D. Pedro Muñoz Seca, celebre autor de La venganza de D. Mendo, vivía en Madrid, en una finca de la C/ Velázquez, y con pocos días de diferencia fallecieron los porteros de dica finca, una venerable pareja de ancianos, querida y respetada por todos, fueron enterrados juntos, y uno de sus hijos, le pidió a Muñoz Seca que le escribiera un epitafio para sus padres y éste, cumplió el encargo y le escribió el siguiente verso:
Fue tan grande su bondad
Tal su generosidad
Y la virtud de los dos
Que están con seguridad
En el Cielo, junto a Dios
En aquella época, los epitafios de las lápidas debían ser aprobados por el Obispo de la diócesis, y el de Madrid no lo aprobó, diciendo que Muñoz Seca no era quien para decir que los difuntos estaban en el cielo junto a Dios. Muñoz Seca, entonces, rectificó y escribió este otro epitafio:
Fueron muy juntos los dos,
El uno del otro en pos
Donde siempre va el que muere….
Pero no están junto a Dios,
Porque el Obispo no quiere.
El obispo se enfadó y envió un escrito a Muñoz Seca:
“Ni yo ni ningún representante de la Sta. Iglesia, intervenimos para nada en el destino de los difuntos, por tratarse de un misterio inescrutable, que ni usted, a pesar de su buena voluntad, ni nosotros estamos capacitados para aclarar”.
Muñoz Seca volvió a rectificar y escribió el epitafio definitivo:
Flotando sus almas van
Por el éter débilmente,
Sin saber que es lo que harán
Porque desgraciadamente
Ni Dios sabe donde están.