos, las victorias y las derrotas. Los que no adivináis cuál es el porvenir del pacificador de España, o no conocéis los vínculos que le unen al pueblo, o tan ciegos sois que no veis que el pueblo tiene escrito en el porvenir su triunfo. El porvenir del pueblo es la libertad, el de Espartero la inmarcesible gloria de ser el que más haya contribuido a ella.

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