Colaboración de Eulogio Carretero Bordallo
Están en nuestro vocabulario y en nuestro recuerdo, porque son signos y formas del pensamiento; pero sólo son territorios del pasado y de la memoria, ya no existen.
Las eras. ¿Qué son las eras? Estamos tan familiarizados en nombrarlas tan asiduamente, que creemos que aún existen, y no nos hemos dado cuenta de que las hemos perdido. Siguen estando en nuestro vocabulario y en nuestro recuerdo, porque son signos y formas del pensamiento; pero sólo son territorios del pasado y de la memoria, ya no existen. Las próximas generaciones no tendrán motivos para hablar de ellas, habrán desaparecido hasta de su vocabulario. Ellos perdieron (los signos y las formas) la ocasión y la posibilidad de plantearse y de forjarse el pasado de este pueblo desde estos sutiles y enigmáticos empedrados. Ellos perdieron el término y la particularidad sobre estos lugares, como nosotros fuimos perdiendo la costumbre de trillar las parvas y de aventar el grano en estos espacios y en esos atardeceres, aprovechando ese sol más débil en los meses de estío y bajo esa luz larga, que se prolongaba en estos parajes hasta anochecer; momentos favorables para realizar tan laboriosas faenas. Para concluir ayudados de bieldos, horcas, palas, serillas, espuertas, harneros, fanegas…, en los dorados montones de grano, colosales y gigantescos, expuestos en medio de las eras, y las bandadas de pájaros revoloteando sobre ellos, celebrándolo, cebados y embebidos en el alimento fácil.
Granátula: su significado, Pequeñas Paneras o Graneros. ¿En dónde se conseguía llevar todo esto a cabo? ¿En qué fábricas, con qué maquinarias? Nuestros antepasados no tenían estas cosechadoras ni tanto adelanto como hoy tenemos, “que nos facilitan la vida y nos hacen renegar del pasado”. ¡Eran más laboriosos y más artesanos! Tenían los brazos fuertes, la tez curtida de soles y las manos grandes, para segar las mieses y atar en haces los campos; y estas pequeñas eras, en donde desempeñar y poder llevar a cabo tan laboriosa tarea. Estas pequeñas eras, que cada cual hemos ido heredando como legado de los nuestros y como testimonio del pasado.
¿Cómo fue, cuándo pudo haber sucedido? ¿En qué descuido, en qué momento de torpeza pudimos llegar a cometer tal fechoría, gobernados por qué instinto inconsciente y destructor? Si nuestros progenitores pudiesen ver en qué hemos convertido tan fidedigno paraje, ¡qué espanto! Cómo hemos podido llegar a este estado de indiferencia, de menosprecio y de destrucción.
Cómo hemos podido olvidar tanta tradición y tanta cultura como duerme en estas eras, tanto esfuerzo y tanta batalla como se ha librado en estos empedrados y en estos campos. ¡Qué espanto! Todo ha quedado sepultado y olvidado como si nada de esto hubiese existido. Qué pobres y qué ingratos somos. ¡Qué miserables! Hemos destruido lo poco que teníamos, lo poco que nos quedaba, los signos de la memoria y del pasado, nuestro legado más inmediato. Hoy una caseta mañana otra, hoy una chabola mañana un cobertizo. He aquí nuestro panorama, ingenuamente destruido, consentido y deliberado por nuestros benefactores y gobernantes, este enigmático paraje sin igual en toda la provincia. Quiero lamentar con todos tan semejante pérdida. Un pueblo que no considera su cultura y destruye sus signos (señas de identidad de su pasado) se vuelve embrutecido y bárbaro.
Un pueblo como Granátula, con su tradición, su historia, su cultura: en cuyas tierras moraron romanos, visigodos y mauritanos; y tuvo hijos tan ilustres como Anacleto José Meoro, Agustín López Carretero, y el tan insigne y popular General Espartero…, no puede ser tan ingrato y tan desconsiderado. Toda esa cultura pasada del mundo labriego y pastoril, representada tanto en la literatura como en la pintura y escultura de nuestros artistas, tiene su reflejo y se sobreentiende con la visión de estas eras y estos campos, cómo explicarlo de otra manera. Su pérdida es una oclusión de signos, y una transformación de referencias. Un Parque Natural es lo que se merece este espacio, un parque de reconocimiento. Bien se podía haber respetado y haberse convertido en un lugar representativo, donde habernos sentido orgullosos de nuestra cultura, como homenaje a nuestros antepasados. ¡Lamentable! De nunca sus alcaldes fueron considerados con la cultura de nuestro pueblo. Quiero manifestar aquí mi más profundo rechazo a esta brutal hegemonía y atropello. No quiero ser partícipe de esta barbarie desencadenada en este paraje insólito de las eras.
“Está bien” que hayamos transformado los pajares, los graneros y las cuadras de las casas en nuevos habitáculos; pero este espacio a las salidas del pueblo, a poniente y ante la cercanía de los cerros, estas eras tan estratégicamente situadas y tan elocuentemente establecidas y configuradas, eran un espacio protegido, reservado, un lugar idóneo y privilegiado por cualquiera que supiera apreciar nuestro entorno, con una gran carga de riqueza, cultural y de pasado. No nos pertenecía su desagravio y su profanación. No se merecían este trato, tan desconsiderado por parte de los hijos de Granátula…